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Anastasia Julián Cayetano no separa la mirada de la muñeca que tiene en las manos. Con habilidad, la artesana originaria de Amealco, a diferencia de otras de sus compañeras, no se mueve por las calles. Bajo un árbol del atrio del templo de La Cruz elabora sus artesanías, pues padece una enfermedad que le impide caminar con normalidad.
Toma la muñeca, en cuya cara están marcados los lugares donde estarán los ojos. Debajo de un plástico saca aguja y estambre. Comienza a bordar los ojos de la pieza. En pocos minutos están listos. Luego toma estambre rojo y hace la nariz y boca. En unos cuantos minutos la muñeca tiene una cara.
Anastasia dice que es originaria de San Ildefonso, en Amealco. Vive en Querétaro, donde vende sus muñecas todos los días. Al igual que muchas artesanas ve afectadas las ventas de sus productos.
En el atrio del templo de La Cruz sólo hay un par de puestos de artesanías abiertos. Los que ofrecen comida permanecen cerrados. Los visitantes son pocos y se entiende que los comerciantes no quieran abrir para operar con pérdidas.
El lugar elegido por Anastasia es fresco. Bajo la sombra de un árbol puede trabajar y no sentir calor. Levanta la mirada mientras dice: “Hay días que se vende [muñecas], hay días que no. A veces dos. A veces tres. A veces ninguna”.
Comenta que para hacer más eficiente el trabajo artesanal, primero corta y hace toda la forma de las muñecas. Ya cuando tiene una cantidad, con la forma básica y su ropa, comienza a hacerles el rostro y los tocados en la cabeza.
“No podemos hacer una por una. Es más trabajo. Cuando tenemos todo para armar, las hacemos, unas 10, ocho”, indica.
Narra que aprendió sola a hacer las muñecas. Viendo cómo estaba hecha tomó una, la desarmó. Cada muñeca es diferente, lo que hace a cada pieza única.
Anastasia ofrece muñecas en diferentes tamaños. Trabajo que necesita de mucha habilidad y dedicación para detallar cada una. Todo cosido a mano, sin máquinas.
“Nosotras hacemos estas muy diferentes a las que hacen en otras partes. Estas son diferentes todas y son originarias de Querétaro”.
En los puestos abiertos que están a las orillas del atrio también se venden artesanías, además de espinas en forma de cruz, de las que crecen en el convento de La Cruz. Sin embargo, son pocos los paseantes que se acercan. Apenas unas cuantas personas cruzan el atrio para “cortar camino”. Los turistas casi no se ven.
Detrás de los puestos, tres personas, dos hombres y una mujer, elaboran barcos de madera, que venden en 100 pesos.
En tanto, Anastasia apunta que un día cose, otro rellena muñecas y otro hace la cara.
Explica que antes de aprender a hacer las muñecas, las compraba a otras artesanas para venderlas luego en las calles de Querétaro, hasta que aprendió a elaborarlas. A veces, cuando las compraba, no siempre “salía” para surtirse de nuevo. Ahora ella misma hace las piezas que espera comercializar.
Agrega que en estos tiempos de pandemia y con un número creciente de contagios de Covid-19, aunque no quiera debe de salir a trabajar. Su sustento depende totalmente de las ventas que pueda lograr en un día.
“Le hace falta a uno salir. Le hace falta qué comer. Debe salir para vender. Lo que salga, aunque sea poquito, lo que salga, porque ahorita no tenemos. Nosotros vendemos para pasar el día”, apunta.
Anastasia dice que en ocasiones llega desde las ocho de la mañana y se va hasta las ocho de la noche, la mayoría de los días, aunque las ventas no sean muchas, como en diciembre pasado, cuando se supone que habría más personas pero no. La gente no salió de casa.
Añade que en el atrio de La Cruz lleva dos años vendiendo. Antes caminaba por las calles del centro de Querétaro, pero una afección en las piernas, que le impide caminar, la obligó a pedir un permiso especial para no moverse de ese lugar, a lo que las autoridades municipales accedieron.
“Desde chiquita no puedo pararme, camino sentada. Antes, aunque sea sentada yo caminaba. Llevaba mis cosas a vender”.
Indica que muchos de los artesanos que acudían a vender al atrio dejaron de ir desde el inicio de la emergencia sanitaria. Otros apenas hace unos cuantos meses.
Añade que además de la tolerancia para vender de manera fija, no recibe apoyo gubernamental, por lo que sus únicas fuentes de ingreso son las muñecas. De ahí debe de “salir” para la comida, pagar la renta del lugar y otros gastos que se van presentando en el día a día.
“De repente llega una persona, te compra una o dos muñecas, pero nada más. No se vende como antes. Antes llegaban muchos turistas. Ahora no, la gente no sale”.