Desde las tres de la tarde y a pesar del calor, los 40 abuelos que viven en el Asilo San Sebastián, salen al jardín y ocupan sus lugares en la cafetería recién montada. Esperan visitas. Como cada miércoles el programa Invita un café a un abuelo significa para ellos una tarde llena de charlas y nuevos rostros por conocer.
Este programa se implementa en el asilo desde los primeros días del mes de abril, primero se pensó como un programa piloto, pero la respuesta fue excelente desde la primera tarde, por lo que el personal directivo del lugar ya contempla una ampliación.
Elizabeth Ugalde es la encargada de la operación del asilo y la mente maestra detrás de este proyecto.
“Hay personas que vienen con sus familias, con sus bebés, algunos incluso con traje o uniforme de sus trabajos porque terminan sus labores y se dan el tiempo de venir para acá. La cara de los abuelos es de felicidad porque esta gente viene y los escucha. Con este proyecto se generó la ilusión porque los abuelos ya esperan este día, piden que los bañemos, que los pongamos guapos para sus invitados. Al principio teníamos miedo de que los abuelos se sintieran invadidos, pero fue todo lo contrario”, comenta.
El primer miércoles de ‘Invita un café a un abuelo’ se montó una cafetería improvisada y rústica con sillas giratorias y escritorios de oficina, el personal del asilo usó lo que tenía a su alcance para que la tarde de charla se realizara con éxito.
Para sorpresa de Elizabeth y del padre Gabriel Álvarez, director general del asilo, bastó con anunciar el proyecto en redes sociales para que decenas de personas interesadas en visitar a los abuelos llamaran al asilo para agendar citas.
Una empresa local que asistió a estas primeras tardes de charlas y café, donó varios juegos de jardín y ahora el lugar luce mucho mejor y con más vida. Así es como las mesas con sombrilla, manteles largos y hasta flores frescas como centro de mesa, forman el marco perfecto para que los abuelos cuenten sus historias a completos desconocidos dispuestos a escuchar.
Las visitas de los abuelos son jóvenes, niños y adultos; gente de todas las edades acude entusiasmada a invitarles un café, una gelatina o una rebanada de pastel. Todos los alimentos se preparan en el asilo y se venden a bajo costo. Jóvenes universitarios apoyan como meseros, toman la orden y más tarde vuelven con los platillos.
Una de las visitantes recurrentes a estas tardes de charla y café, que cada miércoles a las cuatro de la tarde se encuentra con Anita, una de las abuelitas del asilo, describe la experiencia como algo inolvidable y conmovedor.
“Esta actividad es hermosa, yo siento que cada vez que vengo aquí no soy yo la que les regalo mi tiempo, sino que son los abuelos los que me regalan sus historias”, refiere.
El ambiente es el de una fiesta familiar, rompe con cualquier estereotipo sobre los asilos como lugares lúgubre y deprimentes; en estas tardes de café se toca la guitarra, se ríe a carcajadas e incluso alguno que otro valiente aprovecha para cantar delante de todos. Hay risas, abrazos y miradas sinceras, tanto de los abuelos como de los visitantes.
Cuando comienza a caer la tarde, los visitantes poco a poco se despiden. A pesar de la comodidad y la frescura del jardín, deben volver a sus actividades.