Martha, ayudada por Ciri, atiende a las clientas que llegan a su mercería, un negocio que abrió hace 35 años y en el que, desde entonces, surte de hilos, agujas, estambres, cierres y cualquier otro producto necesario para remendar, zurcir o crear vestuario y ropa de uso diario.
Martha dice que comenzó su mercería después de casarse, pues no la dejaban trabajar, por lo que decidió abrir un comercio para mantenerse activa.
Detrás de los acrílicos en los mostradores, instalados como medida sanitaria para evitar la propagación del virus SARS- CoV-2, causante de la enfermedad Covid-19, señala que el último año ha sido complicado para su negocio, para toda la ciudadanía y para el sector comercio.
“Mi negocio es un negocio chiquito. Tuve que hacer ciertas modificaciones para proteger a las personas y a nosotras, a mi empleada y a mí de la pandemia con acrílico, con los geles y todas las medidas de seguridad que uno debe de tener.
“Me ha ido mal, porque inclusive, si se fija, sólo tengo una empleada y aun así se me ha hecho difícil sostener el ritmo de compras y de pagar sueldos, Infonavit, Seguro Social. Como muy a fuerza, arrastrando la cobija, porque nos ha ido muy mal”, indica.
Incluso, confiesa que varias veces pensó en cerrar, pues tenía que poner dinero de su pensión para poder mantener el negocio, que se mantuvo cerrado durante dos meses por la emergencia sanitaria.
El día transcurre tranquilo en la mercería El Costurero, en la calle Madero, en el centro de Querétaro. De pronto un cliente, luego otro. Se suman tres clientas más que llegan a preguntar por productos o compran algo para arreglar ropa.
La mercería luce diferente a como era antes de la pandemia. Según Martha, los mostradores se tuvieron que mover para evitar que los clientes ingresen al interior del local.
Ahora, una pequeña parte del negocio sirve para despachar a los compradores. El resto se “bloqueo”, con el propósito de tener condiciones de sanidad.
Para volver a abrir, dice, tuvo que hacer una fuerte inversión para la colocación de los acrílicos y remodelar el negocio.
Ciri escucha a la distancia la conversación de Martha. Luego dice que su jefa, con quien lleva trabajando alrededor de 25 años, se comporta humanamente con ella, pues le brinda buenas condiciones de trabajo y “cuando hay buenas ventas, me da un dinero extra”.
Ciri añade que es un buen trabajo, ya que es tranquilo y limpio; los productos no se echan a perder y atender a la clientela le agrada. Dice que por un tiempo no trabajó en la mercería, pero después de dos años regresó nuevamente. En otra ocasión quiso cambiar de empleo, pero su jefa no la dejó ir.
Martha, en tanto, afirma que son pocos los negocios de su rubro que sobreviven pese a los años y la misma pandemia. Apenas cuenta dos más en la capital queretana. Son giros en extinción, explica.
“Lo que me llevó a tener esta mercería es que siempre me ha gustado trabajar. Cuando me casé no me dejaban trabajar. Entonces fue que puse un negocio. Empecé con algo muy chiquito, y luego crecí. Siempre he estado aquí, la gente me confunde con otra mercería que había por el centro, en la misma calle de Madero, que creo era la de Franco Muñoz, pero no tengo nada que ver”, abunda.
Precisa que la clientela acude a comprar lo clásico que vende en la mercería: hilos, agujas, cierres, botones, listones.
Agrega que aunque parece que no, la industria del vestido es muy fuerte, pues aún hay costureras; explica que hay gente a la que le gusta que le hagan ropa a su medida o, en el caso de los vestidos de novia, en el mismo local lo pueden hacer, sólo necesitan llevar la tela.
Martha señala que, a pesar de la creencia generalizada que las actuales generaciones han abandonado la costumbre de confeccionar sus propias prendas de vestir o elaborar costuras y carpetas, “hay de todo tipo de gente que todavía borda. No es sólo gente de edad. Ellas ya no pueden porque ya muchas no ven. Lo hacen las hijas, las nietas. Sí, todavía hay clientas”, asevera la mujer.
Aunque hay de todo, “como el viña del Señor”. Narra que una ocasión llegó una joven preguntando por algo para arreglar la bastilla de su falda.
Martha dice que le recomendó aguja e hijo, pero la mujer quería un pedazo de cinta, porque no sabía coser y ella se ofreció a enseñarle.
Precisa que, por otro lado, hay jóvenes mujeres que ven en la confección de prendas una carrera y un modo de salir adelante en la vida, pues también existen quienes se preparan profesionalmente para hacer una carrera con la cual puedan ganarse el sustento y destacar.
“Hay otras chicas que por supuesto son buenísimas, que saben coser y son muy jóvenes. Ahora he notado que hay muchas escuelas que enseñan a cortar y a coser, que son las que forman a las diseñadoras. Ellas, esas chicas, están empezando una carrera como cualquier otra”, platica Martha.
“El diseño les deja. Tengo una clienta que me contó que hizo una solicitud a un concurso en España y lo ganó con un vestido tipo oaxaqueño. Pero ahora tiene un problema, porque le pusieron una vacuna (contra el Covid-19) que no es la Pfizer y que para entrar a España necesita tener esa vacuna”, agrega.
Martha y Ciri vuelven a su trabajo. Los carretes de hilo, agujas, estambres, botones y cierres permanecen en perfecto orden en la mercería que se niega a desaparecer y que, como dice Martha, seguirá por muchos años más.