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Los fieles apresuran el paso rumbo al templo de La Cruz. Es casi mediodía y la última misa de la mañana para bendecir a los niños Dios está por comenzar. A diferencia del año pasado, cuando por la emergencia sanitaria causada por el Covid-19, no se pudo realizar el festejo de La Candelaria, en esta ocasión los católicos no dejan pasar la ocasión.
El interior del templo está lleno, hasta donde las medidas sanitarias lo permiten. La capilla de La Asunción, contigua a la nave principal de recinto religioso también recibe a los fieles que cargando a sus niños Dios llegan a bendecirlos.
La mayoría de quienes se presentan son adultos mayores. Algunos van acompañados de niños, sus nietos, a quienes heredan la tradición de llevar al Niño Dios a bendecir al templo.
La tradición religiosa indica que a los cuarenta días de nacido, José y María llevaron a Jesús a presentar al templo, pues de acuerdo a las tradiciones judías el primogénito era consagrado a Dios.
Con el paso de los siglos y de acuerdo a las tradiciones mexicanas en esta fecha se llevan a bendecir las figuras del Niño Dios, que se ha vestido para la ocasión, y además, quien tuvo la suerte de encontrarlo en la rosca de Reyes deberá invitar los tamales.
En la celebración religiosa que se lleva a cabo en todos los templos católicos es común ver a los fieles asistir con sus niños, finamente vestidos con ropones o advocaciones de algún santo al cual se le tenga devoción.
Ya sea en canastas o en los brazos las personas llevan a sus niños. Afuera del templo media decena de vendedoras de flores ofrecen sus productos a quienes llegan a misa.
Hay quienes a las canastas de sus niños agregan dulces y chocolates, que regalan a algunas personas. Una modalidad nueva que se suma a la tradición ancestral.
Tras la eucaristía, el sacerdote que la oficia dice a los feligreses que impartirá la bendición de las imágenes, que conserven su lugar y que si quieren agua bendita será por el pasillo central del templo, saliendo por los costados y manteniendo la sana distancia en la medida de lo posible.
Así sucede. Los devotos hacen una fila en el centro del templo donde esperan, a veces con sana distancia, a veces no, a que el cura rocíe agua bendita sobre sus niños.
La pandemia causada por el virus SARS CoV-2 obliga a cambiar las tradiciones y los rituales religiosos. La comunión se da en la mano de los fieles. El sacerdote coloca la hostia en las manos de quienes comulgan.
Felipe Colín Castillo acude con su esposa, Blanca Estela Hernández García, a bendecir a sus tres niños, tradición que dice tiene de toda la vida por ser heredada en su familia.
Recuerda que el año pasado no pudo acudir al templo porque no se permitía por la pandemia. Pero este 2022 no podía dejar pasar la fecha para cumplir con la tradición.
Blanca Estela coincide con su esposo que es una tradición que heredaron de sus padres. “No la vamos a perder. Ni mis hijos, ni mis nietos, vienen con el Niño Jesús”, comenta.
Recién llegados hace un año de Toluca, Estado de México, pero de orígenes queretanos, dice que con 15 días de anticipación comienzan a preparar a sus niños, pues llevan a restaurarlos, que les pongan sus deditos y que los arreglen, aunque en Querétaro no hay muchas personas que se dediquen a restaurar las figuras.
Blanca Estela dice que, desde su punto de vista, se está perdiendo la tradición, aunque debería ser al contrario, pues “lo que se ha vivido en los dos últimos años debe unirnos”.
La pareja de adultos mayores inicia el regreso a casa, al igual que muchos de los feligreses, pero otros dirigen sus pasos a la calle de Arteaga a otra cita tradicional el 2 de febrero.
En esa calle, entre Allende y Guerrero, en el centro de la ciudad, se ubican los locales de tamales más tradicionales de la capital del estado. Aunque en esta ocasión tienen competencia pues las hermanas Clarisas vendieron tamales este año, a petición de sus clientes quienes normalmente compran el pan que elaboran.
Los clientes se juntan alrededor de la puerta donde las religiosas ofrecen los tamales que elaboraron. Una de ellas levanta los pedidos a los clientes, mientras que otras surten los pedidos, colocando en bolsas los tamales separados de acuerdo a los sabores. También ofrecen atole de diferentes sabores, como guayaba y fresa.
Algunos de los clientes llegan sólo a recoger los pedidos que levantaron vía telefónica.
Una de las religiosas comenta que es la primera vez que venden tamales. Explica que fue a petición de sus clientes de las roscas de Reyes, que les preguntaban si harían tamales, por lo que debido a la insistencia decidieron elaborarlos.
Las ventas para las religiosas son buenas. Durante varios minutos los clientes no dejan de llegar. Los pedidos son mínimo de ocho tamales. Algunas de las clientas dicen que si las religiosas hicieron los tamales deben de estar sabrosos, “como todo lo que hacen”.
Las condiciones sanitarias, aunque no dejan de ser de emergencia, permiten que la gente pueda salir a conservar sus tradiciones, más allá de las creencias religiosas, pues los tamales y el atole son universales para los queretanos.