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Bancas con gente que se sienta a la sombra de la árboles, madres que pasean a sus hijos en carriola o niños que con vacilantes pasos avanzan por los pasillos, vuelven a ser los paisajes habituales en la Alameda, que tras meses de permanecer cerrada volvió a abrir sus puertas.
Atrás quedaron los días en los que los queretanos veían desde afuera, pegando los rostros a las rejas, el interior de la Alameda, su Alameda, la de todos los queretanos, la llena de ardillas “pedinches”, de aves, de los gatos cazadores que merodean de un lado a otro.
Hay un vigilante en cada acceso al parque. Vigilan quién entra y quién sale. Observan a todos los que ahí pasean. Desde la pareja de adolescentes que entra tomada de la mano, hasta la joven mujer, vestida de traje sastre negro, que se sienta en una banca a hojear un periódico y fumar un cigarrillo.
Recuerdos del recinto
En una de las bancas está sentado Ignacio Zúñiga Pacheco, hombre mayor originario de Corregidora, quien descansa en un banca de la Alameda.
Dice que el lugar ha cambiado mucho desde aquellos años de su juventud. Incluso, recuerda que muchos de los árboles eran pequeños en ese entonces, y ahora ya son más grandes y robustos.
“En mis tiempos venía poco. Pasaba por afuera porque tenía que ir a trabajar, pasaba de rápido, nada más”.
Sin embargo, recuerda que en una de las esquinas había un merolico que “despelucaba” a los ingenuos con el juego de dónde quedó la bolita.
Don Ignacio señala hacia la esquina de Corregidora y Constituyentes, “por allá se ponía”.
El hombre jubilado, recuerda que ese merolico era muy hábil con las manos, pues con los dedos podía esconder la bolita, por eso nunca había ganadores.
Antes no había pericos, indica, ahora ya hay muchos. También dice que las ardillas, desde ese entonces habitaban en la Alameda. Ahora no sabe si esta especie sobrevivió a la remodelación.
Ignacio dice que es soltero, nunca se casó, pues tuvo que hacerse cargo de la manutención de su familia, pues a su padre no le alcanzaba. Comenta que de niño, incluso, andaban descalzos, corriendo de un lado a otro “a pata pelona”. No hay amargura o dolor en la voz de Ignacio, es nostalgia.
Agrega que no tenían ni siquiera una buena casa, sólo ganaba para “irla pasando”, por lo que pensar en formar una familia, dejando a la suya en la indefensión, era algo complicado.
Agrega que para tener un ingreso extra vende elotes afuera de su domicilio, pues no le gusta estar sin hacer nada. El dinero extra también le cae bien.
Punto de reunión
Don Ignacio termina la charla. Se dirige a ver a un amigo que espera en la Alameda. Es su punto de reunión, frente a la fuente donde se encuentra la estatua de Miguel Hidalgo.
La de Ignacio es una historia de décadas, de un queretano de nacimiento, con recuerdos de una ciudad chica, con un modo de vida más tranquilo, sin tanto trajín y sin tantos habitantes.
Atrae a nuevos habitantes
Sin embargo, también se comienzan a forjar historias nuevas. Una joven madre pasea con su hija. La mujer no pasa de 30 años, mientras que la niña no rebasa los dos.
Se trata de Tatiana Contreras, originaria de Poza Rica, Veracruz, con menos de un año de residencia en Querétaro. La joven madre aprovecha que la Alameda ya está abierta y que el cielo está medio nublado para pasear con su pequeña.
Dice que la remodelación quedó muy bien, “se ve muy bonita con las mejoras que le hicieron, ahora es más agradable a la vista de los paseantes. Si de por sí me gustaba, ahora más, quedó mucho mejor”, apunta la nueva queretana.
Comenta que de Querétaro le llamó la atención el clima, que no es tan caluroso como en su tierra, además de que hay más ofertas de trabajo. Asimismo, es una ciudad más familiar, se puede hacer una nueva historia en Querétaro, sostiene Tatiana, mientras toma de la mano a su hija, quien quiere entrar al agua de la fuente, como hacen otros niños que pasean con sus madres y abuelas.
Los queretanos, de abolengo y nuevos, retoman sus espacios, sus puntos de reunión, para verse con los amigos, pasear en familia, crear nuevos recuerdos para tiempos futuros.
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