La voz de César Colunga, fotógrafo profesional, se quiebra cuando recuerda los días más complicados del Covid-19, del cual se contagió. Escuchar reír a sus hijas del otro lado de la puerta de la recámara donde se confinó, escucharlas en clases y que le preguntaran cómo se sentía, fue la mejor cura para la enfermedad que le dejó secuelas, como el temor a la noche que no puede superar, además de las secuelas físicas.

César recuerda esos días aciagos, durante los cuales luchó por su vida y por su familia. Narra que todo comenzó a finales de enero, el 28 de ese mes, exactamente, cuando días después de hacer la prueba para detectar el virus SARS-CoV-2 recibió el resultado positivo del estudio. El 22 de febrero terminó la pesadilla. Ese día le quitaron el medicamento.

Señala que la alerta fueron los síntomas de una gripa. No hubo de inicio fiebre ni dolor de cabeza. Sus propios compañeros del trabajo le dijeron que se veía mal, que parecía que se agriparía, no se veía sano.

“Me realicé la prueba. A los dos o tres días de hacerme la prueba recibo mis resultados y arrojan que desde el día que me hice la prueba ya era positivo a Covid”, indica César, quien durante la enfermedad perdió más de 10 kilos de peso.

Comenta que lo primero que pensó cuando le dieron el resultado fue en la familia, compuesta por sus dos hijas y su esposa. Pensó en la posibilidad de un falso positivo.

Fue incrédulo, pues no experimentaba ningún síntoma o malestar, pensando que era asintomático o que sería un cuadro leve. Durante nueve días César no experimentó molestia alguna, ni siquiera los síntomas de gripa no fueron molestos.

La pasó haciendo home office, una rutina normal, salvo que estaba en una recámara, sus hijas y su esposa en otra.

Tras nueve días comenzó a experimentar temperaturas de 39 o 40 grados. “Cuando ya estuve en mi cuarto [aislado] comía sentado, no me faltaba oxígeno”.

“Cuando empiezan las temperaturas, cambiaron las cosas. Mi esposa, aunque sabía que en ese momento era posiblemente el pico de contagio, estuvo cerca, tomándome la temperatura, ayudándome a ir al baño a tomar un regaderazo con agua templada para bajarlas. De ahí fueron casi cinco días de temperaturas, escalofríos, mucho dolor de cuerpo, mucho agotamiento, que fue lo más complicado”.

Dice que el síntoma de perder los sentidos del olfato y del gusto no se presentó tan severo, aunque notó que los sabores de los alimentos cambiaron. Sabía, dice, que se estaba comiendo una naranja, por ejemplo, pero no le sabía como una naranja, su percepción del sabor era distinta.

César señala que dormitaba durante el día, perdiendo la noción del tiempo, con variaciones en la temperatura. Para la tercera noche ya con los síntomas más severos, fue cuando comenzó a sentir que no respiraba bien.

“Me espanté mucho porque además de estos síntomas me dio un ataque de tos, que esa parte es el peor momento, porque me da tos y la tos no te deja ni jalar aire y tampoco sientes que estés tosiendo con tanta fuerza. Ese momento, para mí, fue el peor, porque no puedes jalar aire, no tenía como jalar aire para mi cuerpo y eso fue lo peor, porque sientes como te vas ahogando, necesitaba jalar aire, pero no puedes y comienzas a sentir miedo, y ahí no sabes, en tu misma desesperación no sabes qué va a pasar. No tienes el control”.

Llegó a pasar por su cabeza que no podía estar en su casa, que tendría que acudir a un hospital. Un amigo le prestó un concentrador de oxígeno y en su trabajo le prestaron un tanque de oxígeno. El virus minaba su cuerpo. Pensó en ser intubado en un hospital. La crisis fue en la madrugada, recibió ayuda de un paramédico, que le puso oxígeno y le ayudó a controlar la tos y poder respirar.

César narra que pasó dos semanas y media con oxígeno. La lucha que enfrentó contra el SARS-CoV-2 se prolongaría casi un mes. La parte más grave fueron cinco, seis días. Con los días su estado fue mejorando. La estaba librando. La libró.

Ahora, César dice que su vida es otra, su visión de la vida es diferente. Ahora es más consciente de sus hábitos, de su salud, tratando de llevar una vida más equilibrada. “Soy una persona que sí descuidó mucho su cuerpo, aunque no tengo otras enfermedades fuertes, pero si somos descuidados en nuestra alimentación, en nuestras revisiones médicas. Esa es una de las cosas en las que voy a cambiar”, asevera.

Confiesa que desde que padeció la enfermedad y a la fecha sigue teniendo miedo a la noche. Los sueños recurrentes y los momentos más complicados para él, siempre fueron en la noche.

“Sigo sin dormir. Duermo muy poco por el miedo a que algo más vaya a pasar, a volver a recaer, en que me vuelva a faltar el aire como me faltó el primer día. No puedo decirte cuánto duermo en la noche, porque me tengo prohibido ver el reloj o el celular, pero duermo poco. Las noches son eternas”, dice con voz entrecortada.

Ver la luz del día entrando por la ventana es un alivio para César, al igual que sus hijas y su esposa, que han estado con él y que lo ayudan a superar esta experiencia. Pide a la gente cuidarse, es sencillo, dice, “cualquiera está expuesto”, alerta.

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