Antes de las 11 de la noche, todos los negocios y restaurantes en Queretaro deben estar completamente cerrados. Los meseros y demás trabajadores de este tipo de negocios cierran las cuentas de sus clientes, se apresuran a levantar platos, mesas y manteles, pues llegada la hora, inspectores y personal de Protección Civil hace rondines para verificar que todo esté desierto.
En menos de media hora, la tradicional Plaza de Armas, en el Centro Histórico, se queda en quietud y silencio, sin ningún comensal a la vista, nadie presta ningún tipo de servicio. El cierre a las 11 de la noche para todo tipo de negocio es una de las medidas impuestas por autoridades estatales para evitar aglomeraciones en las plazas y disminuir los contagios por Covid-19.
Sin embargo, las cosas son muy distintas a menos de 300 metros, en el mismo Centro Histórico de Querétaro. En el Jardín Zenea, al menos un centenar de personas bailan aglomerados, abrazados, sudorosos, riendo a carcajadas; dejando de lado los cubrebocas o portándolos de adorno.
El grupo baila al ritmo de la salsa, de la cumbia y la bachata, si la noche se presta bailan incluso reggaetón, y cuando aún hay sol se empieza con bailes más tradicionales, como el danzón.
Sin ningún tipo de protección contra el virus que ha arrasado con la vida de millones de personas en el mundo, el centenar de personas baila y taconea frente a las autoridades municipales sin restricción.
A unos metros del bailongo, una unidad de Policía Municipal capitalina se estaciona, como siempre, a las afueras del templo San Francisco, pero sólo observa.
La fiesta popular que cada fin de semana se improvisa en el Jardín Zenea es la adoración de algunos y la maldición de otros, y no sólo por el estridente sonido de la música que algunas veces ha durado hasta las 4 de la mañana, sino también porque este tipo de reuniones son un punto de infecciones y hasta un acto de injusticia.
A 300 metros de ahí, los meseros, cocineros y demás prestadores de servicios que trabajan en los restaurantes de Plaza de Armas, escuchan con recelo el escándalo en el jardín vecino, y se dicen molestos.
“No es justo que a algunos de nosotros nos piden que dejemos de trabajar a las 11 de la noche, y que al mismo tiempo permitan que tanta gente se reúna para bailar, según ellos recortan los horarios de servicio para evitar contagios, para evitar aglomeraciones, pero al mismo tiempo permiten un baile con casi 150 personas, no es justo”, comenta Francisco Martínez, cocinero en uno de los restaurantes.
Otro de los vecinos externó su molestia por dichos bailes, su vivienda se ubica en la zona y cada noche del fin de semana reporta a las autoridades municipales la situación, pero hasta ahora, sin respuesta.
“Es muy frustrante que en plena contingencia sanitaria veamos este tipo de acciones, cuando sabemos que muchos negocios han quebrado, que mucha gente ha muerto y que mucha gente está enferma y aún así la autoridad permita que esto pase, como sociedad nos falta mucho compromiso, no necesitamos que los policías nos digan qué hacer, pero desgraciadamente la gente no respeta las medidas”.
“Yo he reportado la situación porque además es insoportable tener el ruido tan cerca de casa todos los fines de semana, algunas noches la música dura hasta las 4 de la mañana, he denunciado por teléfono, por redes sociales, lo he demostrado con fotos y videos, pero nunca he visto que alguna autoridad se presente”, comenta Daniel Lopez, vecino del Centro Histórico.
A pesar de las denuncias y la molestia externada por varios ciudadanos en las líneas de reportes y las redes sociales, la fiesta continúa en el Jardín Zenea. Cada fin de semana, alrededor de las 8 de la noche un grupo de particulares llega al lugar con una gran bocina y comienza el baile.
Los más temerarios, los que no le tienen miedo a la pandemia, se aglomeran poco a poco a un costado del kiosco; si van solos encuentran una pareja entre los asistentes; algunos son bailarines profesionales, otros aficionados; todos bailan y ríen por igual, sólo se toman unos segundos para recuperar el aliento entre cada canción.
En minutos el jardín se convierte en una pista de baile, los participantes marcan un cuadrante con cinta amarilla, como si en algún momento se preocuparan por no exceder el número de bailarines.
“A mí no me da miedo y todos los fines de semana vengo a bailar aquí. No tenemos bodas, no tenemos ningún tipo de fiesta, así que hay que aprovechar. Todos dicen que esta pandemia va a durar para siempre, que tenemos que aprender a vivir con el virus, ¿entonces para qué nos limitamos?, y a las personas que nos reportan, les diría que si no les gusta lo que hacemos, no se acerquen y ya”, comenta despreocupada una de las asistentes.