Norma Vázquez Cruz, maestra jubilada que vive en Tequisquiapan, junto con Patricia Hernández, llegan en un Ichi Van, del año 90 a las puertas de un jardín de niños en ese municipio. A bordo de esa unidad llevan libros a las escuelas, no sólo de la cabecera municipal, también a las comunidades, como una manera de promover la lectura entre los niños y sus madres, pues ofrecen sus productos a precios muy económicos, “con tal de que lean”.
“Al jubilarme (hace año y medio) me dio el interés por vender libros, por llevarles a los niños un poquito de cultura, un poquito de tradiciones, y para que su acervo cultural crezca más. En mis 33 años de servicio me gustó mucho contarles cuentos a los niños y de ahí partía mi clase, de los personajes, de la trama, de la secuencia del cuento y así es como enseñé a leer a muchas generaciones”, dice.
Ahora que está jubilada, Norma va a las comunidades, llevándoles libros a bajo costo, pensando en la economía que tienen en las comunidades. Para ello, utiliza la Ichi Van, en la que lleva, además de libros, juegos didácticos para los menores.
Afuera del jardín de niños Adelaida Guzmán, en Tequisquiapan, junto a los puestos de frutas frescas, dulces y helados, la mesa de libros de Norma y Patricia ocupa un lugar especial. En el interior de la camioneta quedan aún cajas llenas de juegos y algunos libros que ya no cupieron en la mesa, o que están reservados para los alumnos de primaria.
Las niñas y niños se acercan, llevan a sus mamás hasta la mesa con libros y comienzan a hojear uno y otro. Los libros de dinosaurios son los más llamativos para los pequeños. Las mamás ven el precio. En muchos casos sacan el billete de 50 o 20 pesos y pagan el libro. Otras, piden que se los aparten, que lo compran la próxima semana.
Algunas mamás, hace pedidos. Solicitan ya sea un libro o un póster o lámina con los números del uno al 100. “Es lo que le están pidiendo”, dice una joven madre, cuyo hijo se entretiene hojeando un libro de dinosaurios.
Norma explica que su labor no se limita a vender libros, también pasa a las escuelas, a los salones de clases, a contarles cuentos a los niños, algo que disfruta mucho y que trata de hacer todos los días en las distintas comunidades a las que asiste acompañada de Patricia.
Dice que todos los maestros tienen mucha disponibilidad y la dejan pasar a los grupos para llevar a cabo sus dinámicas.
“La reacción de los niños es lo que más me hace feliz, porque cuando estamos contando un cuento, si la trama va medio triste y se necesita la solidaridad de un animalito (personaje) con otro animalito (personaje) sus expresiones primero son de angustia, que se ve reflejada en el rostro del niño.
Sabemos que normalmente los cuentos tienen un final feliz, entonces el niño se emociona, durante toda la trama del cuento, y se llega un final feliz, que es donde el osito le ayudó al patito en el problema que tenía. Lo que me hace muy feliz es la expresión de alegría, de ternura de los niños. Siento que está viviendo el cuento, que me puso atención y que está aprendiendo algo de valores, como respeto, ayuda, amistad”, indica.
Comenta que muchos de sus compañeros le preguntan por qué sigue activa tras su jubilación, cuando podría estar tranquila en su casa, levantándose tarde de la cama, desayunando tranquila y llevando una vida relajada, luego de más de tres décadas de docencia.
Dice que probó una semana, pero luego de ese tiempo se sintió “como león enjaulado”, por lo que decidió ir a la Ciudad de México a comprar libros y todo el material didáctico que sabe se utiliza en las aulas en preescolar y primaria, regresando a la actividad.
“Me es muy grato, porque sé que en el momento en el que el niño le estoy leyendo amplía su vocabulario. Aunque no conozca el lugar donde se lleva a cabo el cuento, en su imaginación viaja, y descubre muchas cosas más. Me hace muy feliz”, sostiene.
Afirma que enseñando a los más chicos el placer de la lectura ayuda a crear formadores, además de que se les facilitará más el aprendizaje, pues un lector asimila mejor todas las lecciones.
“Quizá cuando sean adolescentes se les hará más fácil la secundaria, la preparatoria o la universidad”, subraya.
Las mamás se acercan a Norma y a Patricia. Ambas de muy buen humor, ríen de manera constante. Platican con las mamás, invitan a los niños a tomar los libros, a hojearlos, a hacerlos suyos.
Norma se toma unos minutos para reflexionar. Luego, precisa que no sabe hasta dónde le gustaría llegar con esta actividad que comenzó una semana después de jubilarse, y que se subió a la van para llevar libros a donde no hay librerías establecidas.
“Ir sembrando un granito, dos granitos, en las comunidades. La satisfacción que me daría es que algún niño de los que pasamos a ver ahorita en las escuelas, verlos como unos jóvenes para bien, que se les queda un valor, como el respeto, que abarca todos los valores universales.
Que con eso que vamos sembrando que algún día la cosecha, no será para mí, al final de cuentas será para ellos, para sus padres”, puntualiza.