El 10 de mayo para muchos queretanos es día de visitar a mamá, de estar con ella, de decirle que se le ama, aunque ya no esté en este plano material, por lo que acuden a los panteones de la ciudad a visitar su lugar de descanso.
Uno de los más concurridos es el panteón en la colonia Cimatario, llegan con flores que compran en los puestos que se instalan en las inmediaciones del camposanto.
Algunos, en solitario, otros en familia, para limpiar la tumba y dejar un ramo de rosas en el lugar del descanso eterno de la progenitora.
No falta quien lleva música a las tumbas, esas canciones que gustaban a la jefa de la casa, que escuchaba mientras preparaba la comida o limpiaba la casa. El panteón se convierte en el lugar de reunión para las familias.
Gabriel Bejarano García acomoda unas flores en la tumba de su madre, María García, quien dejó este mundo en 2002.
Han pasado 20 años y el recuerdo de mamá María está presente todos los días en la memoria de su hijo.
El hombre de mediana edad acomoda las flores. “Uno hace lo que puede. La experta en arreglos no vino”, dice, al tiempo que muestra su dedo cortado con la cuchilla con la cual recorta los tallos. “Ahorita me limpio”, agrega.
En la misma tumba también está enterrado su padre. Sus hermanos están en la preparación de la comida en casa, pero él debía pasar por al panteón a visitar la tumba de su madre, para dejar unas flores y estar unos momentos con María, su mamá, y para evitar que se quede sin su arreglo.
“Yo siempre ando recordando a mi mamá. Era muy noble. Todo el mundo la quiere, hasta sus nietos. Es muy añorada, siempre fue tierna con todos sus hijos y sus nietos. Siempre la guardamos en el corazón.
“Yo me acuerdo mucho de ella porque utilizó muchas de sus frases. Todo lo que ella dijo alguna vez lo repito. A los niños chiquitos les decía ‘demontres’, por no decirles otra cosa. Siempre les ando diciendo demontres a los niños. Es la forma en la que la recuerdo”, señala.
Gabriel dice que como toda mamá tenía a sus consentidos. Daniel, era el consentido, al que no quería que jamás lo molestaran. Esa, “jamás”, era otra de las palabras que usaba mamá María, y que también es de las palabras usadas por Gabriel. La madre marca de por vida.
A la distancia se escucha música; algunas personas llevan mariachis y tríos de música norteña a las tumbas de las mamás que ya partieron. Las familias se reúnen alrededor de las lápidas con los nombres grabados de las mujeres que formaron y unieron familias, mujeres que eran el lazo, la unión de un hogar.
Nadia Itzel García Lázaro, junto con su padre, Guillermo García García, y Leticia, acuden a la tumba de Sara Lázaro, madre de Nadia y esposa de Guillermo. Sara dejó esta dimensión apenas en septiembre pasado. Los ojos de Nadia se humedecen al recordar a su madre. En la misma tumba está sepultada también su hermana, Nora García Lázaro, quien dejó este mundo en 2019.
“Yo siempre creí que sólo me quedaría con una hija y le dije que le iba a poner Sara [es un nombre muy fuerte] para que, por si se queda sola, se pueda defender. Mi mamá era muy fuerte, muy aguerrida”, dice Nadia sobre su recuerdo.
Dice que nunca se puede superar la ausencia de una madre. Narra que la historia de vida de sus padres fue dura, pues les tocó perder a tres de sus hijos.
“No sé qué será peor, si ver que tus hijos se van antes que tú… no sé cómo el corazón de mis papás, cómo hayan aguantado. Todos eran jóvenes… hay que seguir adelante”.
Nadia comenta que de su mamá recuerda todo: La vida… la tenacidad de su madre para sacarlos adelante, que estuvo siempre de pie para sacarlos adelante a todos.
“La historia de mi mamá es diferente. Mi mamá era la chiquita de mi familia. Mi mamá vio partir a toda su familia, sus papás, sus hermanos, sus hijos”, comenta a este diario.
“Recuerdo a mi mamá fuerte, aguerrida y siempre ayudando, siempre viendo por los demás. Creo que eso fue lo que nos dejó a nosotros. Trabajadora al 100 por ciento. Siempre nos dijo que lo que teníamos eran manos y pies para trabajar. Así somos todas”, afirma.
Nadia, Guillermo y Leticia terminan de acomodar las flores que llevan en la tumba de Sara y descansan un momento bajo la sombra de los árboles del camposanto. Llevan botellas de agua y un refresco, como muchas familias que además de llevar flores a las tumbas de las jefecitas, preparan algunos alimentos para comer en el sitio.
Quienes no llevan comida, salen a comprar tostadas con nopales y papas que se venden afuera del panteón.
El ir y venir de gente no se detiene en el panteón municipal de El Cimatario. La afluencia es constante. La gente debe de apurarse, pues las puertas cierran a las 17:00 horas.
“Vamos a ver a mi mamá”, dice una mujer a sus dos hijos pequeños, de no más de ocho años el mayor de ellos. Lleva un ramo de flores y camina lentamente, bajo el sol y los 33 grados Celsius de temperatura que se sienten en la calle, aunque al interior del panteón, bajo los árboles, el calor es más soportable.
Las notas de Amor eterno se escuchan a lo lejos. En una tumba un joven sentado en cuclillas mira la tumba frente a él, mientras una mujer joven y una niña no mayor de cuatro años lo observan de frente.
Más allá, una mujer sola parece charlar con la ocupante de una tumba decorada con flores blancas. De fondo, la música, cuyos intérpretes tiene más trabajo en estos días, no sólo para las mamás que están en este mundo, también homenajean y deleitan con sus notas a aquellas que ya partieron, que dejaron un hueco en el corazón de sus hijos, de sus nietos, de quienes las conocieron y extrañan.