El 19 de marzo de 2015 un autobús de transporte público arrolló a una chica de 21 años en la calle Tequisquiapan, en la colonia Las Teresas. El accidente se dio cuando, al descender del autobús, una segunda unidad de RedQ impactó el cuerpo de la joven, quien a causa del accidente perdió una de sus piernas.
“No tengo el más mínimo recuerdo de cómo pasó. Sólo recuerdo que desperté en un hospital y pregunté: ¿Por qué estoy aquí?”, recuerda Celeste Ramírez, dos años después del accidente.
De estatura mediana, con cabello y ojos negros que resaltan sobre una falda azul marino, Celeste utiliza una prótesis fabricada en el Crimal, la fundación que la ayudó en su rehabilitación y en la que trabaja como psicóloga.
“Lo único que sabía era que no sentía un pie y pensé: ¡Lo tengo fracturado!... Entonces ahí empieza la historia, en la que yo me doy cuenta que estoy amputada; sin embargo, el proceso para mí no fue tan difícil en un inicio, pensé: ‘está bien, seguramente tendré que usar una prótesis y todo va a estar bien’. Empezó este proceso y todos mis familiares y amigos me apoyaron. Estuve en una zona de confort mucho tiempo, hasta que empecé a hacer la rehabilitación con una prótesis”.
“Ese fue un momento cumbre para mí porque cuando empezó mi proceso de rehabilitación, me doy cuenta de la realidad y la realidad era que era una situación difícil y aparte de eso, era algo a lo que me iba a enfrentar toda mi vida”, relata.
Cuando Celeste tuvo el accidente en marzo de 2015 estudiaba la licenciatura de Psicología en la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ); institución que le ayudó en su momento, con una terapia psicológica y que organizó una colecta para adquirir una prótesis.
En la rehabilitación, Celeste pasó de usar una silla de ruedas, a un par de muletas y después, un bastón; así concluyó el último semestre en la Facultad de Psicología.
“Estuve como un año entre adaptándome a una nueva prótesis y al cambio que significa pasar de ser universitario a una persona profesionista, que además no tiene empleo. De repente me encuentro con ese cambio y ahora tenía que ser una profesionista; a todos les causa angustia lo que les pueda pasar en un futuro, en eso me identificaba con todos mis compañeros, pero además yo tenía una angustia diferente. No sabía si en algún momento alguien me iba a contratar o no. No porque no sea capaz, sino porque hay una cuestión de discriminación por la discapacidad y en esta condición de nueva discapacitada, para mí era algo diferente”, menciona.
—¿Hay un estigma de la sociedad a las amputaciones, que se piense que pueden hacer menos que otros…?
—Sí, creo que sí. Lo considero porque a mí me ha tocado. No le puedo llamar discriminación, porque el hecho que te quieran ayudar no es eso, pero si te inutilizan como si ya no se sirviera para nada… Lo que me parece increíble… es que se pueda invalidar a una persona por no tener una parte del cuerpo. Esa persona no es su pie, no es su mano, esa persona puede hacer muchas cosas… Creo que mucho es por desconocimiento.
Después de salir de la universidad Celeste realizó su servicio social —que había pospuesto a causa del accidente— en el Crimal. Ahí, una de las fisioterapeutas la invitó a dar pláticas a los pacientes para hablar de su experiencia y crear grupos de apoyo para personas, que al igual que ella, debían enfrentarse a una nueva condición de discapacidad.
“No sabía ni cómo hacerlo. Mi compañera me dijo: ‘Ven un día a hablar de lo que te pasó’. En esa charla-conferencia, me di cuenta que me gustaba y que a lo mejor no decía mucho, pero los pacientes se identificaban con lo que decía… y dije: ¡Wow, esto me gusta!”
En seis meses realizó su servicio social como sicóloga y aunque julio era la fecha de término del servicio, su estancia se prolongó hasta octubre. Tres semanas después de concluir con el trabajo, firmó su contrato para laborar como sicóloga clínica en la institución.
“Era sicóloga y amputada”. “Ya estando en la terapia sicológica clínica he crecido mucho más con los pacientes. Para mí fue muy pesado porque pensaba ‘¡Me identifico muchísimo con ellos!’. Pensé que no podía hacer esto y pedía revisiones, asesorías a los maestros… En ese tiempo estaba más inserta en la institución porque ya no era una paciente que hacia su servicio social, sino que empezaba a ser profesional en todo el sentido de la palabra. Era una sicóloga, era amputada y también podía ayudar a otras personas”.
“Realmente, aunque no te sientas mal, aunque nunca te hayas caído, aunque no te haya pasado por la mente una palabra como depresión o tragedia, creo que todos necesitamos un apoyo sicológico porque es un proceso de adaptación y a veces no lo puedes hacer solo… Necesitas la terapia sicológica, porque lo que necesitas es apoyo y a veces es lo que menos tienes.
“Todo mundo pensaría que en una situación así la familia se acerca y lo que yo he encontrado en clínica con el paciente es el abandono después de ser una persona productiva, una persona que se puede desplazarse autónomamente te vuelves a una persona con discapacidad, con problemas de desplazamiento, de autonomía y te vuelves una carga y lo que provoca es que la familia se aleje y se generen divorcios y todo este tipo de cosas son comunes en los pacientes”, agrega.
Batalla legal. Aunado al proceso de rehabilitación fisioterapéutica y psicológica, durante un año y medio posterior a la fecha del accidente, Celeste enfrentó el proceso legal en contra de la empresa de transportes.: “Cuando llegaron al hospital querían darnos una hoja que se supone era para otorgar el perdón legal a toda persona culpable. Mi papá no lo firmó porque aparte de que yo no estaba en condiciones de hacerlo, no sabía ni de que se trataba”.
El proceso duró alrededor de un año y medio, periodo en el que recibieron la asesoría de diferentes abogados del Ministerio público, la UAQ y el Crimal.
Las opciones para atender el problema se redujeron con el paso del tiempo a aceptar una indemnización por poco más de 400 mil pesos o irse a juicio en contra de la empresa y el conductor.
“Yo creo que ninguna cantidad de dinero te puede pagar una pierna, así sea todo el dinero del mundo, prefieres tu pie… Nosotros tuvimos un tiempo para pensarlo y logramos consultarlo con un abogado en la universidad y el Crimal. Todos nos dijeron: ‘si ustedes se van a juicio, para empezar no tienen una garantía que condene al conductor, y luego... si hay la condena, no se la dan a 10 años, ¿de qué les sirve? En ese tiempo el conductor podía volver a tomar un transporte público”, menciona.
Al cerrar el proceso legal, Celeste menciona que su estancia en el Crimal le ha servido para buscar profesionalizarse en la rehabilitación de pacientes amputados, una especialidad en la que, según ella, pocos se enfocan.
“En la parte de sicología y amputación para la rehabilitación con amputados no hay mucho. Eso es una expectativa personal y profesional… también [dedicarme a ello] en el estado, porque no se conoce nada al respecto y ni siquiera hay instituciones que manejen este tema”, concluye.