El sonido de los marros golpeando los cinceles es acompañado con las notas musicales de canciones de Rigo Tovar. Concepción García Tovar y Jesús López trabajan haciendo bloques de cantera en uno de los muchos talleres dedicados a esta actividad en el municipio de El Marqués.

El taller, ubicado a un costado de la carretera 200, es tan sólo una techumbre de lámina con un mezquite. Concepción trabajo bajo el techo. Jesús, abajo del mezquite es quien tiene un pequeño radio del cual salen las canciones de Rigo. Ambos hombres trabajan rodeados de bloques de cantera rosa y lajas que salen de las piezas a las que dan forma.

Además del ruido de los cinceles golpeando los bloques de cantera y la música, de vez en cuando los motores de los camiones se escuchan. Desde el lugar de trabajo de los dos hombres la vista hacia La Cañada es inmejorable. Se pueden ver, para un lado, las construcciones de la cabecera municipal de El Marqués, mientras que del otro se ven los montes que flanquean el lugar y que al mismo tiempo le dan su nombre.

A lo largo de unos cinco kilómetros de la carretera 200 existe un gran número de talleres de cantera, donde artesanos, algunos de segunda, tercera o incluso cuarta generación trabajan la piedra, que es extraída de las minas cercanas a La Cañada.

Concepción apenas levanta la mirada de la pieza que elabora. Golpea primero con un cincel grueso y luego detalla con uno más delgado.

Dice que desde los 20 años se dedica a trabajar la piedra, empezando por la negra, usada para elaborar molcajetes, para luego pasar a la cantera. Concepción explica que siempre ha trabajado con el material pétreo. Al lugar donde labora, dice, el patrón les lleva el material que traen de la zona.

La jornada de ambos hombres comienza a las siete de la mañana, “es cuando se avanza, con el fresco, con la mañana. Le paramos hasta las cinco. Aquí nos traen de comer mis sobrinos”.

Concepción explica que por estar malo del pie no puede caminar de un lado a otro. Indica que “tiene debilidad” en la pierna izquierda, desde su nacimiento. “Así nací, y no había medios (para acudir al médico). Antes vivía en un rancho que está por aquí, en El Marqués”, abunda.

Agrega que le gusta su trabajo, pese a ser muy pesado por la misma naturaleza del mismo, y por los daños a la salud que trae respirar todos los días el fino polvo de la cantera, que se aloja en los pulmones, dañándolos irremediablemente.

Comenta que él, como su compañero, usan cubrebocas para protegerse del polvo, además de que precisa que al estar en un sitio abierto “el polvo se va. De acuerdo a como venga el viento uno se pone. Ya se lo lleva para un lado o para el otro”.

Concepción dice que no es casado, por lo que su sueldo es para él y sus gastos. Una docena de bloques, apunta, se las pagan en 200 pesos. Por lo regular, con el material suficiente, cada hombre hace 12 bloques. Hoy, entre los dos tendrán que hacer la docena, pues les llevaron poco material.

Jesús está en otro sitio del lugar. Permanece bajo la sombra de un mezquite. Golpea rítmicamente la piedra, cuyas lascas salen disparadas. Algunas son de tamaño muy pequeño. Otras son de dimensiones considerables.

Dice, sin parar de trabajar, que se dedica desde hace 20 años a trabajar la cantera. Comenta, además, que muchas ocasiones van a verlos estudiantes de escuelas, para conocer su trabajo y oficio, uno de los de más arraigo en El Marqués.

Señala que antes trabajaba en una fábrica, pero los corrieron. Luego se dedicó a la construcción, pues ninguna fábrica le daba empleo.

Añade que aguantar todo el día el trabajo en el lugar es difícil, tanto por lo pesado como por la cantidad de polvo que respiran, por lo que en la tarde, un buen tequila cae bien. “De milagro estamos vivos ¿Se imagina diario todo ese polvo a los pulmones?”, añade.

Ambos hombres continúan con sus labores. Toman sus herramientas y dan forma a los bloques de cantera. Concepción termina de tallar una pieza, le deja un espacio para embonar con las demás.

Usa una plantilla para que todas las piezas tengan el mismo tamaño. Lo marca con un lápiz y comienza a golpear con uno de los cinceles. Las restos del bloque salen disparados.

Los detalles son los más delicados, pues las caras del bloque deben de quedar simétricas, sin imperfecciones. Concepción ve una y otra vez las caras de la pieza. Una no la convence y toma el cincel una vez más, hasta que queda satisfecho con el trabajo.

Jesús, en tanto, lleva el bloque terminado con los demás. Lo coloca con suavidad en la pila que ambos hombres hacen. Toma otro y lo lleva a su lugar, para comenzar nuevamente con el trabajo.

Jesús hace lo mismo. Observa el nuevo bloque y comienza a golpearlo con firmeza, a pesar del cansancio, de los golpes accidentales en las manos con el marro, o con las lascas que salen volando en todas direcciones a cada golpe.

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