El tatuaje desde una perspectiva espiritual y de llevar en el cuerpo insignias que acompañarán a una persona toda la vida, son las premisas que han forjado la carrera de Luis Villagómez Sánchez, tatuador conocido como Pelón Villagómez, uno de los pioneros del tatuaje en el estado.
Recordó que fue hace tres décadas cuando hizo su primer grabado, tenía apenas 15 años, todo comenzó como un juego en su círculo de amigos, debido a que en la colonia donde vivía un conocido les hacía tatuajes.
“Son 30 años de carrera del tatuaje, no inicié a hacer tatuajes porque me gustara, fue un tema de juego, había una persona en mi colonia que hacía tatuaje y todo el grupo de amigos nos empezamos a tatuar, éramos chavos de entre 14 y 16 años, estábamos bien chavos todos, la mayoría me conocía por lo que yo hacía, como pintar, esculpir, todo tipo de artes visuales, me gustaban muchísimo”, explicó.
La experiencia de Luis en las artes visuales fue un antecedente para su carrera, pues uno de sus amigos lo invitó a crear su propia máquina para tatuar. Aún recuerda su primera creación, se trata de un “Piolín” a base de color, que pintó sobre la piel de uno de sus amigos.
Aunque su inicio como tatuador tenía la intención de satisfacer a sus amistades, con el tiempo su trabajo se popularizó y desconocidos comenzaron a llegar a su casa para solicitar sus servicios, una labor que comenzó en el estacionamiento de la casa de su madre.
Al poco tiempo, Luis tomó una revista de tatuajes que en ese momento significó una oportunidad para ver esta actividad de manera profesional. De esta manera supo que en algunas regiones de Europa había centros especializados en tatuajes y tatuadores con años de experiencia.
“Esa revista decidió mi carrera porque me di cuenta que había gente que dedicaba su vida a ello. (…) Yo empecé en el [año] 93 y esa revista cambió mi manera de ver el tatuaje, había maneras profesionales de hacerlos”, relata.
Sin noción sobre los procesos de higiene, comenzó a utilizar guantes, aunque fue meses después que empezó a indagar sobre los procesos de sanitización.
Sus primeras máquinas eran hechas a mano, usando piezas de otros artículos, desde las partes de un walkman hasta portaminas.
“Las máquinas que utilizábamos eran de material hecho a mano, en casa, con motorcitos de walkman, nosotros las armábamos, les poníamos puntas de portaminas, usábamos agujas de chaquira, algunas personas usaban cuerdas de guitarra, era algo completamente distinto y honestamente era muy mal visto en esa época”, compartió.
Recordó que en esos momentos, hace tres décadas, el tatuaje era socialmente mal visto, por lo que sus tatuajes resultaban sorpresivos para la gente, pues representaban un estigma social.
“El tatuaje sí fue una pasión muy fuerte por ser para mí un tipo de arte que podías llevar siempre contigo. No sólo era el arte, sino la parte espiritual, donde podías decorar tu cuerpo como parte de nuestra naturaleza, porque eso ha existido desde hace miles de años, desde el principio del hombre, y cómo podrías llevar belleza contigo, de las pocas cosas que puedes decir que te puedes llevar a la tumba”, expresó.
En tanto, comenzó a generar estrategias para publicitar su trabajo acudiendo al andador Libertad, en el Centro Histórico, el cual tenía un aspecto distinto hace 30 años; se instalaba en el piso, colocando un trapo con revistas y dibujos, para repartir volantes. De igual manera, en el mercado La Cruz, a principios de 1994, diseñó un armazón que le permitiera tatuar en el mercado
El año de 1994, al avecinarse el nacimiento de su hijo, fue un detonante para impulsar su carrera; aunque recuerda que su padre lo instaba a dedicarse a otra actividad, pero Luis no desistió.
“Él [su padre] no creía que era un trabajo, entonces seguí, sí me metí a trabajar porque quería tatuar y hacer otra cosa al mismo tiempo, pero en realidad me metí a trabajar para poder abrir un local, lo que se me complicó mucho fue encontrar un lugar donde me permitieran estar, porque toda la gente creía que era ilegal, como no había ningún estudio de tatuajes en ningún lado”, expuso.
Tiempo después, tras casi medio año de búsqueda, encontró un lugar donde le permitieron tatuar, un local ubicado en avenida Universidad esquina con Pasteur, en la capital del estado, donde en enero de 1995 nació La Clínica, estudio de tatuajes; agregó que éste fue el primer establecimiento de su tipo en Querétaro.
Compartió que en esa época era difícil encontrar a alguien que vendiera equipo profesional, como tintas, máquinas, agujas, pero tuvo acercamiento con una persona que lo apoyó para contar con equipo profesional. En 1996 conoció a su mejor amigo, Nick Wolak, una de las personas más destacadas en la industria de perforaciones.
Al tramitar licencias y permisos ante autoridades gubernamentales para establecer el primer estudio, en el gobierno municipal y en salubridad no había antecedente de un negocio de su tipo, por lo que fueron registrados en el rubro de salón de belleza y peluquerías, con un paréntesis que indicaba: “Con servicios de tatuajes”.
“Hace unos 12 años Cofepris ya interviene y empieza a regular los estudios de tatuajes a nivel nacional, y en el primer año me contactan, porque con salubridad siempre llevé buena relación, les gustó cómo hacíamos nuestro trabajo y cuando pasan la batuta a Cofepris, se ponen en contacto con nosotros para capacitar como a 16 personas”, recordó.