La primera vez que convivió con personas de talla baja fue un shock; para ella fue como verse en el espejo, en el espejo de decenas de historias que tenían mucho en común; significó dimensionar que no era la única persona con su complexión, como lo llegó a pensar alguna vez.

Así narra Aracely Frías su experiencia al asistir a su primer congreso de personas de talla baja, cerca del año 2000.

Ese momento ha significado un parteaguas en su vida: fue la primera vez que viajó sola, de Querétaro a San Luis Potosí, fue la primera vez que convivió con personas que no eran de altura promedio y, sin entonces saberlo, fue el inicio de su activismo social.

La incertidumbre previa al viaje fue normal, se trataba de su primer viaje sin compañía, con grandes expectativas, pero con reacciones insospechables.

Narra que sus padres no podían acompañarla, pero ella había tenido contacto con la organizadora, acordaron el viaje de Aracely y generaron condiciones de confianza y seguridad para el traslado.

Al llegar al congreso, reconocerse y verse entre los presentes fue un momento incómodo, casi la motivó a huir del sitio y volver a casa.

“Me fui [al congreso] y allá la primera impresión fue demasiado grande: quedé en shock, ya me quería regresar al siguiente día, por ver a muchas personas que están en mi misma condición, yo decía: ‘¿a poco yo estoy así?’, cuando me veía en el espejo no me veía con esa discapacidad, pero ya al verlos a todos me generó un shock porque nunca había visto.

“Fue el efecto espejo de verte realmente como eres. Le decía a mi amiga que yo no podía estar ahí. No conocía a nadie, me daba pena hablarles a los demás”, relata Aracely.

“Buscamos tener un acceso como todos los demás”
“Buscamos tener un acceso como todos los demás”

La organizadora del congreso, su amiga y único contacto en el evento, la presentó con una familia, en ese momento comenzó a relajarse, “a aguantarme”, además, refiere, no era pertinente salir del congreso, pues ya era de noche.

Al siguiente día, la curiosidad y resistencia de Aracely fue mayor, ese día conoció a una chica también originaria de Querétaro, Laura Casados. Sin planearlo, ese momento es el antecedente de la Asociación Unidos por un Mundo Incluyente, organización civil que preside Aracely y busca generar condiciones para eso, para un mundo incluyente que fomente la autonomía de las personas de talla baja.

Constante resistencia y adaptación

La historia de Aracely conlleva un constante proceso de adaptación, de hacerse cabida en un entorno que excluye a las personas de talla baja.

Al inicio de su vida, socializar fue difícil. Reconocía en sí misma a una niña como cualquier otra: dos manos, dos pies, nada era diferente; sin embargo, desde su infancia vivió la discriminación en su salón de clases.

“Me gusta relacionarme con la gente, al principio sí me fue difícil el poder adaptarme, asimilar que tenía esta condición, porque yo me veía con dos manos, dos pies, pero la gente se burlaba de mí y siendo chica una no entiende por qué se están burlando.

“Yo le decía a mi mamá: ‘¿por qué en la escuela se burlan de mí?’ o ‘¿por qué me dicen enana?’ Y ahí fue donde mi mamá ya me empezó a platicar que yo no iba a crecer, que siempre iba a ser chiquita, pero que ellos me iban a querer igual, que afrontara lo que venía, que le echara ganas y que fuera fuerte siempre, eso es lo que me ha ayudado a seguir aún de pie”.

Día tras día, situación tras situación, Aracely recurre a su ingenio para vivir en un estado, en un entorno, excluyente para las personas de talla baja.

Un viaje en transporte público es un acto de sobrevivencia: al subir y encontrarse con escalones hechos para estaturas promedio, al bajar y toparse con la restricción de “la salida es por atrás”, pero allá atrás, donde el espejo en el que se auxilia el chofer no enfoca hacia los pasos de una persona de estatura baja.

Y qué decir de ir al supermercado, donde los estantes tienen una altura de casi dos metros, donde estirarse y pararse de puntitas no es la solución para una mujer que mide 1 metro con 23 centímetros.

“Ha sido un poco difícil, pero me las he ingeniado, usando palos, sillas, creo que no se quita el siempre pedir ayuda, porque si tengo que ir al supermercado las cosas están demasiado altas, no las alcanzo, entonces tengo que buscar a alguien cercano.

“En el cine, ahí ya es un poco más de adaptación, pero en los baños o cuando voy a un restaurante no alcanzo los lavabos. En los camiones subo un pie y luego el otro, pero ha sido cuestión de ingeniárselas”, platica.

Ir al banco, como cada quince días, es uno de los escenarios más complejos. Desde la altura de Aracely se pierde la visibilidad del cajero ante la luz externa que choca con la pantalla.

Lo más complejo es hacer fila en las cajas y los cajeros dicen que no ven a nadie, pero está ahí, debajo de esa estructura hecha para que personas de estatura promedio se recarguen y hagan sus trámites

“Sí es de lo más complicado porque cada quincena lo recuerdo y lo recuerdo porque tengo que ir a cobrar y siempre la pantalla de los cajeros refleja una sombra, entonces nunca lo alcanzo, lo que he hecho es llevarme un banco para poderme subir, pero sí he pedido ayuda, pero se la pido a alguien que se vea de confianza porque sino no sé a qué me voy a enfrentar.

“No puedo estar batallando cada 15 días, vamos a suponer que voy al cajero y ese día no me llevé el banco, pues tengo que ver cómo le voy a hacer”.

En su trabajo cuenta con bancos que le permiten moverse con mayor facilidad y hacer sus labores con independencia.

Aracely hace un llamado a los servidores públicos para “que se pongan en nuestros zapatos, lo que estamos pidiendo no es algo en que tengan que gastar mucho dinero o que cambiar toda la infraestructura del lugar o del espacio, simplemente que se tienten el corazón, que vean que no lo hacemos por gusto, sino para tener acceso a lo que las demás personas tienen acceso, eso es lo que buscamos”.

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