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Por hablar hñäñho nos han dicho que somos indias patas rajadas, que no tenemos por qué estar en Querétaro, que tenemos que regresarnos a nuestro pueblo”, afirma Victoria Vázquez, originaria de San Ildefonso, Amealco, quien señala que incluso en la escuela sus hijos han sufrido discriminación porque ella asiste a las juntas escolares con su vestimenta típica.
Victoria viste “ropa occidental”. Este día no usa su vestimenta tradicional hñäñho. Mientras platica detalla las muñecas que vende para llevar el sustento a su familia. Le arregla los moños a una figura que, paradójicamente, tienen el pelo dorado, rubio.
Señala que muchas veces las personas que viven en la capital del estado son quienes las discriminan e insultan en la calle, cuando ellos, los pueblos de América, son los dueños originales de esta tierra.
“Las mismas señoras que pasan nos han dicho. A mí me han discriminado mucho. También en la escuela de mis niños, aquí en Querétaro. Se burlan de ellos, porque su madre es una indígena”, indica.
Agrega que a ella no se le ha olvidado ponerse su traje típico. “Ahorita me vine así (con ropa occidental’) pero yo me pongo mi traje todavía. Cuando hay reunión en la escuela voy a ver a mis hijos a la escuela y me ven como indígena, y los otros niños se burlan de mis hijos”, abunda.
Enfatiza que las demás personas deberían de saber que ellos son los pueblos originarios y que están en su tierra, por lo que deberían de respetar un poco más a los indígenas.
Victoria porta en una caja de cartón las muñecas que elabora para ayudar en los gastos de la familia a su esposo, quien se dedica a la construcción. Recuerda que ella acudió a la primaria en Amealco, donde recibió educación sólo en español, mientras que actualmente ya se imparte educación en hñäñho y castellano, para recuperar su lenguaje.
Dice que la diferencia que ve entre su lengua materna y el español es que éste último les sirve para defenderse en la vida y el otomí es entre sus compañeros y amigos, para que no se pierda la raíz, aunque cada vez más notan que es mejor el castellano.
De sus cuatro hijos, abunda, sólo la mayor, de 13 años de edad, entiende algunas palabras de hñañhú. Sus otros hijos, de 8, 6 y 4 años de edad, no saben su lengua indígena.
Sostiene que sí les enseñará hñäñho a sus otros hijos, pero primero quiere que aprendan bien español, para que luego pueda dominar el otomí, bien, como ella, quien habla bien español, su segunda lengua.
“Si a mis niños les estoy enseñando otomí nada más va a aprender otomí y se les va a dificultar el español, por eso no les enseño ahorita”, abunda, al tiempo que precisa que cuando está con sus amigos y conocidos habla sólo hñäñho, mientras que para vender usa el español.
Una de las diferencias entre el hñäñho y el español son los insultos, pues en otomí un insulto grande es decirle a alguién “individuo”. “Decirle individuo es decirle que es una persona mala, es un individuo. Cuando estamos enojados con alguien así le decimos”, agrega.
De voz suave y hablar pausado, Victoria asevera que las muñecas se venden mejor que las diademas que también elabora, aunque precisa que son los extranjeros quienes más las compran. Piensa que esta situación es porque a la gente de Querétaro ya no les gusta mucho la artesanía que hacen, “creo que ya se aburrieron de las muñecas, a lo mejor ya nos compraron demasiado, como no somos los únicos”.
Pérdida de la cultura
Afirma que hace falta recuperar la cultura indígena, porque, por ejemplo, niños de San Ildefonso ya no hablan mucho hñäñho, además de que las costumbres se están perdiendo también.
“Todo lo que hacíamos allá, como la vestimenta, rara vez se usa, raro el niño o la niña que use la vestimenta, ya no es como antes. La rechazan por lo mismo de la discriminación. A mi niña le he enseñado que no tenga miedo (de usar su ropa típica). Yo le he hecho sus trajes, sé hacerlos, y tiene su vestimenta, pero no todos los días la usa, tiene que usar el uniforme de la escuela”, puntualiza.
Amealco es un municipio donde el índice de migración es alto. Sin embargo, Victoria dice que quienes se van y regresan siguen igual, no pierden sus costumbres y tradiciones.
“Nada más que ahora hicieron una mejor vida, tienen una tienda, tienen algo que comer, pero siguen siendo las mismas personas, y las que se van y no regresan, pues ya… muchos se van y no regresan”, añade.
Llama al respeto
Subraya que para una sana convivencia en la sociedad, donde haya aceptación de la diversidad cultural debe de haber respeto, pues como ellos respetan, considera que las otras personas de respetarlos. Además, “acercarse un poquito más. Muchas veces no nos negamos a que se acerquen con nosotros para enseñarles una palabra en hñäñho. Nosotros les enseñamos, no estamos cerrados de que ustedes no tienen derecho a aprender mi lengua. Si ustedes quieren yo sería una de las personas que les apoyaría para que aprendan”, agrega.
Señala que lo único que necesita es que la gente tenga ganas de aprender, pues no se necesitan grandes instalaciones, pues puede ser en cualquier jardín o parque donde las personas pueden aprender hñäñho.
Victoria considera que si las cosas no cambian, si no se valora su cultura, su lenguaje y sus tradiciones, el hñäñho desaparecerá, pero hace falta que rescaten su cultura, lo que se logrará sin discriminación a los pueblos originarios de América.
La mujer toma su caja de muñecas, decoradas con colores vivos y hechas a mano por ella. Tienen que ir a la escuela por sus hijos, que salen temprano el lunes. Con prisa, atraviesa la Plaza Fundadores en dirección al lugar de estudio de sus vástagos.
Mientras, en una de las esquinas de la plaza los puestos de artesanías comienzan a abrir. La mayoría de quienes atienden son mujeres. La más joven rondará los 20 años. Viste unos leggins color negro y una blusa rosa. La de más edad, una mujer de unos 70 años, viste su traje típico, con una falda color azul cielo y blusa en blanco. Desayuna algo, se prepara para un día de ventas en el lugar, donde estará hasta cerca de las 20:00 horas.
Ambas son indígenas, pero una y otra son ejemplo de lo que pasa con los pueblos originarios: una transculturización forzada por la discriminación.