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En 1986, un viaje en el tren rápido México-Querétaro costaba mil 500 pesos, y por mil 500 más podías comer durante el trayecto. El recorrido era de aproximadamente tres horas sobre el tren El Constitucionalista, uno de los muchos trenes de pasajeros que paraban en la Antigua Estación del Tren en Querétaro, que ahora funge como museo protegido por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
Una vieja publicidad sobre el tren El Constitucionalista dice: “Disfrute la comodidad que ofrece viajar en el tren EL CONSTITUCIONALISTA, con diez coches de primera especial con capacidad para 68 personas por unidad, clima artificial, espacios entre asientos, dos coches comedor y sanitarios.
“Sale de Estación Buenavista a las 7:00 AM, una corrida diaria y llega a Querétaro a las 9.57 horas. Sale de Querétaro a las 16:00 horas, llega a Buenavista a las 18.57 horas”.
En aquellos tiempos, el ambiente era de algarabía en cada una de las estaciones de ferrocarriles del país, Querétaro no fue la excepción.
En la Antigua Estación del Tren, en el barrio del Tepetate, trabajaban todos los días, boleadores, voceadores y vendedores de ropa, huaraches o comida. Familias completas, de todas las clases sociales se agrupaban en el andén para abordar en primera, segunda o tercera clase.
Héctor Aguirre, promotor cultural a cargo del Museo Antigua Estación, del Municipio de Querétaro, explica que la estación del tren es de las pocas estaciones que permanecen casi intactas en el país, pues ésta conserva el 90% de su estructura original. Funcionó desde 1904 hasta finales de 1996.
Héctor cuenta en entrevista para EL UNIVERSAL Querétaro, que la antigua estación del tren que todos conocemos no fue la primera en la ciudad, sino la segunda. La primera estación de ferrocarriles en Querétaro se ubicaba sobre Constituyentes, junto a la Alameda Hidalgo, y durante algunos años ambas estaciones funcionaron a la par, pues el ferrocarril era el medio de transporte más moderno; ambos trenes cruzaban la ciudad como si fueran las dos venas principales que daban vida a Querétaro, transportando no sólo pasajeros, sino cartas, correos, alimentos, materiales de construcción y herramientas para trabajar el campo.
La estación se divide en tres partes principales. La primera de ellas —donde ahora es la entrada principal— era el área de primera clase, donde las familias más adineradas de la ciudad esperaban su salida en un pequeño restaurante dentro de la sala de espera. El otro compartimiento era para segunda y tercera clase, ahí era común ver a personas con huaraches e incluso descalzas, algunos vestían únicamente un pedazo de tela entrecruzado a la altura de los hombros; el tercer compartimiento estaba destinado al área de paquetería y mensajería.
Como lo muestra la publicidad de El Constitucionalista, el pasaje para viajar en primera clase era de aproximadamente mil 500 pesos (de aquellos tiempos); sin embargo, para viajar en segunda o tercera clase se pagaba la cuarta parte de ese precio, además generalmente eran viajes redondos. “El ferrocarril era realmente accesible para la economía de aquellos años, pues todas las familias podían pagar por un traslado de este tipo”, comenta Héctor Aguirre.
Las particularidades de viajar en primera, segunda o tercera clase eran evidentes. Los pasajeros de primera clase viajaban en la parte final del tren, pues de esa forma estaban más alejados del ruido y el humo de la locomotora; no así los pasajeros de segunda o tercera clase, que viajaban cerca del humo y del ruido, no sólo de la locomotora, sino también de los animales a bordo, pues la mayoría de las veces los trenes eran mixtos; transportaban materiales, pasajeros y algunas veces, también animales.
Héctor Aguirre señala que de acuerdo a los registros, en la Antigua Estación del Tren salían entre 50 y 60 trenes al día, es decir, de dos a tres trenes por horas, por lo que el ajetreo en ese lugar jamás paraba.
Ismael Arreola es un profesor de primaria, recuerda que en su niñez trabajó como bolero en la antigua estación del tren. “Los mejores clientes eran los maquinistas, ellos pagaban mejor, una boleada en ese tiempo costaba un peso y dos pesos con tinta, y ellos a veces me pagaban el doble, tenía que hacerlo muy rápido porque ellos iban de entrada por salida”.
El fotoperiodista de EL UNIVERSAL Querétaro, Demian Chávez, también recuerda su primer viaje en tren cuando apenas tenía cinco años de edad. Viajó de Querétaro a Morelia para vacacionar con su padre. “Un viaje maravilloso, recuerdo a todos los vendedores en la estación, y a mi padre cargando las maletas, recuerdo los paisajes al asomarme por la ventana. Una experiencia maravillosa que todos los niños deberían vivir”.
“Recuerdo el viaje particularmente incómodo, como si usáramos ahora un camión urbano para hacer un trayecto tan largo. Pero fue una experiencia muy linda porque yo siempre veía pasar los trenes y me gustaba saludar a los conductores. Entonces, en esa ocasión viví la experiencia desde otro punto de vista, esa vez como pasajero. Recuerdo también todos los gritos de los vendedores, en Querétaro y en Morelia, recuerdo el olor del pescado que comíamos mi papá y yo en esa estación antes de volver a Querétaro, todo el trayecto tuve dolor de estómago, por cierto”, recuerda el fotoperiodista en medio de risas.
Así es como muchos de los queretanos se llenaron de recuerdos en la antigua estación del tren, algunos como vendedores, otros como pasajeros.
El lugar se ha convertido en una cápsula de tiempo que a veces confunde a uno que otro abuelo despistado, que llega cada cierto tiempo a la estación y pregunta a los encargados: “¿por qué las taquillas están cerradas?”, “¿Dónde puedo comprar mi boleto?”, “¿A qué hora sale el próximo tren?”.