El olor a pólvora llena la pequeña calle de Doctor Lucio, en el barrio de La Cruz. Los niños queman “cebollitas”, mientras los frailes franciscanos del templo que da nombre al lugar interpretan villancicos afuera de la casa que esta noche dará posada a los peregrinos, en una tradición que, de acuerdo a los vecinos, tiene más de cuatro décadas y que sirve para unir a la gente del lugar.
Es una posada donde todas las familias de la calle y el barrio participan. Al paso de la procesión con los peregrinos, la gente sale a las puertas de sus casas, encienden luces de bengala y se unen al andar de María y José. Cuando se llega al destino, las cerca de 150 personas superan las 400, la calle es insuficiente para los participantes.
El sentido religioso está presente en la celebración. Los peregrinos esperan afuera del templo de La Cruz el momento de partir a su destino. Esperan a los frailes franciscanos para arrancar el recorrido, pues deben de rezar el rosario en el trayecto, que no es de más de tres cuadras.
Claudia Mayela García Espinoza, prefecta en una preparatoria y avecindada en La Cruz de toda la vida, explica que las posadas en el antiguo barrio tienen mucho tiempo de celebrarse. Actualmente, alrededor de las 18:30 horas la gente se comienza a formar frente al templo, detrás de las figuras de los peregrinos, que serán cargados por cuatro hombres hasta el lugar de la posada ofrecida por una familia.
La posada inicia a las 19:00 horas, cuando los párrocos de La Cruz salen para encabezar el rosario y las oraciones.
“Se va eligiendo una calle del barrio de La Cruz, se llevan las farolas, las estrellas y el misterio que viene representando a José, María y el Niño Dios que ya viene en camino”, dice Claudia.
La mujer, quien además es catequista, apunta que “tengo poco más de 40 y ya estaban las posadas. Estamos hablando que es una costumbre desde los abuelitos, desde hace muchos años”. Agrega que poco más de 200 personas acuden a las posadas todos los días, desde el inicio de las mismas, el 16 de diciembre, hasta el 24, cuando se celebra la última.
Son las 19:00 horas. El grupo de frailes, con sus hábitos color café salen del templo. Algunos llevan guitarras en mano y uno un pandero. Otros, más invadidos por el espíritu navideño, portan gorros rojos, al estilo Santa Claus. Al final, es una fiesta y se debe de tener actitud de fiesta para una posada.
Las luces de la fachada del templo se encienden, mientras una docena de niños juegan con sus “cebollitas” que compraron a algunos vendedores de pirotecnia quienes luego desaparecen, para no ser ubicados por las autoridades.
“Vamos a comenzar con nuestro cuarto día de posadas. El día de hoy vamos a caminar hacia abajo, hacia Doctor Lucio”, dice un párroco que para hacerse escuchar por todos usa el equipo de sonido de don Marco Antonio Gutiérrez Guevara, quien desde hace más de 25 años lleva el audio a las posadas que le piden, como en San Francisquito, San Sebastián,y este año La Cruz, luego de muchos años de no hacerlo en este tradicional barrio.
El hombre señala que acude a todos los eventos religiosos donde los curas lo requieren, tanto a las posadas como las ceremonias de Semana Santa, llevando su equipo de sonido que, dice, es italiano. Agrega que los sacerdotes son quienes le dan “la cooperación”.
Los peregrinos avanzan por al atrio de La Cruz. Los paseantes se acercan cuando escuchan el sonido, las oraciones y ven las bengalas que queman quienes acompañan a los caminantes. Toman fotos, graban videos.
Cruzan la calle de Manuel Acuña, para bajar por Reforma, hasta Doctor Lucio. Son apenas tres cuadras en las que los vecinos, cuando escuchan las oraciones cerca, salen a las puertas de sus casas para ver a los peregrinos en su andar.
Hasta los mismos diablos observan el paso de María y José. Se trata de dos actores que participan en una pastorela que tiene como escenario Plaza Fundadores.
Se llega a Doctor Lucio. La calle decorada con papeles de colores y faroles en algunas casas recibe a los participantes de la posada. El espacio es insuficiente para la cantidad de personas que se han sumado a la procesión. Por la angosta calle avanza de manera lenta los peregrinos. Los vecinos se instalan afuera de sus domicilios, en sillas esperan el paso de los peregrinos, quienes piden posada en dos domicilios. En el primero no son recibidos, se marchan del sitio, siguen adelante, esperando que una buena persona las reciba en una casa.
Entre misterio y misterio del rosario, así como cuando se pide posada, los frailes músicos interpretan villancicos, para amenizar el peregrinar. Llegan a una casa, la de la familia Luna Castillo, quienes organizan la posada, como cada tres años, explican los integrantes de esa familia. Entre hermanos y primos hicieron alrededor de mil 300 aguinaldos para repartir entre los asistentes.
La calle es una romería. A un costado de la misma una mesa da cabida a un grupo de adultos mayores, quienes conviven y charlan alrededor de un botella de tequila. Más allá, en una ventana, una botella de refresco y una de brandy esperan el mejor momento para ser consumidas.
Los vecinos de Doctor Lucio salen de sus casas, aunque ya no es igual, dicen los Luna Castillo, pues hay muchos vecinos que son nuevos y no se integran tan bien a las fiestas tradicionales del barrio.
Antes, recuerdan, todos los vecinos cooperaban con algo. Unos sacaban tamales, otros ponche, otros sacaban una piñata. Eso se ha perdido un poco en los últimos años, pero aún es una fiesta de los vecinos.
Además de los aguinaldos, recibir a los peregrinos y poner las piñatas, los Luna Castillo hacen la comida para los franciscanos. Los organizadores no escatiman, pues en las mismas piñatas, junto con las naranjas, cañas, mandarinas y dulces, van mezclados algunos billetes de 20 pesos y uno de 100, como aliciente para los niños que entre gritos y risas aporrean a las piñatas.
Se supone que tras romper las piñatas inicie la convivencia entre vecinos y asistentes, pero muchos se van, quienes no viven ahí. Los habitantes de Doctor Lucio se quedan, queman pirotecnia, platican, y hacen de la calle su espacio, la toman por unas horas, se apropian de la misma para hacer comunidad, para estrechar vínculos preservando una tradición que parece tan antigua como las mismas calles que son su escenario.