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Francisco y Álvaro caminan a media calle. El primero es de Honduras, el segundo de Oaxaca, y a raíz de la contingencia sanitaria por el Covid-19 su situación se agrava aún más, pues los albergues en la ciudad de Querétaro permanecen cerrados y los ciudadanos, por temor al contagio no les brindan ayuda ni trabajo.
En la avenida Emeterio González, los jóvenes están acompañados por una mujer migrantes y dos hombres más. La mujer y uno de los varones piden alguna ayuda a los conductores que pasan por la zona. Son pocos los vehículos y son menos quienes les dan algo, aunque no falta un ciudadano solidario que les dan comida, agua o unas monedas.
El calor en la capital queretana es intenso. No hay nubes en el cielo y el sol cala. Álvaro va cubierto totalmente. Lleva unos gafas oscuras y la gorra de la sudadera. Lo poco que se alcanza a ver de su piel son quemaduras.
Ambos lucen cansados, con los labios secos y partidos por el sol. El calor de 30 grados Celsius les pasa factura. Buscan la sombra de los mezquites que están alrededor de las vías del tren.
Un camino difícil
Francisco dice que salió hace tres años de Honduras. En Querétaro tiene apenas unas semanas, pues fue deportado de Estados Unidos. Quiere llegar a su país, pero en estos momentos es complicado.
“Ahorita no quieren deportar hasta abajo [más al sur] porque está cerrado. Ya nos queremos ir porque aquí no hay nada. Ahorita es lo único que hemos conseguido de comida desde ayer para todos [un plato desechable con arroz y pollo, cubierto con unas tostadas], Está feo. Hemos pedidos trabajo, yo lavo carros, pero no hay nada”, dice Francisco.
Álvaro agrega que “la gente anda espantada por el coronavirus, y no nos quieren apoyar, la gente cierra sus vidrios. Creen que estamos enfermos”.
Álvaro indica que salió de su natal estado de Oaxaca para buscar algo mejor, pues allá no hay mucho trabajo para sobrevivir dignamente. En Querétaro, en tiempos del Covid-19 tampoco hay mucho para los migrantes.
Francisco dice que la gente se asusta porque los ve sucios, pero es que no hay a donde se vayan a dar un baño. Algunos albergues, como el Centro de Ayuda Marista al Migrante (Cammi), en la Universidad Marista ha tenido que cerrar sus puertas.
“Dormimos abajo de un árbol [cerca de las vías] pero de ahí también nos corrieron. Nos dijeron unos policías que el sábado iba a ver toque de queda, que si no nos íbamos nos iba a ir mal”, dice Francisco.
Álvaro señala que muchos pagan por la conducta negativa de otros, pues las personas creen que si alguna de las personas que viven o pasan por las vías cometen alguna conducta antisocial todos son iguales, cuando en realidad muchos sólo buscan una mejor calidad de vida.
Francisco y Álvaro dicen que ante el cierre de los albergues es complicado para ellos incluso bañarse y estar presentables. Incluso un corte de cabello en este tiempo es un pequeño gusto que no pueden darse.
Con la crisis sanitaria muchos de los lugares que los apoyan se encuentran cerrados, y otros son más estrictos para recibir a la población migrante. Álvaro dice que algunos casos, los mismos migrantes no acuden a los centros por temor.
Álvaro dice que algunas personas les regalan agua, pero no para bañarse, algo que con el calor y los días en la calle necesitan.
La gente, dice Francisco, no quiere tocar nada de lo que ellos hayan tocado, creen que están enfermos, que están infectados.
Francisco dice que ya quiere moverse, que quiere regresar a su país, pero incluso los trenes han modificado sus recorridos y no paran a su paso por Querétaro.
Álvaro explica que se lastimó bajando del tren y no puede comprar el medicamento. Francisco está en las mismas. Él apenas compró su medicamento para el asma que padece. La situación de Francisco, con el Covid 19, se vuelve de más riesgo, pues su enfermedad lo hace más vulnerable. Le falta otro medicamento para la hipertensión, pero no tiene para comprarlo. Espera pronto tener el dinero suficiente para comprarlo y atenderse.
“En el día lavo un carro, dos carros, pero lo que sale es para comprar comida. Un patrón me dijo que regresara en un rato, para ver si puedo lavar el carro. Ahorita está difícil. En estos días sí me las he visto duro”, apunta.
Baja número de migrantes
En tanto, el padre Aristeo Olvera, fundador y encargado del albergue Toribio Romo, explica que en estos días el flujo migratorio en Querétaro ha disminuido hasta un 80%, en parte por la contingencia sanitaria, y en parte por los operativos de la Guardia Nacional, que detiene en la frontera sur a los migrantes de Centroamérica.
“Yo estoy atendiendo a quienes llegan. No sé cómo estén los otros albergues. Aquí estoy apoyando a estos muchachos. Sí, ha disminuido el flujo de migrantes, como en un 70 u 80%.
Pienso que son las dos situaciones. Desde hace tiempo la Guardia Nacional ha detenido mucho el paso por la frontera sur. Todo eso influye”, abunda.
El padre Aristeo comprende la reacción de la gente al cerrar las puertas a los migrantes. La situación de emergencia sanitaria enciende las alertas, por lo que no es tan sencillo que la gente abra sus puertas, incluso a personas que necesitan ayuda, como es el caso de los migrantes.
El sacerdote explica que trata de tener un médico en el albergue para revisar a los que llegan , aunque a veces no es tan sencillo contar con este servicios.
Álvaro y Francisco se sientan bajo un árbol a comer. Los alimentos se terminan pronto. El peregrinar de los migrantes sigue, ahora más solos.