Querétaro
Los últimos meses han sido complicados para Mané Gbetibouo, ciudadano de Costa de Marfil radicado en Querétaro. En la escuela de idiomas que abrió hace ya casi una década los alumnos disminuyeron, al igual que sus ingresos. Su preocupación era mayor, pues tenía que mantenerse a sí mismo, pero también debía mandar dinero a su familia que se encuentra en su país, donde además de la pandemia viven momentos convulsos por la situación política.
Dice que, incluso, tuvo que prescindir de pagar servicios como el agua y la energía eléctrica para poder enviar a sus parientes algo de dinero, pues al igual que en muchas partes del mundo, incluido México, la economía se desplomó por la emergencia sanitaria a causa del SARS-CoV-2, virus que provoca la enfermedad Covid-19.
Radicado en Querétaro hace más de una década, Gbetibouo abrió una escuela de idiomas tras un tiempo de haber trabajado como docente en un colegio del estado. Antes de la pandemia, daba empleo a una decena de extranjeros, actualmente sólo tiene cinco maestros laborando, cuando antes tenía 20.
Sin embargo, la epidemia detuvo todo. Muchos de sus alumnos eran empleados de empresas extranjeras asentadas en Querétaro que mandaban a su personal a aprender algún otro idioma. Al detener sus actividades, también detuvieron las capacitaciones.
Señala que muchos otros alumnos se vieron obligados a dejar las clases, debido a que se redujeron sus ingresos o se quedaron sin empleo. Le daban prioridad a sus necesidades fundamentales como comer.
Además, la pandemia y la crisis económica obligaron a Gbetibouo a frenar su proyecto personal de construir una escuela en su comunidad, en Costa de Marfil. Recuerda que la escuela que quiere edificar la comenzó con sus propios recursos, para brindar educación a los habitantes de su país, donde el gobierno no tiene el dinero suficiente para levantar planteles educativos.
Sueña con terminar su proyecto y brindar educación a los niños para que tengan un futuro mejor y no terminen en las calles.
Gbetibouo explica que Costa de Marfil vive momentos convulsos, pues a la par de la emergencia sanitaria, con 21 mil 639 casos por Covid-19 y 133 defunciones, se presenta una crisis política, ya que el presidente Alassane Ouattara se reeligió por un tercer mandato, algo que a la oposición de su país no le pareció. Las manifestaciones han derivado en asesinatos de opositores al régimen y en desestabilización político del país africano.
Gbetibouo dice que su familia está bien de salud, pues la pandemia no los ha alcanzado, pero la situación económica es la que la castiga, puesto que dos de sus hermanos perdieron sus trabajos y tuvieron que regresar a su comunidad.
“Estás pensando en la familia, estás pensando en ti, mes con mes. Mi situación aquí era más complicada, pues tenía que pensar en mi familia. Estuve un mes y medio sin agua y sin luz. Lo que sí tenía era gas, para tener al menos comida. El dinero que yo tenía también lo necesitaba mi familia”, externa.
La mitad de sus ingresos debía mandarlos a su familia para que pudieran sobrevivir. Comenta que prefería mandar dinero a su gente, pues él aquí está acostumbrado a luchar y a salir adelante.
Actualmente su familia se recupera. Sus hermanos ya encontraron trabajo y las cosas comienzan a marchar para ellos. Sin embargo, Gbetibouo aún tiene una preocupación: terminar la escuela en Costa de Marfil, la cual desea que lleve por nombre Josefa Ortiz de Domínguez (uno de los personaje que lideró la Independencia de México).
Refiere que las personas que conocen su proyecto en su país le preguntan cuándo estará terminada la escuela. Responde que aún no sabe. Todavía le falta colocar el techo, pero la situación económica no es la óptima para él. Hace un tiempo Gbetibouo buscó ayuda de empresarios y la clase política para poder terminar la escuela, pero no obtuvo respuesta. Hoy las condiciones son más adversas para concretar el proyecto que inició hace unos años y que se ha convertido en la cruzada de Mané.
El hombre de casi 1.90 metros de estatura afirma, mientras sus ojos se humedecen, que la construcción de esa escuela para los niños de su país es el proyecto de su vida, su razón de ser. “Luego de eso, si Dios quiere, ya me puede llamar [a su presencia]”, dice Gbetibouo, quien al mismo tiempo espera que alguien lo pueda ayudar a concretar ese sueño, un sueño de ayuda a su gente.
Sobre su escuela de idiomas en Querétaro, recalca que, al ser principalmente una escuela de capacitación, la recuperación puede ser lenta, pues sus principales clientes son empresas, que en estos momentos no pueden mandar a su personal a otras sedes en otros países.
“No creo que podamos crecer pronto, pero lo que me interesa es sacar adelante a mi familia en Costa de Marfil y la educación de los niños de mi país. La forma de parar la guerra en mi país es que los niños tengan escuela. Un niño con educación, cuando sea grande, no querrá tomar un arma para matar a alguien. Va a pensar diferente”, precisa. El objetivo de Gbetibouo es claro. No quiere quitar el dedo del renglón. Quiere cambiar la vida de los niños de su país: “Ojalá [alguien] me pudiera ayudar a ayudar”.