Los clientes que acuden al café de Alejandro Villafuerte, frente a la plazuela Mariano de las Casas, se sorprenden al ver una réplica de La Gioconda, de Leonardo Da Vinci en el baño, pero Alejandro explica: se dice que esa pintura fue localizada en un baño, entonces, fue una manera de recrear esa leyenda. Villafuerte en la cafetería, mezcla sus tres pasiones: coleccionar antigüedades, el arte y el gusto por el aromático.
El local no es muy grande. Apenas caben tres mesas en el interior y otras cuatro afuera. Buena parte del local lo ocupan algunas vitrinas con antigüedades, como muñecas, fotografías, talqueras, tinteros, y una curiosa botella de una purificadora de sangre, “producto milagro” del siglo XIX que prometía curar cualquier enfermedad que se padeciera.
En los muros, las pinturas decoran el sitio. Algunos son réplicas, otros son originales. Alejandro explica que un cuadro, “el aprendiz de arte”, lo compró en una subasta hace unos años en Londres. Es un cuadro de finales del siglo XIX.
Apunta que su fama como coleccionista de antigüedades le ha permitido también de hacerse de algunos artículos que la gente le lleva a vender, pues a los dueños no les interesa conservar esos objetos, que en ocasiones son muy poco valorados, aunque para los ojos expertos son piezas invaluables.
Explica que otro de los cuadros que tiene en la cafetería lo compró en mal estado, incluso roto. La pintura muestra a unas aves. Dice que cuando lo compró sólo se veía un pavorreal, pero tras restaurarlo quedó cuadro impecable de mediados del siglo XIX.
Alejandro, originario del estado de Veracruz, pero avecindado en Querétaro desde el año 2001, arquitecto de profesión, explica que desde hace mucho siente el gusto por las antigüedades, aproximadamente hace 30 años, cuando comenzó coleccionando estampillas postales, para luego pasar a otro tipo de productos.
Llegó el momento en que al interior de sus casa había muchas cosas, pero debió de empezar a vender algunas de las mismas, pese a que todos sus artículos les gustan.
“He ido comprando por temporadas. Empecé con timbres, después tinteros. Luego de que empecé con tinteros también inicié con otras cosas. De ahí en alguna ocasión se me ocurrió abrir una galería de antigüedades, y caminando por aquí, vi que estaba este espacio, en la plazuela Mariano de las Casas. En mi familia son cafeticultores, entonces viendo la plaza y viendo el espacio, pensé en poner un café, junto con las antigüedades, en un concepto muy interesante.
La gente que viene les llama mucho la atención, primero porque ven las cosas, luego la mezcla de los conceptos. Vienen muchas personas que tienen cosas en sus casas, se sienten identificados”, indica.
Apunta que en algunas ocasiones le dejan objetos a consignación, pero muchas otras más se los vende, siempre y cuando le gusten. Alejandro hace memoria, piensa qué objeto es el más antiguo que ha caído en sus manos.
Dice que lo que se le hace más raro es que lleguen a sus manos objetos de porcelana que tengan más de un siglo, en perfecto estado, “que la gente tenga en cuidado con sus objetos para que se conserven, o algún documento. Pero los objetos de porcelana, muchos han sobrevivido la primera y la segunda guerra mundial”.
Añade que muchos de los objetos de su colección son europeos, como un muñeco alemán de data de principios del siglo pasado. La mayoría de las antigüedades, dice, son europeas, pocas cosas son mexicanas. Hay gente que se dedica a buscar juguete popular, y se especializan en la colección de los mismos.
Comenta que él no hace “cacerías” de objetos, pues no puede salir por tiempo y recursos. Casi todo llegan a venderselos, sus conocidos o a la misma cafetería.
En medio de olor a café, Alejandro dice emocionado que hay forma de reconocer los objetos que son del viejo continente, como un abanico que se encuentra en una pared que, explica, eran productos importados de Europa, pues en México, hace más de 100 años no se hacían en América.
Otra de las rarezas que muestra es una María Antonieta, cuyo cabello está hecho de hilos de seda, y la ropa con encajes de Bruselas, una pieza que sorprende por su delicadeza.
Además hay fotografías, y equipos de higiene para los viajes, con jabonera, talquera, cepillos para zapatos y ropa, que muestran el estilo de vida que se tenía hace siglo y miedo.
Los bordados también llaman la atención de Alejandro. De un cajón saca una colección de carpetas pequeñas, tejidas con diferentes estilos y que juntos con unos pañuelos, son piezas curiosas que posee.
“La gente que nos dedicamos a la colección de cosas, no buscamos, más bien las cosas nos encuentran a nosotros. Llega el momento en el que uno sale y hay cosas que te gustan. En determinado momento uno dice quiero un documento de tal época, o un libro de tal autor”, asevera.
Agrega que hay diferencia entre un coleccionistas y un chacharero, pues los segundos muchas ocasiones sólo venden, y a fuerza de comprar y vender se van haciendo expertos en ciertos productos. Los coleccionistas saben el valor y la historia de los productos que tienen y que muchas ocasiones tienen que vender para tener espacio en sus casas.
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