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Querétaro, Qro.
El Estadio Corregidora, que este 5 de febrero cumple 35 años de haber sido inaugurado, significa un cúmulo de recuerdos en su vida: conocerlo y ver el primer partido jugado en el recinto cuando tenía 10 años, y ser expulsado del césped durante un partido de local del Cruz Azul, sin haber jugado un minuto en la cancha; las emociones por la separación de sus padres, pero también las alegrías de disfrutar y presenciar finales de Gallos Blancos.
Pero sobre todo, Antonio Flores González, docente de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, sonríe cuando recuerda la mañana del 5 de febrero de 1985.
“¡Cómo no ir! Era una maravilla, se me hacía gigantesco. Lo que sí es que estaba lejísimos, fuera de la ciudad. Todavía la explanada estaba en las faldas del cerro, ni siquiera las escaleras habían terminado. Para llegar, salían camiones o taxi buses de la Alameda, y también éramos muchos los que llegábamos caminando”.
Sus barbas dejan ver algunas canas y sus ojos, detrás del cúmulo de letras, también reflejan la nostalgia por el primer amor de niño, el que se tiene por el futbol.
Ecuánime, pero con voz gruesa, Toño, como lo conocen sus amigos profesores y algunos estudiantes, recuerda cómo fue que consiguió un boleto para el primer partido.
“Durante esa época se dio la separación de mis papás. Entonces, mi padre había comprado dos boletos para la inauguración y, tras una discusión con mi mamá, se fue de la casa y los dejó entre sus cosas.
“Tomé el mío y me fui con un amigo de la familia al estadio. Tenía 10 años en aquel entonces, y era un ambiente de mucha expectación. Fueron dos días de partidos y el encuentro inaugural fue México contra Polonia, un 5-0 a favor de México”, narra.
“Me expulsaron de la cancha”
Flores González cuenta que en el primer año del estadio había un inspector de autoridad que se apellidaba Zámano. Era amigo de su papá, y además había sido defensa de los Gallos Blancos antes de trabajar en el Corregidora. En ocasiones lo dejaba pasar a la cancha.
“Una vez estaba sentado como si fuera un pasabolero, pero no asumí esa función. En un encuentro del Cruz Azul como local, el balón pasa por un lado mío y nada más lo veo salir sin hacer el menor esfuerzo por tomarlo. Entonces, el árbitro se paró frente a mí y me sacó la tarjeta roja”, recuerda.
“Al final me salí por los vestidores, recuerdo que hasta aventé la puertita. Así es como fui expulsado del Corregidora en un partido de Primera División sin jugar”, explica al tiempo que ríe del evocar esa anécdota en su memoria.
Entre risas, Antonio recuerda la tradición queretana por el balompié antes y después del estadio Corregidora, que cambiaría a la ciudad más allá de lo deportivo: “Mi familia paterna siempre fue muy futbolera, entonces empecé a aficionarme y a ir a los partidos con mi papá desde muy pequeño (…) recuerdo haberme ido en sexto de primaria con mis amigos al Municipal, sin adultos, cosa que hoy dudo que se pueda para un niño de 12 años”.
La vez que el Atlas comió en mi casa
“Una anécdota que tengo es la vez que mi papá, de corazón atlantista, les ofreció a los jugadores del Atlante una comida en la casa, justo cuando acababan de eliminar a los Gallos. Salió en el periódico, a mi papá lo han de haber odiado.
“Pero cuando empecé a irle a un equipo conscientemente y por mi gusto, mi afición sería por los equipos locales. Primero Atletas Campesinos, luego Gallos Blancos, incluso a las Cobras y al Atlante cuando jugó una temporada en el Corregidora, los iba a ver con mi papá”, señala.
Mundial del 86 y el mito
El profesor cuenta que el Mundial del 86 fue muy festivo, y “nos tocó un muy buen grupo”. El docente cuenta que en ese tiempo se vio futbol de muy alta calidad y se esperaba mucho de los jugadores.
“Al ser sede de la selección alemana se creó un lazo fuerte con ellos. Incluso, había el mito de que se acababa la cerveza en la ciudad por los alemanes”, cuenta.
Momentos de gloria
Antonio Flores recuerda que de los momentos que más disfrutó del futbol fueron las finales de Segunda División de los Gallos Blancos en los años 80 y principios de los 90, los clásicos con León y San Luis.
“En los clásicos eran estadios a reventar, principalmente con León eran piques fuertes, eran las derrotas y victorias que sabían más”, explica emocionado.
“También fue memorable el triunfo de la Copa MX [en 2016], todos alrededor festejamos como si fuéramos hermanos. Aunque no sabes cómo se llama el de junto, estás contento porque has pasado temporadas enteras junto a él, sufriendo y gozando lo mismo. Es lo bueno de la identidad deportiva con el equipo local, se refuerza mucho con tu gente”, finaliza el profesor Antonio.