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La lluvia cae de manera ligera en la ciudad. Un puñado de hombres oriundos de Oaxaca no detiene su trabajo. Mientras unos colocan vidrios, otros terminan de soldar la estructura de la estación Carretas del nuevo sistema de transporte en avenida Constituyentes.
Los trabajadores dan los últimos detalles a la estación, previo a la inauguración del nuevo sistema de transporte público en la ciudad de Querétaro.
Jorge Roberto Cruz Mendoza, uno de los trabajadores que da los últimos detalles a la estación, continúa con su labor sin importar las gotas de lluvia. Instala los cristales que protegerán a los usuarios de las inclemencias del tiempo.
Originario de Pinotepa Nacional, Oaxaca, dice que lleva varios meses viviendo en Querétaro. Al igual que él, la mayoría de sus compañeros son originarios de aquel estado.
Roberto menciona que la colocación de vidrios no es complicada, pues “sólo hay que agarrarle la maña”, además de que lleva más de ocho años dedicándose a este oficio, a pesar de que apenas llega a los 24 años de edad.
A su alrededor los automóviles pasan sin casi notar la presencia de este grupo de hombres oaxaqueños que dejaron su tierra para trabajar en Querétaro por unos meses, contratados por una empresa dedicada a la instalación de vidrios y cancelería.
El joven, de voz pausada y trato amable, comenta que empezó a trabajar entre los 13 y 14 años, en su tierra natal.
“Tenemos una empresa que se dedica (a colocar estas estructuras) se llama Aerocanceles templados. Trabajamos para esa empresa, tenemos un patrón”, explica, al tiempo que indica que a donde contraten a la firma ellos van, para cumplir con el trabajo encomendado.
Del otro lado de la terminal sus compañeros están soldando una estructura en la parte alta de la estación. Sobre una torre, un hombre coloca los puntos de soldadura en la estructura, mientras algunos peatones curiosos voltean a ver el trabajo que hace el personal presente.
Ya no se ven albañiles.
El trabajo de construcción está terminado, ahora prosiguen con los detalles, los puntos finos, lo que hará lucir y cambiarle la fisonomía a la tradicional avenida queretana, una de las más importantes de la capital, pues por un lado lleva a la zona de El Mirador, en el área de El Marqués y por el otro se une a la carretera libre a Celaya, pasando por el municipio de Corregidora, uniendo a tres ayuntamientos metropolitanos.
Roberto explica que durante el tiempo que dure su trabajo debe de permanecer en Querétaro, pues la lejanía de su hogar no le permite visitar los fines de semana a su familia.
Apunta que en tierras queretanas lleva viviendo por dos meses, y aún le falta un tiempo semejante, pues piensan concluir con sus labores en las diferentes estaciones hasta octubre.
El ruido de los motores de los camiones no molestan a los trabajadores, pues están equipados con sus tapones de oídos, además de contar con chalecos y cascos, para su seguridad y ser visibles por los automovilistas, que en ocasiones desesperados por la existencia más frecuentes de embotellamientos en las calles de la capital, apenas ven la luz verde del semáforo aceleran a fondo para pasar antes de que el semáforo cambie nuevamente a rojo.
Roberto apenas si se da cuenta de lo que pasa a su alrededor. Está concentrado en la instalación de los vidrios, dando la espalda al arroyo vehicular.
Señala que la ciudad de Querétaro es más tranquila que su tierra, pues no hay tanta inseguridad como de donde viene. “Hay menos delincuencia, en Pinotepa está medio feo. En Oaxaca ya no puedes andar a ciertas horas de la noche en la calle”, abunda, mientras toma un rollo de cinta azul.
Comenta que durante su estancia en Querétaro él, junto con sus compañeros, ocupan una casa, donde todos cooperan para los gastos, mientras que para su comida la empresa les manda viáticos.
Agrega que salir a pasear en su día de descanso es algo que no pueden hacer, pues en su caso destina ese día de la semana, el domingo, para lavar su ropa, “ahora sí que de la casa al trabajo, y del trabajo a la casa”.
En una camioneta con los rótulos de la empresa Aerocanceles el chofer espera. Dos de sus compañeros se acercan a la unidad por material para trabajar. En la parte de atrás de la camioneta una bocina reproduce canciones de Rigo Tovar, que alegra y hace menos monótona la jornada laboral de los trabajadores oaxaqueños.
En todo este tiempo en Querétaro no ha podido ver a su esposa e hijos. Al recordarlos, el semblante de Roberto cambia. La sonrisa desaparece y su rostro se entristece. En Pinotepa lo esperan su esposa y sus dos hijos, de cuatro y cinco año de edad.
Apunta que el contacto no lo pierde, pues habla constantemente por teléfono con ellos, además de cada semana, devotamente, les manda dinero para los gastos de la casa.
Roberto retoma sus actividades laborales. Son casi las 14:00 horas y la hora de la comida está cercana. Deben apurar el paso, pues el “chipi chipi” que se siente en la ciudad, amenaza con convertirse en un aguacero en unas horas. Las inclemencias del tiempo atrasan su trabajo y la entrega de la obra, pero aún más importante para Roberto y sus compañeros, retrasa el regreso a casa, al lado de sus familias, retrasa los besos en la frente de sus hijos y los abrazos de las esposas.