Carlos lleva dos años y cinco meses detenido en el Centro de Internamiento y Ejecución de Medidas para Adolescentes (CIEMA). CIEMA. Su delito: violación. Apenas tenía 15 años cuando cometió la agresión. No busca justificación, pero confiesa que fueron varios factores que detonaron su conducta criminal: las malas compañías, la falta de su padre y no hacer caso a los consejos de su madre.
“Tuve que caer en un lugar como este para valorar los consejos que me daba mi madre”, comenta el joven.
Carlos es originario del municipio de Amealco. Sus raíces son indígenas y, como muchas familias de su comunidad, su madre se dedica a fabricar y a vender artesanías como muñecas, servilletas y figuras de barro.
Recuerda que cuando acompañaba a su mamá a vender artesanías en Tequisquiapan, las ganancias eran el principal sustento para mantenerlo a él y a sus ocho hermanos, pues su padre falleció cuando él tenía siete años.
Los hermanos mayores tenían que trabajar, de lo contrario no había suficiente dinero para que todos comieran. Aun así, cuenta que su madre les hacía una promesa permanentemente: “Mi apoyo siempre lo van a tener aunque sean rebeldes. Nunca los voy a dejar solos; comida nunca va les va a faltar. Sólo les pido que se porten bien y que me echen la mano, que no anden en malos pasos”. Pero Carlos no hizo caso.
“Ya no quise estudiar. Sólo iba a perder el tiempo. Mi mamá me dio escuela, pero yo nada más quise estudiar la primaria”.
Como no alcanzaba el dinero, Carlos decidió buscar un empleo para ayudar a la economía de la familia. Su primer trabajo fue como auxiliar en un restaurante. Le pagaban 100 pesos al día: 50 pesos eran para él, los otros 50 para su mamá.
Pero no era suficiente. Tenía que buscar más ingresos porque era necesario pagar las terapias especiales de Toñito, su hermano menor, quien tiene Síndrome de Down.
Buscó oportunidades de empleo en la capital y ahí comenzó a trabajar como ayudante de albañil. Los ingresos aumentaron considerablemente. “A la semana ganaba mil 200 a mil 400 pesos”.
Tenía 14 años cuando comenzó a trabajar en la construcción. Una parte de sus ingresos eran destinados para ayudar a su madre, pero “comencé a drogarme y a beber mucho. Me empecé a juntar con personas negativas. Cambié mucho mi personalidad.
“Mi mamá me pedía que no tomara, que no siguiera el ejemplo de mi papá, que falleció por tomar mucho alcohol. La verdad casi no lo recuerdo y no le pregunto más a mi mamá porque me dicen mis hermanos que la golpeaba cuando estaba borracho”.
La adicción de Carlos crecía y la rebeldía en contra de su madre y contra el mundo también. “Cuando llegaba golpeado a la casa, mi mamá me preguntaba que quién me había pegado. Yo no me acordaba, sólo le decía que era por andar de borracho”.
Carlos no da detalles del delito que cometió, pero da muestras de arrepentimiento. “Me acuerdo que cuando me agarraron sólo pensaba en mi mamá y en mi hermano Toñito. Eso me deprimía mucho. Estar aquí me ayudó a valorarlos. Los extraño mucho”.
Está a punto de cumplir los 18 años y de terminar la preparatoria. Ha logrado aprender oficios como carpintería y herrería, que desea poner en práctica cuando sea libre.
“Sí me arrepiento. Pienso que en vez de estar aquí encerrado podría estar ayudando a mi madre. Ahora sé que lo primero que voy a hacer cuando salga es buscar un trabajo para apoyarla a ella y a Toñito. Lucharé por ellos”.