El colectivo Desaparecidos Querétaro realizó una ceremonia ecuménica y colocó una cruz en el predio cercano a Santa Bárbara La Cueva, San Juan del Río, donde se hallaron los cuerpos de La Flaquita, Sebastián y José Luis, tres jóvenes oriundos de ese municipio, que fueron levantados y después asesinados.

Cómo recordó Yadira González, vocera del colectivo, todos, menores de treinta años, eran oriundos de comunidades cercanas a la Carretera Federal 57 y a San Juan del Río o la capital del estado. Tras desaparecer por cerca de un año, los tres fueron encontrados amarrados y en un estado de descomposición avanzado. La posición de sus cuerpos solo hace que pueda uno imaginarse la tortura de lo que pasó.

Antes de comenzar la ceremonia, lo primero fue terminar de hacer las “calas” que se hicieron durante toda la semana y tapar los últimos agujeros con retroexcavadora, en compañía de al menos 20 funcionarios entre integrantes de las comisiones Nacional y Local de Búsqueda; militares, guardias nacionales y policías estatales y de San Juan Río; y también tres trabajadores de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

Durante los hallazgos, sin embargo, Yadira recuerda que en ocasiones fueron a buscar personas sin compañía de tantas personas y, de hecho, el hallazgo de los tres cuerpos implicó roses con las autoridades, principalmente con la Fiscalía General del estado (FGE), institución a que, señaló, pareciera tiene más poder que el propio gobernador, Mauricio Kuri González.

“Las autoridades se cobijan al argumentar que en Querétaro no hay leyes de búsqueda, aunque deberían cernirse a la federal. Nosotros no buscamos la justicia, no buscamos al culpable, buscamos que exista la paz y que se reconstruya. Se trabajó durante tres semanas en distintos meses”, dijo la activista.

Ecuménico, porque el dolor es universal

Los sacerdotes prepararon el vino y las ostias para rendir misa en honor a quienes fueron hallados aquí. La única exigencia, paz. Ya ni siquiera justicia, solo paz. Para el sacerdote, la crisis humanitaria que vive el país no debe seguir siendo ignorada por la sociedad en general y hace un llamado a levantar la voz ante una ola de desapariciones que, recordó, puede incluso duplicar la cifra oficial pues mucha gente ni siquiera denuncia.

Sebastián fue hallado recién, el 19 de junio, su mamá, parte del colectivo, ni siquiera necesitó esperar a las pruebas de ADN porque reconoció su ropa; José Luis a penas el 20 de abril de este año y en su velorio su madre solo pudo sacar su rabia y frustración con las autoridades. Y el otro muchacho, El Flaquita, fue hallado por un buscador de personas solitario en 2023 —buscaba a su hijo y llegó gracias a un pitazo hasta ese lugar—, derivando en el hallazgo de un paraje que, al parecer, es un lugar común para enterrar cuerpos.

“Hoy estamos en este paraje donde se han encontrado tres positivos El Flaquita, José Luis y Sebastián. De 116 mil familias, tres descansan de una manera más aliviando porque los encontramos, no como hubiéramos querido, pero la búsqueda en estos tres casos ha terminado”, señaló el sacerdote.

Todos tienen las caras tapadas, salvo Yadira y los dos sacerdotes, uno católico y otro evangélico. Los funcionarios, algunos con armas y otros con picos y palas, prefieren no mostrar el rostro en las cámaras. Algunos de los familiares de las personas hallada ahí han recibido amenazas del crimen organizado por buscar a sus hijos, por ello la gran mayoría de los presentes prefieren estar tapados del rostro.

A diferencia de los soldados que traen chalecos antibalas y fusiles, las madres y padres buscadoras sólo se protegen con un pasamontañas y con un sombrero, una gorra o una capucha para el sol.

Tan verde que brota vida

A diferencia de los días de la búsqueda, durante esta ceremonia la sequía que azota el estado parecía terminar. La lluvia constante reverdeció el lugar y la tierra árida es ahora lodo. Eso entorpece, por su puesto, las búsquedas. No se puede buscar entre el lodo y de por sí ya se puede dañar un cuerpo con las retro excavadoras.

Pero el clima al menos es más benigno y el tren ni siquiera pasó para interrumpir la búsqueda con su ruido.

Después de la misa se come arroz, frijol y carnita en salsa roja. Unos cuantos tacos con refresco como si fuera cualquier otro día de campo, lo único que salta a la vista es que las personas visten muy llamativamente; entre chalecos antibalas, playeras con logos de Desaparecidos Querétaro y túnicas religiosas, se terminó la búsqueda, al menos, hasta dentro de unos meses.

“Lo que buscamos es que se convierta de nuevo en un lugar donde brote la paz, la comunidad y que entienda la sociedad que estos lugares no deberían existir. Estos son lugares normales, siempre son lugares en los que salimos a caminar, a trabajar o a jugar con nuestro hijos”, puntualizó el padre.

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