Una mujer joven se acerca al puesto de José Juan Padilla Padilla. Pide una bolsita con coco, a la que el vendedor coloca limón y chile en polvo. La entrega a la compradora, quien no tarda en comenzar a comer la fruta.
Ésta ha sido la rutina del comerciante durante más de 40 años, que encontró en las ventas una manera más sencilla de ganarse la vida.
Originario del rancho La Versolilla, en los límites de los estados de Querétaro y Guanajuato, narra que comenzó a vender fruta luego de mucho tiempo trabajando como chalán de albañil, entre otros trabajos.
“Luego, me agarré a la frutita y gracias a Dios aquí estamos. Para comer sí tenemos”, indica el comerciante.
Dos garrafas de aguas frescas también acompañan a los vasos con piña, sandía, papaya, mango, coco, granada y tuna. Los clientes no tardan en llegar. La mercancía de José Juan es popular entre quienes acuden al mercado de La Cruz a hacer sus compras.
A un costado del puesto del hombre, los pajareros ofrecen sus aves, tanto de ornato como de granja. También tienen jaulas con conejos.
Los chirridos y trinos de las aves acompañan la charla de José Juan, quien espera a los clientes. No tarda en llegar el siguiente. Se trata de un hombre joven, quien pide un vaso de piña recién picada. Un poco de chile seco y está listo. El hombre paga y se marcha con su fruta.
Toda la fruta es fresca, dice el vendedor, pues la que no se vende se desecha.
Explica que siempre trata de ofrecer buena mercancía y comenta que, por ejemplo, la sandía después de unas horas de picada se descompone, por lo que debe venderse pronto.
El mercado registra una afluencia moderada de clientes. Los tiempos cuando se veía abarrotado de personas con bolsas llenas de frutas, verduras, carnes y lácteos pertenecen a la era prepandemia Covid-19.
Padilla menciona que todo es natural. Las aguas son hechas con ingredientes totalmente naturales, sin saborizantes, recalca orgulloso de sus productos.
Las frutas que ofrece, asevera, van de acuerdo con la temporada. En estos días, las tunas y las granadas ocupan un lugar especial. Sostiene que las aguas frescas son el producto estrella, debido al calor que se registra en la capital queretana, a pesar del cielo nublado y las lluvias.
“Ahorita hago poquita agua. Se hace poquita. Se vende de todo, pero poquito. El agua se vende regular, a veces poca.
“Ahorita se vende bien el mango, otra fruta de temporada que empieza ahorita. Viene mucha gente a buscar las granadas en agosto y septiembre, para los chiles en nogada”, precisa.
Otra clienta se acerca. Se lleva un vaso de sandía. Pide poco limón, sin chile.
La mujer prefiere el sabor natural, sin acompañantes, de la fruta.
Luego, el hombre explica que la preparación de la fruta comienza en casa a las seis y media de la mañana. Al mercado llegan entre las 8:30 y 9:00 horas, pues viene desde su comunidad todos los días.
La jornada, añade, termina alrededor de las 17:30 horas, dependiendo de cómo estén las ventas, que no acaban de cuajar, en parte por la crisis económica y en parte por el repunte de casos de Covid-19 en las últimas semanas. “Está muy fregado esto, pero hay que conformarnos con lo que Dios diga”, refiere José Juan Padilla.
Puntualiza que no lleva un registro de cuánta fruta vende, pero sabe que en los últimos tiempos han caído las ventas.
Detalla que por el tiempo que tiene vendiendo en una orilla del mercado ya tiene a sus clientes que lo buscan para comprar un “tentempié” natural.
El día que más lo buscan es el domingo, cuando además de la fruta vende tepache, producto que es muy buscado por su clientela. Es su producto estrella en fin de semana.
José Juan prepara otros vasos de fruta. Toma un cuchillo y pica un poco de piña. En sus dedos, las cicatrices causadas por el cuchillo evidencian los años dedicados a las ventas.
Antes de eso, estuvo transitando de trabajo en trabajo, desde chalán de construcción, hasta en fábricas y ladrilleras.
De todo hizo José Juan Padilla antes de encontrar su lugar en el comercio de fruta.
Recuerda su trabajo en la construcción. Dice que era muy pesado.
“También estuve de obrero en una fábrica, trabajando durante cinco años. Era una fábrica donde hacíamos todas las piezas de los motores, desde válvulas hasta guías. Era para la industria automotriz. Trabajé mucho”, enfatiza.
También laboró haciendo tabiques en una ladrillera. Los trabajos de José Juan fueron duros.
Ahora, como comerciante, dice que trabaja menos y es su propio jefe.
El hombre vuelve a sus frutas, a su trabajo, rodeado de pajareros, vendedoras de gorditas, de vegetales, que en las inmediaciones del mercado de La Cruz se ganan la vida ofreciendo sus mercancías a los clientes que se acercan, que buscan la comida del día, la despensa, los ingredientes para llegar a casa a preparar diferentes alimentos para la familia.
Pero mientras ese momento llega, la fruta de José Juan sirve para recuperar energía. También es un antojo, en lugar de alimentos procesados, un poco de mango, sandía, piña o granadas dan la energía necesaria para seguir con las actividades del día, para seguir buscando el sustento diario.