Más Información
Andrés Wilson Bárcenas dice que como vecino de La Cruz siempre le llamó la atención el repicar de las campanas, por lo que buscó acercarse al templo para poder cumplir uno de sus anhelos, que es ser campanero. Empezó en esta actividad en 2007, cuando apenas contaba con 12 años de edad.
Desde el campanario del templo de La Cruz la vista de la ciudad es espectacular. Es la zona dentro del Centro Histórico, con mayor altura.
“Yo vivo cerca de La Cruz, a una cuadra. Entonces siempre he estado muy rodeado de las fiestas patronales, y desde siempre me ha llamado la atención. Tan es así que yo fui el que estuve preguntando aquí y allá, hasta que me llevaron con quienes coordinaba el asunto (de los campaneros).
“Generalmente los chavos que suben son invitados, que el amigo, que el compañero de la escuela, acá fue diferente fue 100% curiosidad mía”.
Explica que para ser campanero les explican dos cuestiones: una es la técnica y la otra es cómo saber tocar. La segunda, dice Carlos, ya la conocía por la cercanía que tiene con el templo, prestaba atención a los toques.
A quienes suben por primera vez se les explica rápidamente, ya que no es mucho. En la parte técnica se aprende poco a poco, con las campanas pequeñas y conforme se adquiere confianza y experiencia se pasa a las campanas más grandes.
Los más jóvenes, comenta, no pueden tocar aún las campanas más grandes, pues llevan una parte de riesgo. Hay dos tipos de campanas. Las fijas, no llevan mayor peligro, pues llevan una cuerda sujeta al badajo y es lo que se mueve. Las que tienen riesgos son las esquilas, que son las campanas de volteo. Conforme crece el tamaño de las esquilas aumenta el riesgo de que la campana pueda golpear a quien la toque.
Carlos recuerda que en 2015 sufrió un percance con una campana que lo golpeó en la cabeza. “Fue nada más un corte, nada más un rozón. En Querétaro no ha habido golpes mortales. En la Catedral de la Ciudad de México hay una campana muy famosa por eso, porque estaba dando vueltas y le dio un golpe mortal a un campanero”.
Cuando una campana mata a un campanero hay un procedimiento, en el cual se “castiga” a la campana, dejándola de tocar. La campana de la catedral de la Ciudad de México, recuerda, volvió a tocar en el año del Jubileo, cuando se le dio el “perdón”. Es todo un rito.
En La Cruz hay seis campanas esquilas, que varían de tamaño, y dos fijas, así como las dos campanas del reloj, pero que no se tocan.
Hay varios tipos de llamadas. El más complicado, dice, es el luto, es más complejo de tocar y muchas personas, principalmente los más jóvenes, no los conocen. “Para el oído inexperto son toques más separados y más lentos. Incluso, hay dos maneras: uno que se toca desde abajo, con una sola campana, y el repique, que es cuando suenan varias campañas. Cuando fallece el Papa o el sacerdote de un templo, se echan a vuelo las esquilas, pero se deja un espacio, primero se lanza una, se deja que dé una vuelta, luego la otra”.
Actualmente en La Cruz hay alrededor de 30 campaneros, entre jóvenes y mayores, pero con el tiempo han sido menos. Los que acuden regularmente a tocar las campanas son entre siete y 10 jóvenes.
Carlos Andrés comenta que su familia, cuando hay fiestas patronales en La Cruz van, lo saludan en lo alto y cuando baja lo presumen.
También muchas ocasiones ha escuchado el comentario de que va a acabar como sacerdote, pero lo niega.
Actualmente estudia en la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ) la Maestría en Estructuras. Sus compañeros, dice, creen que se trata de un ambiente muy religioso, que va a tocar y rezar.
Desde las alturas de La Cruz se pueden ver todos los rincones de la ciudad de Querétaro. Durante las fiestas las campanas suelen tocar al vuelo. Tal es el caso las fiestas de septiembre, cuando el repicar de todas las campanas recibe a las diferentes danzas y procesiones que llegan para rendir culto. También suenan todas las campanas cuando se recibe una imagen de la Virgen.
Subir al campanario no es sencillo. Los primeros pisos se suben de manera ágil, pues las escaleras son amplias. Conforme se llega a las campanas, el ascenso es complicado.
Las escaleras se hacen cada vez más angostas. Los escalones se ven desgastados por el tiempo. Ya casi en el campanario, la última escalera es la más pequeña, está llena de excremento de las palomas, las campanas repican, llamando a los fieles a misa o recibiendo a los invitados especiales, llenando con su sonido la atmósfera queretana.