“¿Cómo está su vida? Si está sufriendo de uno de estos problemas (vicios, pesadillas, es víctima de brujería, depresión, oye voces, angustia, soledad, mala suerte…), márquelo con una equis, venga a esta dirección y su vida cambiará”, puede leerse en el volante que se distribuye por calles de San Juan del Río.

Héctor, sexagenario taxista, llegó a la céntrica Iglesia Universal del Reino de Dios para encontrarse con un pastor de origen brasileño, quien lo recibió afectuosamente una vez que le dijo tener un mal bastante más complejo que los enlistados: un Síndrome de Clippers, afectación neurológica diagnosticada y tratada en una clínica del ISSSTE a la que accede gracias a un familiar.

Han pasado dos años desde aquél encuentro, periodo en el que, según cuenta al pasajero, ha mejorado mucho. “Antes parecía discapacitado, se me iba todo, pero ya desde entonces entré en sanación y ya nomás me queda el mareo y el dolor de cabeza, pero estoy mejorando, como ya me ve aquí, trabajando mi taxi”, dice el hombre.

–¿A poco lo curó esa Iglesia? –se le pregunta y el manejador adivina la intención.

—Mire, el padrecito de la San José Obrero ya me dijo que no crea en eso, que es brujería, que te sacan el billete. Pero cuando uno tiene salud, no cree en nada; pero cuando está enfermo, dice: vamos, órale, yo quiero entrar en sanación.

“Claro, en el ISSSTE me están dando mis medicamentos y los tomo como dice mi doctor. Pero también hago natación, una señora de por allá me pone imanes, mi esposa me da tés de quien sabe qué yerbas y también voy con el pastor, con quien me digan.

“No es que sea tonto ni rico. Ya le eché lápiz y me sale carito estar yendo al Pare de Sufrir, porque allá no es de dar tres pesitos, como en la del cura, sino lo mínimo son 50 o 40 lo menos. ¿Qué tal si me pongo mal otra vez y luego ya no me ayudan?”.

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