Maríel Chegüe Montoy ingresó al Ejército Mexicano cuando sólo tenía 19 años de edad; se formó en la Escuela Militar de Odontología, en la Ciudad de México, y ahora, a sus 25 años de edad, ya ocupa el grado de subteniente, es comandante de la Escuadra Dental en el Séptimo Regimiento Mecanizado en San Juan del Río, Querétaro, que forma parte de la 17 Zona Militar.
“Lo difícil no es ingresar al Ejército, lo difícil es permanecer”, comenta la joven subteniente originaria del estado de Guerrero, y que se integró a la 17 Zona Militar el pasado mes de septiembre.
La formación militar no estaba en los planes iniciales de Maríel Chegüe Montoy; de hecho, la comandante de la Cuadrilla Dental estudió un año de la licenciatura en Químico Farmacobióloga, pero la constante suspensión de clases por protestas y manifestaciones estudiantiles o de los docentes, la hizo cambiar de opinión.
“Fue mi mamá la que me sugirió estudiar otra cosa, y de hecho ella misma me sugirió entrar al Ejército; mis papás jamás me han limitado o me han impedido algo, al contrario, siempre me han apoyado para que yo haga lo que realmente quiero hacer. Tengo un hermano que también es militar, entonces siempre tuve eso como inspiración”, señala.
“Ingresé a los 19 años, son cuatro años de carrera más uno de servicio, cuando terminamos ese año de servicio nos asignan un destino, que en mi caso fue Querétaro. Tener esta formación puede ser muy complicado, se requiere mucho equilibrio, porque prácticamente estudiamos dos carreras, primero ser militar y después ser cirujano dentista, como es mi caso”.
El reto inició desde la presentación de los exámenes de admisión. Maríel tuvo que aprobar varias evaluaciones físicas, sicológicas, médicas y culturales. Una vez que obtuvo los resultados necesarios se integró a la Escuela Militar de Odontología, e hizo sus prácticas profesionales en la Unidad de Especialidades Odontológicas, ambos lugares en la Ciudad de México.
La transición de una rutina de civil a una de militar fue dura, comparte la subteniente; sin embargo, asegura que cada hora de entrenamiento valió la pena.
“Nos levantábamos a las cinco de la mañana porque el paso de lista es a las 5:45. Después tomábamos academias con clases muy prolongadas. Iniciábamos a las ocho de la mañana y terminábamos casi en la noche, después teníamos que arreglar nuestros uniformes para el siguiente día”, señala Chegüe Montoy.
“Toda esta rutina al principio sí me costaba trabajo, levantarme temprano, conocer los uniformes, aguantar la disciplina, pero entre compañeros nos apoyamos, una vez que dejas tu casa, tus compañeros se convierten en una nueva familia”, afirma.
Maríel Chegüe es la dentista del Séptimo Regimiento Mecanizado, su labor se centra en cuidar la salud bucal de cada uno de sus compañeros, y también la de sus familias. Sin embargo, la subteniente sabe que en todo momento debe estar lista para ayudar en cualquier tipo de emergencia.
Adaptarse a la vida diaria en la escuela militar, en donde se tiene un alto grado de exigencia, no fue lo más complicado, comparte Maríel, sino la separación de su familia. Recuerda que la primera semana de formación fue la más larga de todas, pues extrañaba a su familia y a su hogar; sin embargo, cada vez que se ponía el uniforme confirmaba que estaba en el camino correcto.
“Lo más difícil en todos estos años ha sido estar lejos de mi familia, aunque después esa distancia se convierte en algo habitual. La primera semana que llegué a la escuela fue eterna para mí, dos horas me parecían días completos, me veía en el espejo con mi uniforme pixelado y no me reconocía, pero me di cuenta que mis otros compañeros también sentían lo mismo, por eso mismo creamos lazos tan fuertes entre todos”, dice.
Contrastando con aquellos días de melancolía e incertidumbre, Maríel también recuerda los momentos más gratificantes de su formación, como la primera vez que participó en un desfile, donde su padre, con lágrimas en los ojos, la miró marchar, representando a las Fuerzas Armadas de su país.
“La hermandad que hice con mis compañeros es algo de lo más gratificante en esta historia, son como mis hermanas y hermanos, y ahora que nos separamos siento que tengo hermanos en todo el país. También la primera vez que participé en un desfile es un escalofrío enorme, lleno de emociones y nervios, aquella primera vez mi papá fue a verme, y al terminar el evento lo vi muy emocionado y contento por haberme visto de esa manera, fue una experiencia muy bonita, portar el uniforme y sentir la admiración de la gente. Al final todo se resume a una felicidad compartida con tu familia, es muy bello. No me arrepiento de la decisión que tomé hace cinco años”, señala.
Maríel considera que formar parte del Ejército Mexicano es una actividad para cualquiera que esté dispuesto a hacer sacrificios por su país. Por eso, cinco años después de que inició su formación militar, se dice orgullosa de cada decisión que ha tomado hasta ahora.
A pesar de la distancia que se interpone entre ella y su familia, a pesar de cambiar de residencia constantemente (primero para estudiar, después para trabajar), a pesar de las jornadas extenuantes de servicio, entre otras mil cosas más, la subteniente Maríel Chegüe Montoy asegura que cada paso ha valido la pena.
“Lo importante es tener fe en uno mismo, aquí, hombres y mujeres son iguales, si los demás pueden hacerlo, debemos tener claro que nosotros también podemos”, comenta.