La importancia de la población afrodescendiente en la historia de Querétaro ha quedado relegada, pero su presencia fue esencial para el desarrollo de la ciudad durante La Colonia, pues fueron mano de obra importante para el desarrollo industrial. Incluso, la herencia cultural está presente en tradiciones que se consideran únicamente indígenas.
En los archivos del estado las transacciones de esclavos son numerosas. Como en el expediente 193, donde se da cuenta de la venta de doña Ignacia Matilde de Ortega, mujer de don José León de Terán, a don José Velarde, con fecha de marzo 26 de 1751.
Patricia Pérez Munguía, profesora de la licenciatura y maestría en Historia, así como del doctorado de Estudios Interdisciplinarios de la Facultad de Filosofía de la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ), explica que los primeros registros de la población afrodescendiente en la entidad se encuentran en el Censo de Revillagigedo de 1791.
La doctora Pérez Munguía ha investigado la presencia de la población afrodescendiente en las ciudades virreinales de Valladolid (hoy Morelia), Querétaro y la Ciudad de México.
“Se sorprendería de la cantidad de afrodescendientes que había. A diferencia de las costas de Guerrero, Oaxaca, Veracruz, que tienen actualmente una población evidentemente afrodescendiente, en el caso de la población de Querétaro hay muchos factores por los que no es tan visible.
“En primer lugar tenemos un importante índice de mestizaje. Algo que pude ver, no en el Archivo Histórico, eso lo vi más bien en el Archivo Parroquial, viendo los matrimonios, bautizos y defunciones no me fije tanto, pero en bautizos sí y en matrimonios también, porque va dando una idea del mestizaje”, señala.
Describe que hay muchos matrimonios de mulatos y mestizos, lo que da un perfil del queretano de hoy día. También da un perfil del habitante de la Ciudad de México. De hecho, abunda, todas las ciudades pujantes de la Nueva España tuvieron una importante mano de obra esclava. De otra manera no hubieran sido pujantes, y Querétaro es una de ellas.
Explica que Querétaro es la tercera ciudad del virreinato en el siglo 18, y se pelea el primer lugar con Tlaxcala y Puebla, en la elaboración de obrajes, de telas. Si una ciudad tiene una importante producción de obrajes, los indígenas tenían prohibido trabajar en esta actividad.
“No se podían contratar indígenas en los obrajes porque el trabajo no era un buen ejemplo de cristianización. En el obraje pasaban cosas muy lamentables para las condiciones del trabajador. Los encerraban de uno a tres por meses y no podían salir. Los edificios que fueron obrajes en Querétaro eran realmente pequeños y tenían entre 50 y 70 operarios adentro. Eran cárceles en donde había aprendices y reos. Niños de entre 11 y 13 años, a quienes sus mismos padres los llevaban a que aprendieran un oficio.
“Esta población es la que estaba produciendo los obrajes, y si se prohibía que los indígenas trabajaran en los obrajes, quién lo iba a hacer. Principalmente lo hacían mulatos libres. Eso es lo que hizo muy pujante a la población de trabajadores en Querétaro”, narra.
La otra importante concentración de mano de obra estaba en la fabricación de tabacos, en donde sí se podía contratar a indígenas.
La docente señala que es ahí donde cobra importancia el censo de 1791, pues da cuenta de que más de cinco mil personas trabajan en los obrajes, mientras que entre dos mil y tres mil personas lo hacen en la fábrica de tabacos.
Se tenía una ciudad muy industrial y muy pujante con mano de obra indígena y mulata.
La población de Querétaro era muy diferente a la actual. En 1771 hubo un censo cuya cifra cambió porque en 1778 hubo una importante epidemia de viruela, y con esa enfermedad murieron más de 6 mil personas en la ciudad. En los obrajes la epidemia fue particularmente letal.
“Lo que he encontrado en el informe del obrajero es que el obraje cerró porque se apestó. Eso quiere decir que en el obraje hay montones de personas muertas. Hay bajas importantes en la población”, subraya.
Luego, en el informe realizado por Humboldt habla de 18 mil habitantes, ya se estaba recuperando. Las bajas de 1778 fueron importantes”, enfatiza.
En Querétaro incluso había una calle de los obrajes, son dos cuadras cercanas al templo de Santa Ana. Otros se ubicaban en el barrio de San Sebastián, por la Casa del Faldón. A un lado de la notaría parroquial del templo de Santiago Apóstol, en la actual calle de Próspero C. Vega había otro obraje, al que demandaron en dos ocasiones por contaminación.
Los obrajes no eran lugares limpios, señala, pues se limpiaba la lana con lejía, y de pronto había en la calle, en temporada de lluvias, los desperdicios de lana con restos de sangre y lejía que molestaban a los vecinos.
Patricia Pérez dice que en el siglo 17 ocurrieron cosas interesantes en Querétaro. Un siglo antes fue la fundación, de un lugar llamado “pueblo de indios”, que queda circunscrito al barrio de La Cruz y San Francisquito.
En La Cruz, indica, está el “pueblo de indios”, que no es industrial, es un pueblo que comenzó a congregar población natural de diferentes etnias, consolidó un asentamiento con ayuda de los frailes franciscanos y de los caciques locales, pero es claro que a finales del siglo 16 el panorama cambia para Querétaro.
En 1540 se descubrieron las minas de Zacatecas y Guanajuato. Querétaro quedó como un punto intermedio entre estos centros mineros y la Ciudad de México. Se volvió un punto de descanso luego de una jornada de camino. Los viajeros eran mineros y comerciantes, principalmente, que vieron a Querétaro como un lugar de estancia, donde se quedaban una noche y se iban. Eso fue atractivo para los españoles que pronto ven interés como asentamiento a Querétaro.
El final del siglo 16 y el inicio del 17 vio la transformación de Querétaro de “pueblo de indios” a ciudad de españoles. Los recién llegados no pelearon con los indígenas. Ellos vinieron a asentarse fuera del “pueblo de indios”. Los españoles construyeron el actual casco de la ciudad de Querétaro, hacia el poniente de La Cruz.
A mediados del siglo 17 se solicitó que Querétaro dejara de ser un “pueblo de indios” y los poderes se concentraran en una ciudad de españoles.
“Es este paso cuando los españoles necesitan mano de obra. Necesitan esclavos y comienzan a comprar y traen esclavos. Llega alguien con el interés de establecer un obraje y que además coincide en que San Juan del Río se está convirtiendo en un centro importante de producción de ovejas, por lo que se dan las condiciones para el asentamiento de obrajes. En la segunda mitad del siglo 17 ya vemos un diseño, donde la ciudad está hecha por obrajeros, para que crezca la producción”, abunda la investigadora de la UAQ.
La compra y venta de esclavos se registraban de manera puntual con los escribanos de la ciudad, quienes apuntaban todo lo relacionado a la compra-venta.
Norberto Rodríguez Carrasco, jefe de Sección del Archivo Histórico, explica que en los documentos de los escribanos se especificaba la edad, la razón de la venta, y en ocasiones aparecen en testamentos, porque también se heredaban a sus descendientes o a alguien en especial.
“En ocasiones, en el testamento también decía que le daba la libertad o le otorgaba la libertad, según fuera el caso, porque ya había servido mucho tiempo. Algunos esclavos incluso podían pagar su libertad, pero eso tenía que ver mucho con los dueños. Hay que destacar que si la mujer estaba embarazada también el hijo iba a ser esclavo”, agrega.
Gustavo Pérez Lara Hernández, historiador y promotor cultural de la Secretaría Adjunta de la Presidencia Municipal de El Marqués, recuerda que en 1625 los jesuitas comenzaron con la protección de algunos ciudadanos afrodescendientes.
Precisa que unos de los benefactores de los jesuitas, Diego de Barrientos y Ribera, y su esposa María Lomelín, quedaron inmortalizados en una pintura que se encuentra en las escaleras del patio barroco de la exprepa Centro, donde se aprecia un niño afrodescendiente protegido por la pareja.
Pérez Lara Hernández agrega que los españoles trataban bien a sus esclavos, dándoles buenas condiciones de vida, porque en algunas ocasiones había un interés sexual en las esclavas o esclavos.
Se habla de dueños o benefactores que tenían gustos diferentes.
Pérez Murguía, por su parte, dice que la herencia cultural africana se puede ver en la cocina, la música, los bailes, incluso en la forma de abrazar a los niños.
La investigadora agrega que los afrodescendientes no desaparecieron, sólo hay que mirarse los unos a los otros para ver en dónde está el mestizaje y que permanece hasta la actualidad.