La gente avanza lentamente por la calle. Lo hacen entre los puestos a los costados y los camiones de transporte público que entra al barrio de El Tepe, que en días de tianguis (jueves y domingo) cobra aún más vida. Las calles son adornadas por los diversos colores y olores de frutas, verduras, gorditas, tacos de carnitas, de barbacoa, que se mezclan con los sonidos de los puestos de discos y película y gritos de "pásele, todo a 50 pesitos".

La odisea comienza desde que se entra al barrio. El bullicio por el tianguis, los gritos de los comerciantes, el colorido de los puestos, la música, los olores… todo se mezcla en una combinación que da identidad al lugar.

La mercancía que se ofrece es variada. Se pueden encontrar artículos para campismo, herramientas “de medio cachete”, ropa usada, frutas y verduras, cárnicos, lácteos… casi cualquier tipo de producto se ofrece. Ese es uno de los atractivos del tianguis: el surtido y el bajo precio.

Muchas de las viviendas del barrio son habilitadas como negocios. Las que antes eran cocheras, hoy son locales, donde los dueños o venden ellos mismos, o los rentan a comerciantes.

Verónica Salinas Ramírez es originaria de El Tepe. El puesto donde vende está ubicado en el domicilio de su mamá, desde hace 50 años. Se dedica a vender raspados. Su mamá los vendía décadas atrás, cuando el mercado del barrio se encontraba en la calle de invierno.

“Todo el tiempo hemos vivido aquí. Vivir y vender en el mismo lugar no era difícil. Así se acostumbraba. La gente antes era muy trabajadora. Por ejemplo, mi mamá tenía un puesto. La licencia que tenemos ahora se le hizo un cambio de giro porque ella vendía dulces. Todo estaba diferente a como está ahorita. Ella hacía sus piñatas, que todavía las hacemos y las mieles (raspados) que hacemos las realizaba desde hace 50 años, no le hemos cambiado nada.

Yo me casé, me fui a vivir a otro lado con mi marido, pero de recién casados me regresé otra vez a vender. Llevo 25 años vendiendo”, indica.

Sobreviviente de cáncer de mama, Verónica dice que una buena alimentación y su “buena madera”, además del tratamiento médico, hicieron que se sobrepusiera a la enfermedad.

Verónica comenta que El Tepe es muy diferente al que vieron sus ojos de niña. Dice que el barrio era muy bonito, por ejemplo, en las fiestas decembrinas., cuando en las posadas los sacerdotes salían con todos los niños a las calles. “Eran unos colones”, recuerda.

Explica que en la iglesia de San Roque, el padre Ernesto Espitia sacaba las posadas a las calles. Eran muchos los niños que salían. Incluso, los juegos infantiles eran diferentes. No había tabletas, ni consolas.

Sobre los comerciantes del barrio, precisa que muchos de ellos tienen sus locales. Algunos de ellos ya murieron. Los pocos que quedan venden en sus casas, a pesar de sus edad, o venden sus casas. También quedan sus hijos, pero ya es otro ambiente, otra estilo de trabajar y ser.

Incluso los trenes ya se fueron. Verónica apunta que le gustaba irse “de mosca” en el tren por unos kilómetros y luego regresar a El Tepe. “Son cosas que vivió uno, muy bonitas. Eso te lo van decir los que tengan más de 50 años. Todo era muy diferente. Todo era empedrado”.

La mujer recuerda con amor esos tiempos de un barrio único. Regresa al presente cuando le piden un raspado. “¿De cuánto lo quiere?”, pregunta a la clienta.

A unas cuadras, Gilberto Trejo vende frutas y verduras a pie de calle. El puesto del hombre está a unos metros del paso de autos y camiones. Cuando un autobús pasa por la calle, el espacio para los peatones es pequeño. Son milímetros los que separan las carrocerías de los cuerpos.

Gilberto explica que vende desde hace 40 años en El Tepe. Asevera que en ese entonces apenas eran unos cuantos puestos dispersos en las calles. Poco a poco fueron llegando más vendedores.

El hombre explica que hace 18 años sufrió un accidente en el mercado de abastos que lo dejó en una silla de ruedas. Cinco años tardó en recuperarse. No hacía nada, pero el espíritu de sobrevivencia lo hizo salir nuevamente a vender el tianguis.

El hombre conversa desde su silla de ruedas. De carácter afable, Gilberto, de 63 años, dice que hay que salir a ganarse la vida, a pelear el día a día, pues esperar que otros hagan algo es complicado.

Añade que tiene sus hijos que le ayudan, pero que no quiere ser una molestia para ellos, pues también deben de mantener una familia. “Ahorita que se puede. El día que no pueda a ver quien me da una patada aunque sea. Gracias a Dios ya viví, bien o mal ya viví”, precisa.

Gilberto regresa a sus ventas. Toma un papaya en sus manos y la ofrece a la gente que pasa y voltea a ver los precios de la mercancía de su puesto.

Cerca se escucha una canción. Sale de una bocina que está afuera de un local que vende discos y películas. Mucha gente se detiene a “echar un ojo” a los éxitos del pasado y actuales que se ofrecen. A pesar del auge que viven los servicios de películas en línea, aquí la gente prefiere las películas en formato físico.

Los que salen del barrio lo hacen con sus bolsas llenas. Compran el recaudo para la semana. Dicen que más fresco y barato que en cualquier otra tienda establecida, además de entretenido y con atención personalizada.

Google News

TEMAS RELACIONADOS