Esau Daniel Montes Cornelio, hombre con discapacidad visual, agacha la cabeza por unos segundos, piensa la respuesta y dice que le gustaría tener un negocio, rentar un local donde brindar masoterapia, para dejar de cantar en las calles con su pareja, María de los Ángeles.
Daniel canta en la calle de Madero, casi esquina con Juárez, en el primer cuadro de la ciudad de Querétaro, pero su voz se escucha hasta el otro lado, en el jardín Zenea.
El hombre toca la mandolina mientras canta. María de los Ángeles permanece a su lado, sostiene un vasito donde los peatones de vez en cuando dejan caer unas monedas en retribución a las melodías que interpreta el joven.
“Dedicándome a esto de lleno tengo un año. Antes era comerciante, vendía artículos para teléfonos, como audífonos, cargadores, cables auxiliares. Andaba vendiendo esas cosas. Eso fue empezando la pandemia.
“Antes de eso radicaba en la Ciudad de México. Allá trabajaba, soy masoterapeuta, daba masaje terapéutico, rehabilitación física, rehabilitación post fractura, terapia después de un accidente cerebrovascular, una embolia, parálisis facial. Todos esos tratamientos los sé hacer, pero llegó la pandemia y cerraron el lugar donde estaba trabajando. Me vine a vivir a Querétaro”, narra.
Daniel sostiene en sus manos el instrumento musical que le ayuda a ganarse la vida, agrega que desde antes de la pandemia ya se dedicaba de manera esporádica a tocar en la calle, los fines de semana o en las vacaciones, cuando estudiaba, en verano o en fin de año. Sin embargo, a raíz de la pandemia y el cierre de todas las actividades se vio obligado a emigrar de la capital del país a Querétaro, donde está su familia.
Habla con calma, con voz pausada, pensando las palabras que dirá. Algunas personas lo observan al pasar. Miran con curiosidad al joven y a la mujer que lo acompaña.
Él recuerda que desde hace un año, cuando llegó a Querétaro, comenzó a trabajar un poco, pero había poca gente en la calle, por lo cual se dedicó a las ventas y luego a cantar.
Recuerda que toda su familia llegó a vivir a Querétaro en 2004. Todos sus hermanos y él tienen parejas queretanas, incluso hijos. Él se fue a estudiar a la Ciudad de México, hasta antes de la pandemia.
Reconoce que su situación ha sido complicada en el último año, pues su trabajo depende de las personas que haya en la calle.
“Ha estado muy tranquilo. Sale para comer, pero no más. El mes que estuvo mejor fue diciembre, cuando adornaron el centro, cuando hubo más gente, muchísima. Pero, se acabó el mes bueno. Ahorita sale muy poquito. Yo creo que lo voy a dejar tantito y voy a regresar a vender audífonos, porque ahorita ya está muy tranquilo”, dice.
El joven cuenta que económicamente dependen de él su esposa y su hijo, de tres años de edad, quien se queda al cuidado de una de sus tías maternas.
Daniel señala que su discapacidad visual es hereditaria. Padece micro córnea congénita y catarata congénita. Pero también tiene riesgo de desarrollar glaucoma. En el ojo derecho, cuando era niño, tuvo un traumatismo, para lo cual tuvieron que hacerle una reconstrucción en el ojo derecho, con el cual no ve nada. Con el ojo izquierdo dice que puede ver un poco, pero no más de medio metro de distancia.
Relata que en su infancia aprendió a tocar la mandolina. En la primaria en la cual estudiaba había una estudiantina donde aprendió lo básico, que era ponerle algunos adornos a las canciones. Cuando tuvo la necesidad de trabajar “de ahí me agarré”.
Explica que aprendió canciones que escuchaba, las cantaba y las sacaba en la mandolina. Incluso, cuenta, en ocasiones se ayuda del internet, donde busca tutoriales para tocar la mandolina, pero hay pocos para ese instrumento.
Sobre su trabajo, asevera que por las mañanas canta en el centro de Querétaro, dos o tres horas, mientras que por las tardes acude a los tianguis. A veces pueden trabajar hasta las once de la noche. Agrega que le va un poco mejor en los tianguis. En el centro lleva un año ya cantando y la gente lo conoce, mientras que en los tianguis lleva poco tiempo, y como no lo conocen mucho, le va un poco mejor.
Comenta que por cantar en el centro los inspectores de vía pública no los quitan, pero los encargados de algún negocio cercano sí se molestan porque está cantando a unos metros de su negocio, aún cuando no estorbe las entradas ni los aparadores, llaman a los inspectores y pueden “invitarlo” a que se retire.
Cuando vendía audífonos, precisa, los inspectores no le quitaban su mercancía, pero a los locatarios de los lugares donde vendía no les gustaba y llamaban a los inspectores, que no le quitaban sus productos, pero se colocaban alrededor suyo, evitando que los clientes le compraran.
Por eso, Daniel quiere retomar la masoterapia, poner un consultorio, “hacer algo que me gusta, que me beneficie, pero que también ayuda a otras personas en sus problemas físicos. Es un trabajo mucho más gratificante y más beneficioso, tanto para mí como para la sociedad”, expresa.