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Cácaro, oficio en extinción

Ser cácaro no se trata sólo de poner la película, dice Ramón

Foto: Mitzi Olvera
26/01/2019 |07:46
Domingo Valdez
ReporteroVer perfil

Ramón González Hernández manipula el antiguo proyector de 35 milímetros que está en una de las salas de la Cineteca Rosalío Solano. Lo hace con seguridad y cariño al mismo tiempo. Como proyeccionista en ese lugar desde hace 19 años, dice que antes de la llegada de los formatos digitales el enorme proyector aún era usado, con su clásico ruido “trrrrrrr” de la cinta, pasando a través de su mecanismo. Comenta que no hace mucho, cuando una película se detenía llegó a recibir el grito clásico de las salas de cine: “¡Cácaroooo!”.

Ramón observa a la gente que en estas fechas acude al Rosalío Solano a hacer trámites municipales. En lo alto de las escaleras que dan acceso al recinto cultural, que antiguamente era el cine Alameda y cuya arquitectura interior se rescató en el trienio de Francisco Domínguez Servién como alcalde capitalino, el hombre expresa que nunca supuso que tendría este trabajo.

“Tengo ya aquí 19 años, en el teatro. Aquí se empezó con cine, con una máquina, un proyector de 35 milímetros. En la sala había otras actividades, como danza, teatro, conciertos, pero siempre ha habido cine”, indica.

Apunta que algunos amigos le han dicho que tiene un trabajo privilegiado, pues puede ver todo el cine que quiera, y así pasa.

Cácaro, oficio en extinción

Narra que el último proyector de 35 milímetros se dejó de usar apenas hace tres años, aunque su lugar en la sala de proyección nadie lo puede ocupar.

Ramón se dirige al cuarto de proyección. La mejor oficina del mundo, pensarán muchos, aunque no muy apta para claustrofóbicos, a menos que también sean cinéfilos.

Las paredes del cuarto de proyección están tapizadas de pósters de películas que se han exhibido en el Rosalío Solano. El proyector de 35 milímetros sigue en su lugar, majestuoso, grande, con sus mecanismos conservados en buen estado, como si se hubieran usado apenas un día antes.

A su lado está el proyector digital, que ya carece de los grandes platos para que “cayeran” ahí las cintas después de pasar por el potente foco del proyector que dirigía la imagen a la pantalla blanca.

“La máquina de 35 milímetros se dejó de usar hace tres años y era una de las pocas que se usaban todavía en toda la República. Tener una máquina de 35 milímetros era especial por todo: el sonido, la película, la forma en la que se preparaba la película; todo el proceso era algo muy especial.

Ya con la tecnología de ahora, todo es digital, es automático, por computadora; pero con las máquinas de antes, el sonido de la cinta, cuidar que no se reventara —todos esos detallitos— la cinta a media función, era algo muy especial”, explica.

Un bonito proceso.

Cuando eso pasaba, se debía apagar la máquina, pegar la película y volver a ponerla, continuar, era un proceso, dice, muy bonito.

Además del gran proyector, se conservan en el cuarto algunos proyectores más compactos, uno de los cuales aún sirve. También algunas cintas de películas. Ramón toma una y explica que en los costados de la película va una o dos bandas magnéticas que son el sonido del filme.

Toma una lata, en la cual hay una película con más metraje. “Cuando eran películas muy largas llegaban a traer hasta seis, siete, ocho latas de películas, que iban cayendo en los platos a un costado del proyector”, relata.

Ser proyeccionista o cácaro no sólo era poner la película. También debió aprender a reparar la película y pegarla cuando se rompía, explica Ramón mientras toma la cortadora, con la cual se reparaban las cintas. Corta un cuadro de la vieja cinta, toma cinta adhesiva transparente, pega los dos pedazos de película, corta el excedente y listo. La película se puede exhibir nuevamente.

Cácaro, oficio en extinción

Pieza de decoración.

Ramón, quien se declara fan del cine cubano, dice que actualmente la proyección de películas es digital. Los filmes vienen en un disco duro y se quedan guardados en los mismos discos duros de los proyectores, con ayuda de una computadora.

Como anécdota, cuenta que cuando se remodeló el edificio, el viejo proyector del cine Alameda, que se ubicaba en el lugar, estaba a punto de ser llevado a la basura, pero fue rescatado por los mismos trabajadores del municipio, quienes lo limpiaron y remozaron. Hoy decora el lobby del Rosalío Solano.

El cuarto de proyección es un lugar de nostalgia, que recuerda los años del cine en películas, de antes de la era digital, antes de los sonidos dolby y los películas en tercera o cuarta dimensión; de una época cuando el cácaro, si fallaba la película o empezaba tarde la función, recibía sendos gritos. Hoy, la tecnología minimiza la probabilidad de la existencia de errores, de que algo falle.

Sin embargo, el proyeccionista es pieza esencial en cualquier cine, no puede faltar, como el drama, la acción, el suspenso, el romance, en todo buen filme.

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