El mole siempre ha sido un sello particular en la vida de Jovita Hernández Martínez, que prepara este platillo típico desde los nueve años, cuando ayudaba a su mamá a atender a su padre y a sus cinco hermanos.
Sus papás sembraban chiles en El Marqués, por eso nunca faltaron los ingredientes para hacer mole en las bodas, en los quince años, en los bautizos, incluso era la comida de cada día en la familia.
Recuerda esos primeros años en que seguía instrucciones de su madre Juana Martínez, y molía los ingredientes en el metate. Por eso no apuntó la receta, porque lo que bien se aprende jamás se olvida.
“Yo cocino mole desde que tengo uso de razón, éramos seis hermanos pero yo era la única mujer, tenía que cocinar porque esa es una tradición que tenemos desde mis bisabuelos, mis papás eran jornaleros, sembraban chile, entonces sólo se les ocurría hacer mole y ahí tenían todo”.
“Antes yo lo hacía con metate y con leña, pero, pues el tiempo pasó y ahora lo hacemos con gas y con molino. Me gustaba mucho hacerlo a la antigua, pero ahorita me faltan fuerzas, hacerlo así es más trabajo y ya hago más mole”, dice.
Cuando Jovita se casó con Juan Sánchez Martínez y se mudaron a Hércules, su receta secreta para preparar mole artesanal, como lo llama ella, seguía conquistando paladares, por eso a petición de vecinos y conocidos, colocó un modesto letrero en la puerta de su casa con la leyenda “se vende mole en pasta”, y poco a poco su buen sazón se corrió de boca en boca, hasta llegar a oídos del delegado de Villa Cayetano Rubio, Sergio Soto, quien le pidió que cocinara para una fiesta que tendría con su familia.
“El delegado vino y me dijo '¿Que tú cocinas un mole muy bueno?’ y lo le dije que yo no sabía decirle, que él mismo tenía que comprobarlo”, recordó.
Sergio Soto quedó encantado. Canalizó a Jovita con regidores, directores e inspectores, para que la aconsejaran y le dieran información para que abriera su negocio y vendiera mole en más cantidad.
Así es como supo de una concurso de la tienda Walmart, que convocó a los mejores cocineros del país, la empresa seleccionó a los 60 mejores y los capacitó sobre finanzas, registro de marca y administración.
Jovita quedó seleccionada y se capacitó en la Ciudad de México. Ni ella ni su familia lo podían creer.
“Yo sin estudios, sin conocimientos, sin nada, estuve ahí, pensé que no iba a poder, pero sí pude. Llegué al curso y me encontré con jóvenes, bien preparados, gente con sus productos ya en videos, llevaban sus grabadoras, sus celulares, sus computadoras y yo no llevaba nada, más que mi conocimiento. Gracias a Dios tuve mucho apoyo de esa tienda, no nos cobraron ni un peso, yo les decía que no sabía nada, y todos me preguntaban si se me ofrecía algo y me ayudaban porque se me hacía imposible sacar porcentajes”.
“En ese curso me sentí liberada, porque no salía de mi casa, no sabía de fiestas, de bailes, de cines, de nada, y llegué yo sola hasta México. Aún van a mi casa a darme cursos de cómo debo tener mi cocina, me invitan a eventos como este, en la feria de la cañada he ganado dos veces el primer lugar por hacer el mejor mole”, cuenta.
Luego de la capacitación en la Ciudad de México, Jovita registró a su nombre la marca Mole Doña Jovita, aplicó código de barras en sus etiquetas y comenzó a enfrascarlo.
Ahora el Mole Doña Jovita se vende en varias carnicerías de Querétaro y en su domicilio particular, donde instaló su negocio y actualizó su cocina tradicional a una cocina industrial, pues prepara 36 kilos cada tercer día.
Además de que esta pequeña empresa ayuda significativamente a la economía familiar, dice que el mayor beneficio es personal.
“Más que el beneficio económico me ayudó muchísimo en lo personal, al superarme, porque mi papá decía que la mujer no debía de estudiar porque tenía que estar lista para su casa y para su marido, y eso me tenía muy apachurrada, no me valoraba, pero a partir de esto del curso, me di cuenta que no es necesario tener estudios para trabajar y superarnos”, resalta.
La receta artesanal sigue vigente en la familia, aún se pasa de generación a generación, además de Jovita, su hija Patricia Sánchez Hernández y su esposo Juan continúan cocinando con ese estilo.
Imposible resistirse. En la Feria Artesanal instalada en el Centro Cultural Manuel Gómez Morín, Jovita acomoda frascos de mole en un pequeño stand, al centro de la mesa una cazuela de barro contiene mole caliente espolvoreado con ajonjolí, otro recipiente está lleno de totopos. Algunos de los asistentes miran desde lejos, otros miran más de cerca, se dejan llevar por el olor de las especias, pero todos son recibidos con las palabras: “¿Gusta probar el mole, señorita?”, “Pase a probar el mole artesanal”. Y nadie se resiste.
Además de enfrascar y vender mole en carnicerías, en el mercado de abastos y en su propia casa, también es contratada para cocinar en eventos sociales.
“Yo creo que mi mole les gusta a todos porque lo preparo de una forma artesanal, no con químicos ni conservadores como otros. Además de que lo hago con amor. Antes las abuelas sabían hacer comidas bien ricas, mucha gente dice que les recuerda al mole que hacían a sus mamás o sus abuelas”.
“Mi visión es darle trabajo al adulto mayor y a los estudiantes, porque también me contratan para eventos, y me llevo a los muchachos para meseros, así la ayuda es mutua. El mes pasado me salieron cuatro eventos, uno cada semana, hasta de 250 personas, la gente poco a poco conoce mi comida y la va pidiendo”, cuenta Jovita, que vende su producto en Avenida Hércules 109 poniente.