La pareja formada por Juan Martínez Torres y Cruz Martínez avanza lentamente por avenida Las Torres. Entre ambos empujan el carromato en el cual juntan cartón para poder sobrevivir. Él, de 98 años, y ella de 50, con debilidad visual, no cuentan con asistencia social y son pocos los familiares que los apoyan, pues Juan tiene más de 50 años que no ve a sus hijos y a ella le arrebataron al único vástago que tuvo.

Cruz, mujer de baja estatura, con un problema visual del que, dice, una señora de Jurica le ayudó con una operación, toca una armónica mientras camina por las calles, en parte para llamar la atención de quienes les pueden regalar cartón, en parte para que los transeúntes les den una moneda para sobrevivir.

En el viejo carromato de tres llantas, se ve una caja grande de cartón de una pantalla. “Nada más nos dedicamos a juntar cartoncito para comer. ¿Qué le hacemos? No puedo trabajar, soy maestro albañil, pero ya no puedo. Tengo 98 años”, dice el hombre. Cruz lo interrumpe y dice que ella tiene 50 años: “Estoy muchacha para él”, dice mientras esboza una sonrisa.

Juan recuerda que su padre se dedicaba a vender maíz de Pedro Escobedo, para lo cual usaba unos burritos para trasladar su producto. Señala que antes de “juntarse” con Cruz, estuvo viviendo con otra mujer, a quien identifica como Carmela, pero la dejó porque tenía un problema de alcoholismo, además de que le quitaba su dinero para mantener su adicción.

Ambos tienen sus propias historias. Cruz señala que su hijo vive en San Juan del Río, con un hombre llamado Fidel, pero que no la visita ni si siquiera el Día de las Madres.

“No viene a ver a su madre. El Día de las Madres no vino, y ya está grande, me dijo una muchacha, porque yo no lo he visto”, apunta la mujer, mientras Juan aclara que el joven ha de tener alrededor de 17 años.

Cruz agrega que hasta donde sabe, su hijo también pide dinero en la calle, pues la mujer que se hizo a cargo de él lo maltrata y no vela por su integridad.

Un hombre a bordo de una camioneta blanca se detiene junto a la pareja. Baja una ventanilla y le habla a Cruz. Le extiende unas monedas, que son bien recibidas por la mujer que de inmediato guarda en una bolsita de plástico.

Mucha gente, dice Juan, les da dinero o les ofrece algo para comer, para que puedan soportar su jornada en la calle, que comienza a las 6:00 horas, para terminar a las 16:00, luego de caminar bajo el sol.

Sostienen que nada de robar, todo lo que puedan encontrar y recolectar en la calle, siempre y cuando sea bien habido les ayuda para su manutención, que es complicada al carecer de apoyos gubernamentales y asistenciales.

El hombre acepta que el trabajo es pesado, pero deben de hacerlo para ganar un poco de dinero y tener algo que comer. Cuando el cuerpo reclama a través de algún dolor, dice Juan, se detienen en una farmacia, donde compran algún medicamento para calmarlo y seguir en su labor diaria, que no reconoce fines de semana, pues también sábado y domingo salen a buscar cartón para vender.

El hombre comenta que hace 50 años dejó la construcción, y desde entonces se dedica a juntar cartón, pues la falta de preparación escolar impidió que encontrara un empleo en otro lugar. Agrega que por su mismo oficio nunca contó con Seguro Social y una pensión, además de no tener apoyo asistencial por parte de las autoridades. “Tengo papeles, pero ahí los tengo guardados, como mi acta de nacimiento, pero no conozco a nadie que me ayude”, comenta.

Sin perder la sonrisa y la voz amable, Juan precisa que tuvo seis hijos, pero todos lo abandonaron, yéndose con su dinero. Sus tres hijos y tres hijas tienen distanciados de él alrededor de 50 años. “Me dejaron, se llevaron un coche que tenía, ya viejito, de los primeros. No las conozco. Si me las encuentro en la calle, sabrá Dios, no las conozco. Se llevaron también un dinerito”, relata.

Juan y Cruz tienen su hogar en La Piedad, donde dice que están de “arrimados” con un sobrino que le prestó un “cachito” de terreno para vivir, donde puso una lona como techo, pues no tiene dinero para poner una láminas.

Los brazos de Juan muestran algunas costras causadas por heridas, además de tener la frágil piel reseca por las jornadas bajo el sol. Porta una gorra, lo que cubre su rostro.

Cruz, por su parte, no usa nada que cubra su cara del sol. “Tenía una gorra, pero la perdí”, dice. Su piel está quemada por el sol y muestra algunas laceraciones. A pesar de que dice tener 50 años aparenta más edad.

Juan explica que con su actividad no ganan mucho, pues por el cartón que juntan y lo venden a un lado de la carretera a Tlacote, apenas logran obtener 50 pesos o 100 pesos cuando fue un buen día, aunque hay ocasiones en las que no ganan nada.

Cruz dice que cuando no logran obtener nada por la venta, una hermana les ayuda dándoles un poco de comer, un pan y un bolillo. Durante el día se compran una torta, unos tacos, siempre muy económico. No hay mucho dinero.

Cuando se enferman, añade Juan, acuden al médico que da consulta en la iglesia de San Agustín, donde les cobran 50 pesos y les dan el medicamento. En el templo, en ocasiones, los apoyan con algo de despensa para poder sobrevivir.

Cruz dice que no puede vivir sola, que se siente mal si no está acompañada en la vida, por eso vive con Juan.

La pareja se marcha, con el sonido de la armónica de la mujer como fondo. Ambos empujan el carromato y avanzan lentamente, sin prisa, mientras que a su lado pasan los automovilistas. No falta alguno que se molesta porque ellos ocupan parte de la calle, pero son los menos. La mayoría los ve y evade respetuosamente, mientras que algunos peatones les ofrecen alguna ayuda, que Cruz guarda celosamente en su bolsita.

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