José Luis Pérez despacha una orden de tacos en el puesto que su madre atendía y que tuvo que cerrar hace dos años por la pandemia; pese a que el año pasado ya pudieron vender, ella, por su edad, decidió ya no regresar. Ahora él continúa con el legado de 22 años de ofrecer tacos de canasta, en una vaporera.
Instalado a un costado de una gasolinera en la avenida Luis Vega Monroy, José Luis se refugia de los rayos del sol bajo una sombrilla.
Dice que quizá por la pandemia aún no hay mucha gente en la calle, no hay clientes, además porque la economía no se acaba de reponer de los efectos del SARS-CoV-2.
“Yo tengo poquito aquí, tengo apenas un año. La que duró muchos años aquí fue mi mamá [María de Jesús Pérez], 22 años aquí. Ella ya no vende, ya se retiró definitivamente”, indica.
Precisa que su madre aún vive, pero ya no quiso trabajar en la venta de taquitos de canasta. Recuerda que con la pandemia no podía salir, por ser una mujer mayor. Temía que la fueran a quitar de su puesto, luego, decidió permanecer en casa, hasta que tomó la decisión de pasar la estafeta a su hijo.
El escenario es diferente al que se podía ver hace dos años o hace uno, cuando las personas todavía no se animaban a salir a la calle. Ahora, el movimiento es más constante.
Justo frente al puesto de José Luis los autobuses hacen parada, por lo que el flujo de personas en la zona está garantizado, así como las ventas, pues cerca del lugar apenas hay una persona que también ofrece tacos, platillo que este 31 de marzo celebra su día.
José Luis dice que sus tacos son de carne, huevo, chicharrón, frijol, papa y queso.
Indica que por ahora las ventas suelen ser variables. “Es muy variable [la venta]. A veces [vendo] sólo 200 [tacos], a veces son 50, 150... es muy variable el día”, precisa.
Por la pandemia, indica, las autoridades no dejaban que se instalara, además por la edad de su mamá tampoco la dejaban instalarse para vender.
A lo largo de 22 años de vender en la zona, María de Jesús se hizo de clientes que hasta la fecha la buscan.
José Luis precisa que muchas personas la han ido a buscar al puesto, preguntan por ella, por su salud y si está bien.
Responde que sí, que está viva, sólo que decidió que era tiempo de dejar el puesto de tacos para vivir más tranquila.
José Luis apunta que el lugar donde se ubica con sus tacos es seguro, pues la gente ya sabe que en ese sitio encontrará algo para comer, un refrigerio de media mañana o un antojo.
El hombre dice que vende de lunes a viernes, de nueve a dos de la tarde. El sábado vende su cuñada, y el domingo descansan. Todos los días cierra a las dos de la tarde, haya terminado o no los taquitos.
Apunta que el taco más vendido es el de carne. Se venden todos, pero el preferido por los comensales son los de carne.
La elaboración de este manjar, narra, tarda cuatro horas. Comienza su preparación a las cuatro de la mañana todos los días, para a las ocho de la mañana salir al punto de venta, instalarse y ofrecer su producto.
Además de vender tacos en ese punto, José Luis comenta que tiene otro puesto que atiende en la tarde, donde ofrece tacos de bistec, chorizo, cabeza y suadero. Jueves, viernes, sábados y domingos son los días que abre su local.
Él también hace los distintos tipos de salsas con los cuales vende los taquitos. Puede ser roja de chile de árbol con mora, o puede ser verde de tres chiles con habanero. Diario cambia las salsas.
Dice que su taco favorito es el de suadero, aunque comenta que luego de tantos años conviviendo con los taquitos todos les saben igual. Aunque, alerta, hay muchos taqueros que hacen “trampa” al momento de vender sus productos, pues dicen que son de carne, cuando son de migajas.
José Luis espera que el negocio se levante, que se recupere después de tanto tiempo de “vacas flacas”.
Confía en que los clientes regresen, que la gente diga que van a regresar a comprar con él porque sus tacos son los mejores. “Es lo que uno espera. No espero otra cosa”.