Querétaro, Qro.-
A pesar de la pandemia y a que desde el lunes se repartió la ceniza “para llevar”, cientos de fieles llenan el templo de La Cruz y otras iglesias de Querétaro, para conmemorar el miércoles de ceniza y que el sacerdote les recuerde que “polvo son y en polvo se convertirán”, en el inicio de la Cuaresma que, al igual que la del año pasado, estará marcada por el Covid-19.
A pesar de que desde el lunes pasado se estuvieron entregando los sobres con ceniza para que los fieles católicos se la pusieran en sus casas y evitaran aglomeraciones en los templos, son muchos los que prefirieron acudir el miércoles, y que fuese un sacerdote quien se las colocara.
“Hermanos, conservemos la sana distancia”, dice una de las mujeres que reparte las bolsitas de ceniza en el templo a La Cruz a los devotos que acuden el miércoles de ceniza para cumplir con el ritual que marca el inicio de la Cuaresma católica.
Durante todo el día hubo misas en La Cruz, así como en otros templos capitalinos.
Los feligreses acudieron de manera constante. A todas horas entraban a los templos. En el caso de La Cruz, aún sin misa, los fieles ingresaban para recibir ceniza. En las dos puertas del lugar, la principal y la de la capilla contigua, mujeres con chalecos rojos que las identificaban como edecanes tomaban la temperatura a quienes ingresaban al templo, aunque en raras ocasiones voltearan a ver el registro que indicaba el lector térmico.
Adentro, las bancas marcan los lugares que pueden ser ocupados y cuáles no. Se deja un lugar de distancia entre feligreses. A quienes esperan la salida del padre y a que los laicos encargados de marcar con ceniza las frentes no les cuesta trabajo mantener la sana distancia. Los encargados, cuando ven que se reúne un número importante de fieles los llaman para que tomen ceniza.
En un inicio se juntan mucho en la fila, hasta que les recuerdan que deben guardar la sana distancia. Poco a poco se hacen hacia atrás y esperan sus turnos.
Las campanas llaman a misa. Poco a poco los feligreses llegan, como en otros años, como antes de la pandemia, aunque ahora todos llevan el rostro cubierto con cubrebocas, detrás de los cuales rezan, piden a Dios el fin de la pandemia o recuerdan a un ser amado que murió.
Afuera, en el atrio del templo, los puestos de comida, cerrados desde meses atrás, abren por esta ocasión, en espera de los clientes, de los feligreses que podrían querer, tras participar en la eucaristía, un buñuelo o unos tacos.
En el otro extremo del atrio, los artesanos ofrecen sus productos, además de espinas en forma de cruz, famosas del templo del mismo nombre y que son buscadas por turistas que visitan la ciudad, aunque en esta ocasión los visitantes de otras partes escasean.
La mayoría de quienes llegan a La Cruz prestan poca atención a los comerciantes.
Apuran el paso para encontrar lugar en la nave principal o en la capilla contigua, donde se adora al Santísimo Sacramento.
Los lugares son pocos para la cantidad de personas que llegan a misa a las dos de la tarde. Pronto todos los lugares disponibles están ocupados. Quienes no alcanzan lugar en las bancas ocupan los pasillos.
Los más sensatos escuchan la misa desde la puerta del templo, donde el sonido permite escucharla de manera apropiada y con cierta sana distancia.
La Eucaristía transcurre; el cura llama a bendecir la ceniza y a imponerla en la frente de los fieles presentes. Les pide que pasen poco a poco para recibirla, que no se aglomeren.
El proceso lleva unos minutos. Dos laicos que apoyan en la ceremonia les dicen a quienes se acercan al altar dónde tienen que esperar su turno, para no estar tan cerca del devoto que está frente a ellos y del sacerdote.
De la capilla del Santísimo también acuden quienes ahí participan en la misa. Por un momento hay molestia de éstos, pues no les permiten pasar. Los laicos sólo dan el paso a quienes hacen fila en el pasillo central del templo. Tras la protesta, pasan uno y uno. La Eucaristía continúa, se acerca el momento de la comunión.
Una joven, quien no se había percatado de la cantidad de personas dentro del templo alcanza a mascullar tras el cubrebocas “¡qué miedo!”.
Las bancas están llenas totalmente, hay personas en los pasillos. La fe es grande, aunque el riesgo también lo es.
La comunión se ofrece a los fieles en la mano; la hostia pasa de la mano del cura a la mano del devoto, que la toma y luego comulga. El sacerdote camina por el pasillo central para ofrecer el sacramento. Luego de llegar hasta la puerta, regresa al altar para terminar la ceremonia.
Casi al final, llega una mujer acompañada de tres niños. La mujer que toma la temperatura en la puerta del templo ya no está. La mujer y los menores entran apresurados, pasan de largo por donde está el gel antibacterial. No hacen caso del producto.
En su camino se encuentran de frente con quienes salen del templo. La sana distancia desaparece y todo salen rápidamente, mientras otros más desean ingresar. Un hombre pregunta a una de las edecanes, las mujeres que ayudan en la organización, si están imponiendo ceniza. La mujer responde que sí. El hombre entra. No le toman la temperatura, aunque sí se aplica gel antibacterial. La fe vuelve a imponerse al miedo a los contagios... las tradiciones son más fuertes.