Son adolescentes. Algunos aún conservan rasgos y actitudes de niños. Otros luchan por ser adultos y ser tratados como tal. Es el turno del bloque social de 12 a 17 años el que será inmunizado contra la Covid-19.
Se trata del la primera generación nacida completamente en el siglo XXI a la que le toca ser inoculada contra el virus que causó la contingencia.
Antes de las 8:00 de la mañana, hora en la que la Secretaría de Bienestar convoca a los menores y a sus padres para que los chicos sean vacunados contra el virus SARS-CoV-2, ya se forma una fila de unas 200 personas. Algunos de los menores que serán inmunizados portan uniformes escolares, pues tras acudir a su cita con la salud, acudirán a su cita con la academia.
Es el caso del centro de vacunación instalado en el estadio La Corregidora de Querétaro, en la capital del estado.
Como alguna otra generación que acudió a inmunizarse, los padres acompañan a sus hijos a vacunarse.
Los adultos, ya con más experiencia en el proceso, pronostican una espera larga, pero no es así. La experiencia del personal de Bienestar y Salud hace que el trámite sea rápido.
La gran mayoría de los “vacunandos” acuden con “ropa de civil”: jeans, camisetas, tenis, sudaderas... ropa cómoda que les permita descubrir su hombro derecho. La espera es breve. Por los altavoces del estadio, habilitado nuevamente como centro de vacunación, la voz de una mujer advierte que sólo se aplicará la primera dosis de la vacuna contra la Covid-19 a menores de entre 12 y 17 años de edad. Que quien no lleve impreso su formato de vacunación no podrá ser inmunizado.
Personal de Bienestar verifica los formatos impresos y la CURP de los adolescentes. Si no hay problema, pasan de inmediato al recinto donde está las sillas y toman asiento.
El acceso a las células de vacunación es rápido, al menos en la mañana de este sábado. La fila afuera del estadio no es tan extensa ni tan lenta. Se avanza de manera rápida. En menos de 15 minutos los chicos y sus padres están dentro del recinto.
Poco después de las ocho de la mañana los vendedores de aguas, antojitos y dulces, apenas se instalan. Los padres madrugaron para llevar a sus hijos a vacunarse.
“Fórmate aquí, quédate quieto”, dice una madre a su hijo, mientras esperan ingresar al lugar. Los integrantes de la fila avanzan en silencio, apenas si mascullan algunas palabras.
Otros chicos se acercan al muro que separa las gradas del estadio, en donde un grupo de jóvenes se acerca para poder ver la cancha.
Se da el acceso a los pasillos donde están las sillas negras acomodadas en filas y con cierta distancia entre sí.
Los niños ocupan un lugar mientras que los padres se sientan enfrente, a unos metros, en donde pueden ver a sus vástagos mientras son vacunados.
Mientras, el personal sanitario, en lo que dura la espera, da a los padres de familia una pastilla reveladora (para ver dónde hay más posibilidad de caries) y un cepillo dental. Ambos son para los niños, para conocer en qué parte de la boca hay presencia de daño en los dientes y que ahí se ponga especial énfasis en la higiene bucal.
La mayoría de los adolescentes se entretiene con su teléfono celular. Sólo una de ellas, para pasar el rato, lee uno de los tres libros que lleva consigo. Un caso especial y una imagen cada vez más extraña: la lectura.
El momento ha llegado. Cuando los chicos ven a las enfermeras acercarse acomodando las mesas donde pondrán las vacunas, jeringas y torundas, se mueven inquietos en sus lugares.
Otra enfermera les explica cómo deben de llenar sus formatos para las vacunas. Les aplican el biológico de Pfizer. Los chicos llenan sus formatos con ayuda del personal sanitario.
El momento ha llegado para los adolescentes, quienes abren los ojos cuando ven a las enfermeras y médicos acercarse a ellos con jeringa en mano y les dicen “súbete la manga hasta el hombro”.
La mayoría resiste y coopera de buena manera. Algunos entran en pánico y se niegan a ponerse la vacuna.
Por unos segundos las enfermeras tratan de convencer a los chicos que se niegan a vacunarse, por un temor aprendido, socializado e influenciado por su círculo familiar.
Una enfermera advierte que si no se vacuna tendrá que retirarse, pues retrasa el proceso de todo el personal y de los chicos que esperan a ser vacunados. Aquellos que sienten temor se sobreponen y aprietan los ojos para no ver la escena en la que son inmunizados.
Se toman la torunda y la aprietan sobre el pinchazo. Se escuchan algunas expresiones de dolor, se quejan por el piquete, pero se sostienen. Vale la pena, pues han sido más de dos años de temor, de encierro, de renunciar a media vida, de no jugar con sus amigos, de no ver a sus amigos, a sus maestros.
Esperan por unos minutos, mientras se toman el brazo y se quejan por el pinchazo.
Luego de un rato las quejas desaparecen, buscan con la mirada a su padres que los ven a la distancia o que les tomaron la foto del recuerdo.
El personal de Bienestar indica a los padres que se pongan de pie, hagan una fila y esperen a sus hijos. Lo hacen por células, para evitar aglomeraciones.
Luego los chicos se ponen de pie, les ponen una ligera activación física y les dicen que se retiren con sus padres.
Los chicos se reúnen con sus papás o mamás, quienes les preguntan cómo están. Algunos responden que no dolió. Otros, que no se sintió nada. Algunos más preguntan si tendrán que ir a clases. Aún es temprano. Pero no, para la mayoría será día de ser consentidos en casa.