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"Tiene buena mano. No me dolió nada”, dice un hombre mayor a la enfermera que le acaba de aplicar la vacuna contra la influenza en el módulo que se instala, como cada año, en la Plaza de Armas. Desde el primer día de la campaña la población de adultos mayores, responde de manera copiosa a la convocatoria de las autoridades de salud.
Dos enfermeras y una mujer del personal administrativo atienden a los adultos mayores. Mientras las primeras aplican el biológico, la tercera toma sus datos y llena los pequeños formatos que comprueban que han sido vacunados.
El movimiento es constante. Los adultos mayores no paran de llegar. Preguntan si es para vacunarse contra la influenza. Les responden que sí. Toman su lugar en la fila y esperan con paciencia su turno.
Son los primeros en recibir la vacuna. Es la población más vulnerable , al igual que menores de cinco años, son prioritarios para ser inmunizados.
No hay quejas, no hay molestia, las enfermeras de la Secretaría de Salud hacen su trabajo de manera rápida.
Les piden a los adultos mayores que se descubran el brazo. La aguja se hunde en el músculo y el biológico es aplicado. No pasan más de 10 segundos.
Estos procesos se hacen parte de la vida diaria de la población para protegerse de las enfermedades. El año pasado, con la emergencia sanitaria por el Covid-19, la gente acudió de manera masiva a vacunarse contra la influenza. Este año el interés por vacunarse no ha disminuido.
María Yolanda Hernández es una de las adultas mayores que acuden a vacunarse este primer día. Va en compañía de su esposo, David.
Dice que cada año acude a vacunarse. “Es por precaución, hay que vacunarnos. Entre más viejos hay que cuidarnos más, para durar un poco más”.
Cuenta que tiene 78 años, “pero parezco de 15”, dice. Agrega que hace menos de un año acudió a vacunarse contra el Covid-19. En el caso de la campaña contra la influenza, dice que se enteró por su hija.
El esposo de María Yolanda se vacuna después de ella. No tarda mucho. Ambos se retiran rumbo al Andador Libertad.
El trabajo no da respiro al personal de Salud, el cual apenas tiene tiempo para ausentarse por unos minutos del módulo para necesidades físicas.
Los mayores no paran de llegar. Algunos en pareja, otros en solitario, algunos más acompañados de sus hijos o algún familiar. Los acompañantes esperan sentados en las bancas o jardineras de la Plaza de Armas.
Tras ser vacunados algunos aprovechan para observar el Altar de Muertos que se montó en el lugar y que aún permanece.
Otros encaminan sus pasos hacia sus hogares o sus trabajos, aprovechan que sus centros laborales están cerca.
Las personas que caminan por la Plaza de Armas observan con curiosidad la fila que se forma. Algunos creen que se trata de la vacuna contra el Covid-19. Las enfermeras responden que no, que es contra la influenza y que es para la población vulnerable (…) por enésima vez.
Agregan que aún no saben cuándo será para población abierta, aunque esta no debe tardar mucho. Unas semanas, quizá.
Alrededor del módulo de vacunación los boleros esperan clientes. Los restaurantes cercanos reciben a sus comensales. La vida comienza a tener nuevamente su ritmo, el de antes de la pandemia, cuando los cubrebocas, la sana distancia y el “quédate en casa” no existían.
“La emergencia no se ha terminado, pero se tiene que seguir viviendo. No nos queda de otra”, dice un hombre mayor.
Detrás de él, otro hombre desabotona su camisa para descubrirse el brazo. Lleva manga larga. Lo hace sin pudor. Lo más difícil es que hace frío. Se tiene que volver a vestir rápidamente.
Aunque la vacuna se aplica en los centros de salud y unidades médicas familiares, los módulos que se ubican en plazas o centros comerciales, son los más frecuentados por los ciudadanos, por la facilidad para llegar..
Sin embargo, hay algunas personas que no desean vacunarse contra la influenza. Dicen no confiar en los biológicos.
Un hombre, por ejemplo, le dice a su acompañante que prefiere cuidarse y no vacunarse. Para él existen otros remedios, más naturales, para protegerse.
Algunos adultos mayores muestran temor a la agujas de las jeringas. Las enfermeras les piden que se pongan “flojitos”. Aún así, cierran los ojos o prefieren voltear hacia otro lado cuando son vacunados.
Son parte de una generación acostumbrada al trabajo duro, a “aguantar vara”, a no quejarse de todo. Quizá se trate de la última generación “dura” que soporta estoicamente los problemas de la vida, que disfruta tras décadas de actividad pero que quieren seguir sanos.