Durante toda su vida Salvador Alejo Pablo ha trabajado el tule, desde pequeñas figuras de un centímetro, hasta grandes cajoneras o distintos muebles para el hogar. Es la herencia que adquirió de sus abuelos y de sus padres que durante toda su vida realizaron petates para venderlos y salir adelante.
Salvador tenía ocho años cuando comenzó a tejer el tule, primero trabajó de la manera más sencilla, hacía lo necesario para ayudar con la elaboración de petates, era el negocio familiar; pero con el tiempo notó que era capaz de echar a volar su imaginación y crear cualquier figura que tuviera en mente.
“Toda mi vida he hecho este trabajo, desde niño veo que mi familia y mis papás empezaban a trabajar con tule, hacían petates, también lo hacían para vender, todos lo hacíamos, pero al crecer le di un poquito más de creatividad a este material que le llamamos tule, aparte del petate empezamos a hacer figuras de este material, prácticamente yo aprendí solo porque en mi familia sabíamos hacer sólo el petate, pero después le dimos forma y empezamos a hacer figuras. Trabajo este material desde los ocho años y así sigo hasta ahora, hago muebles, sillas, mesas, todo lo que me pidan”, asegura.
Como es costumbre en Cucuchucho, una comunidad del estado de Michoacán, de donde Salvador es originario, las familias acostumbran obtener el tule de los lagos y ríos, y así lo hace este artesano, como lo aprendió de sus antepasados. Aunque Salvador podría obtener este material de cualquier otra parte del estado, prefiere hacerlo en ese lugar, donde además vive toda su familia.
Alejo Pablo generalmente viaja por el Bajío para vender su trabajo, pues no tiene un lugar establecido. La semana pasada por ejemplo, participó en una exposición en la Casa del Obrero, en Querétaro, y antes de eso en una feria artesanal realizada en el Centro Cultural Manuel Gómez Morín.
Tiene una casa en Santa Rosa Jaureguí, pero sólo vive ahí cuando tiene dos o más eventos en Querétaro; la mayor parte del tiempo está en Michoacán.
“Soy de una comunidad que se llama Cucuchucho, junto a Pátzcuaro, en donde casi la mayoría de las personas se dedica a esto del tule porque es la única fuente de empleo.
“Vivo en Santa Rosa Jáuregui, pero tengo que ir a traer el material a Michoacán, de los lagos de mi pueblo, aunque se da este material en todos lados, pero siempre voy allá porque tengo a mi familia ahí. Estoy en Michoacán casi todo el tiempo, me quedo aquí en Querétaro cuando tengo dos o tres eventos en las mismas fechas. Unos amigos me invitaron aquí a los bazares y exposiciones del estado, pero generalmente participo en San Miguel de allende, he estado más que nada en el Bajío. A eso me dedico, a buscar ferias y bazares y ahí me presento con mis artesanías, porque desafortunadamente no tengo un lugar fijo para vender”, lamenta.
Debido a que la mayoría de las familias trabajan el tule en la comunidad de Cucuchucho, Salvador supo que no tendría oportunidad de destacar si se quedaba en ese lugar, por eso superó sus miedos y se lanzó a cazar turistas y viajeros que son los más interesados en exposiciones y artesanías. Afortunadamente para el artesano, su estrategia funcionó y el trabajo que realiza ha gustado tanto que ha sacado adelante a su esposa y cuatro hijos sólo realizando esta actividad.
Se considera afortunado porque sabe que no todos los artesanos corren con la misma suerte. En su caso, dice, las personas valoran su trabajo y en lugar de quejarse por el precio de los productos, que varían desde 15 hasta mil 300 pesos, reconocen el tiempo y el esfuerzo que se requiere para elaborar una de sus piezas.
“Ésto siempre ha sido mi trabajo, la mayoría se va satisfecho con mi artesanía, la gente sí valora todo mi trabajo, sabe que se le invierte mucho tiempo, pero gracias a Dios he tenido buenos clientes, de esto me mantengo. Por ejemplo para hacer una cajonera me tardo cuatro días, dependiendo del tamaño y los cajones, también hago sillas y en eso me tardo una semana porque el tejido es distinto, debe ser más resistente”, comenta.
Salvador se dice orgulloso de haber salido desde hace años de su zona de confort, que era su pequeña comunidad, porque de no haberlo hecho no sabría que es posible vivir de las artesanías. Ahora sus cuatro hijos trabajan el tule junto con él y aunque cada uno tiene distintas aspiraciones, la artesanía es algo que une a su familia.
“Esto ha sido mi empleo y mis hijos me ayudan con este trabajo, yo creo que ellos van a seguir con esto, porque por ejemplo tengo pedidos grandes y ellos se ponen a ayudarme. Me han hecho pedidos de pantallas para lámparas para restaurantes o negocios. Sé que a mis hijos ya les interesa otro tipo de cosas, y está bien, pero siempre que saben que tengo mucho trabajo se reúnen y me ayudan a sacar el trabajo adelante, porque también saben hacer lo que yo hago. El tule es un orgullo familiar”. agrega orgulloso el artesano.
Para esta familia de michoacanos, el Día de Muertos fue una buena oportunidad para vender piezas únicas hechas con tule, como fueron las tradicionales calaveras, perfectas para decorar altares. Sin embargo, la mejor temporada para que Salvador venda sus productos es la temporada decembrina, donde principalmente se venden cestos y canastas de tule que después se entregan como aguinaldos cubiertos de dulces o frutas de temporada.
“Son estrategias que uno va a prendiendo, por ejemplo yo aprendí que en estas fechas se venden más las canastitas para los aguinaldos, o también los portales y los pesebres para el niñito Dios, entonces ya por estas fechas me pongo a trabajar en eso, me regreso a mi pueblo, saco nuevo tule y me enfoco en hacer esas piezas. Gracias a Dios esa temporada es muy buena para nosotros”, comenta el artesano que fabrica desde figuras de animales en miniatura, tortilleros, lámparas, muebles para el hogar y cualquier artículo que pide uno de sus clientes.