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Los ojos de Margarita Soto Valladolid se humedecen y su voz se quiebra. “¿Para qué me hace recordar’”, pregunta luego de comentar que su marido murió el 1 de enero pasado de una enfermedad que venía acarreando.
La mujer encontró en el tejido una terapia ocupacional para seguir adelante en la vida ante la pérdida de su pareja.
Para muchas personas el 14 de febrero se vive en soledad. La pérdida de los seres amados, en algunas ocasiones por la pandemia, otras por el término natural del tiempo de vida, obliga a recordar con nostalgia y, en algunos casos, con dolor.
Dedicada actualmente al hogar, señala que años atrás laboró en el Seguro Social, de la cual es jubilada a la fecha. “Ya sabes, cuando uno está mayor ya te sobra el tiempo, entonces a bordar, a tejer”, indica.
Margarita ofrece sus productos en el mercadito de Bienestar, en la dependencia del mismo nombre, cada 15 días.
Recuerda que hasta antes de la pandemia acudía a la Casa del Jubilado y el Pensionado de Estado de Querétaro, donde recibía clases de tejido, bordado, baile, “de muchas cosas”, dice.
Sin embargo, cuando comenzó la emergencia sanitaria por el SARS-CoV-2 ese recinto cerró sus puertas. Las personas adultas mayores eran las más vulnerables a enfermar y morir.
Margarita dice que tiene dos años, “lo que llevamos de la pandemia” que dejó de ir a este lugar que hasta la fecha permanece sin actividades abiertas a los asistentes.
La mujer observa los productos que ofrece a quienes acuden a la delegación de Bienestar en Querétaro. Los puestos que se instalan van desde los que ofertan comida, hasta aquellos cuyos dependientes ofrecen libros y artesanías, entre otros.
Margarita explica que esta actividad le sirve para mantenerse ocupada. Actualmente viven con ella su hija mayor y su nieta, son quienes la acompañan en estos momentos de luto y se hace menos triste la separación.
“Por eso lo hago [para mantenerme activa], si no hago nada estoy nerviosa. Si me pongo a ver la televisión o algo, me pongo a tejer, y eso me distrae bastante. Vengo aquí cada 15 días. Ahora están viniendo cada ocho días, pero yo, como no se vende casi nada, vengo cada 15 días”, detalla.
Margarita muestra sus piezas, en las cuales puede tardarse una semana de elaboración. Hay otras piezas que no son hechas por ella, pero que también aprovecha para vender.
Por otro lado, Luisa vive una situación diferente. Ella, de 72 años, perdió a su esposo hace medio año. No fue derivado de la pandemia, fue por una enfermedad crónico-degenerativa que acabó con su vida en dos meses y medio.
Para Luisa la vida no tiene sentido, a pesar de estar acompañada de sus dos hijos, nietos, sobrinos, sobrinosy hermanas que tratan de motivarla para que siga adelante con su vida.
La mujer pasó 50 años de su vida al lado de su esposo, a quien conoció desde niños, pues vivían en una comunidad chica.
“No es fácil [adaptarse]. Es toda una vida con una persona. De pronto, ya no está. Ya se fue. Te quedas sin nada, sin tu compañero de toda la vida. Sí, tienes a tus hijos, a tus nietos, pero no es lo mismo”, afirma.
Luisa dice que aunque tratan de ayudarla, de motivarla a que supere la pérdida, nadie sabe lo que pasa ella. Incluso, le llegan a molestar ciertos comentarios cuando le dicen que debe ser fuerte, que la vida sigue.
Narra los últimos días con su marido, como el último año y medio que estuvieron juntos lo hicieron casi en su totalidad solos, pues sus hijos no acudían a visitarlos.
La salud de ambos era la normal para dos adultos mayores. Pero un día una dolencia en el esposo de Luisa encendió las alarmas. Acudieron a un médico particular, quien los mandó a un hospital para recibir atención de un especialista.
El diagnóstico fue un problema circulatorio, que se complicó en una semanas, derivando en la muerte de su esposo.
A Luisa le parece triste pensar que pasaron año y medio encerrados, sin ver a sus familiares, cuidándose de la pandemia, para que de un momento a otro, la muerte le arrebatara a su marido. “Todo fue muy rápido, nunca pensé que en menos de dos meses me quedaría sin marido. Estaba bien, pero así son las cosas”, señala.
A pesar de los consejos de sus familiares, Luisa se niega a recibir acompañamiento psicológica. Cree que nadie la puede ayudar a salir de ese trauma, no quiere que le quiten el dolor.
“Me dicen que regale sus cosas, que me deshaga de sus pertenencias, pero no puedo hacerlo. Simplemente no se puede. No puedo olvidar 50 años con una persona, todas las cosas que pasamos juntos, que criamos dos hijos. Buenos momentos y también los malos”, asevera.
Mientras, Margarita trata de superar su pérdida ocupando su tiempo libre en actividades que la distraigan, Luisa permanece sumida en su dolor.
Son dos formas de enfrentar la soledad en el otoño de la vida, cuando los hijos han hecho su vida, cuando todo giraba en torno a su media naranja.