Desde lo alto del cerro de Las Cruces, en Colón, se ve la cabecera municipal, donde destacan las torres de la parroquia y de la Basílica de Soriano.
Templos que permanecen como testigos de una lucha protagonizada hace casi 100 años entre las fuerzas federales y quienes defendían su libertad de creer, conocidos como los Cristeros.
Colón, durante la conocida como guerra Cristera, fue epicentro de ese movimiento en Querétaro, aunque tuvo que pagar un precio muy alto, siendo olvidado por varias décadas por los gobiernos revolucionarios, castigando con la marginación y el rezago a sus pobladores.
Actualmente poca gente habla de ese tema, a pesar de que han pasado más 94 años de ese episodio. Todos en Colón recuerdan anécdotas sobre algún familiar, un conocido que contaba historias o relatos que han pasado de padres a hijos sobre las gestas de sus ancestros, pero permanecen en silencio, son para consumo local. Como si temieran aún a los federales.
Cristóbal Vega Prado, cronista de Colón, recuerda que el movimiento Cristero surge en México en 1926 y en 1928, en Colón, que, dice, es el único municipio queretano que se levanta en armas.
“Hay varias condiciones. Una es la efervescencia o la gran disponibilidad hacia el tema espiritual, la religiosidad popular, la fe, como tal, teniendo como referencia la Virgen de Dolores de Soriano, en un pueblo católico, un pueblo con tradiciones. Eso es por un lado. Por otro, los personajes que se adhieren a esta causa, a esta lucha por la libertad religiosa, siendo un movimiento civil, armado, con estas índoles y estos cuestionamientos y por estos personajes”.
Hay de manera clave tres personajes: El sacerdote Jesús Frías, hermano del que sería el general Manuel Frías, originario de Celaya (Guanajuato), a quien encomiendan levantar el movimiento armado en la zona de Querétaro, pero el nicho ideal es Colón, por relación. En San Francisco de Asís estaba el párroco Jesús Frías, quien se encarga de hacer los enlaces en la zona.
Ahí descubre a una mujer valiente que rompe con los paradigmas de la época, defensora de la libertad religiosa: Agripina Montes Valdelamar, La Coronela, a quien, de acuerdo al cronista, valdría la pena rescatar de la historia del estado.
Señala que la caracterizaba la valentía y el arrojo. “Una mujer que rompe los esquemas de la época. Ella es la primera mujer que maneja su propio vehículo, que va a la Normal del estado. Comerciante, que tiene esta facilidad de hacer los enlaces”.
Otro personaje clave es el teniente coronel Norberto García de la Vega, carismático líder local, comerciante y que tenía la posibilidad de viajar constantemente a las reuniones que se hacían en la ciudad de Querétaro.
Los personajes, junto con la fe y la ubicación estratégica de Colón, colaboraron para que el movimiento Cristero prendiera en la zona.
“Aparte de los líderes, se sumaron hasta 300 hombres y mujeres con las diversas actividades que tenían, desde los correos, conseguir el armamento, la reuniones, repartir el boletín, y obviamente, los que participaron en la toma de las armas”.
Las huellas de la guerra cristera están aún presentes en algunos inmuebles, como la Basílica de Soriano, que a un costado muestra orificios de bala y presuntamente, sangre del sacristán, fusilado por defender la fe al conservar la imagen de la Virgen de los Dolores. El templo estaba cerrado, pero durante la persecución lo martirizan y lo llevan a la Basílica, como una de sus voluntades, donde al final lo fusilan.
“Son datos poco conocidos, y que han estado así, en la historia del municipio de Colón, sobre todo con este temor de ser perseguidos y encarcelados y torturados, muchos dejaron de expresar públicamente que había participado algún familiar en el movimiento Cristero”.
Vega Prado añade que se han hecho esfuerzos por recuperar esta memoria de Colón. Incluso, indica, se hizo un libro, basado en testimonios recabados por Marciano de León Granados, autor del “Corrido a Colón”, y con el apoyo del profesor de la UAQ, Ramón del Llano Ibáñez.
“La historia Cristera es muy interesante. Se ha recuperado el aniversario del levantamiento cristero en Colón, que fue el 4 de febrero de 1928. Hemos llevado a cabo varios eventos de conmemoración, no de manera continua, porque hemos tenido pandemia o a veces las condiciones no se han prestado. Hemos hecho exposiciones fotográficas. Una parte muy académica, que implica a investigadores al respecto, una parte religiosa, que es como nace el movimiento, y una parte turística. Hemos hecho cabalgatas, la exhibición de milagros, exvotos y en una ocasión una obra de teatro con el personaje de Agripina Montes”.
Los cristeros, dice, a pesar de haber depuesto las armas, fueron asesinados como venganza. Como Norberto García, quien en 1929 dejó las armas, y fue ejecutado en 1937. Testimonios apuntan a que lo mataron por su lucha social tras la cristiada.
Mientras que La Coronela muere por enfermedad, aunque no puede vivir en Colón, refugiándose en México, en un convento de monjas, en Azcapotzalco. Colaboró para que los restos mortales de los cristeros fueran llevados al monumento a Cristo Rey, en Guanajuato.
El cronista precisa que aunque los cristeros entregaron las armas, las mejores se enterraron en cerros cercanos, por si las necesitaban en el futuro, donde aún permanecen. Algunas historias, aún siguen enterradas en la memoria de los colonenses.