Un vehículo de una sola rueda que tiene pedales como los de una bicicleta, que mide a la alto cerca de dos metros de largo, que se le conoce como un monociclo, es el instrumento de trabajo de Alan García, un joven de 23 años que anhela algún día ser el malabarista y acróbata estrella de un circo que goce de los aplausos del público más exigente.
Alan, como todo monociclista, sabe de lo importante que es tener un buen equilibrio para no caerse o sufrir algún accidente al manejar este objeto.
Para pagar sus estudios de bachillerato, comer y pagar renta del lugar en donde vive, Alan quien se asume como un “artista callejero urbano”, originario de Ecatepec, Estado de México, llega algunos días de la semana al cruce de la Avenida 5 de febrero y Zaragoza, en la capital queretana, frente a un semáforo que está en la zona de hospitales, para hacer sus riesgosos malabares y ganarse “unas monedas” que le brindan los automovilistas que se paran en este punto y que esperan el verde en el cambio de luces para continuar su camino.
Ahí, Alan en un camellón muy transitado en la capital queretana, cerca de las dos de la tarde – cuando el sol pega a su máxima intensidad- convive con vendedores de dulces, franeleros y alguno que otro menor que pide el regalo de una moneda.
El rugir de los motores de los camiones de carga que transitan por la 5 de febrero son una constante, pero también no dejan de sonar los cláxones de los vehículos que pelean por ganar su paso en Zaragoza, una de las vialidades más transitadas de la capital del estado. Todo ello, es el entorno laboral de Alan García que lleva cuatro años de vivir en la ciudad.
“Esto que hago, mis movimientos, se llaman disociación y en este caso ocupo muchos juguetes de malabarismo y yo he aprendido por mi cuenta, aunque actualmente busco ir a convenciones, encuentros, talleres, pero mi proyecto futuro es entrar a una escuela de circo en Portugal, para que yo entre de manera más formal a esto”.
Trabajar en un circo, “es mi meta”, dice Alan, quien explica que en esta actividad se inició por hobby desde que estudiaba la secundaria, pero después, relata, se dio cuenta que también le daba resultados con fines terapéuticos, “debido a que me quita el estrés y me ayuda en el día a día, pero además encuentro un ingreso económico”.
De manera satisfactoria, Alan voltea a ver su monociclo -su fiel compañero de batallas cotidianas- y nos dice que hasta el momento ha sorteado bien sus acrobacias y malabares, ya que no ha sufrido caídas o accidentes, “aunque si llevó lesiones como esguinces por no realizar los ejercicios de calentamiento.
“Para evitar esas lesiones caliento al menos 15 minutos todos los días”, relata.
“Mi monociclo son los componentes de una bicicleta y con este monociclo me desplazó hacia atrás y hacia adelante, ya tengo con él cerca de tres años y en aquel entonces me costó 3 mil 800 pesos, aunque yo creo que ahora valen como 4 mil 500 pesos”.
Además del monociclo, Alan explica que se apoya de otros ocho objetos para realizar sus ejercicios, entre ellos:
“Están las clavas -aparato para los malabares-, aros, plato chino, pelota de gimnasia, un sombrero de manipulación y otra pelota de contacto”.
Al realizar sus acrobacias y malabares en una zona de semáforo, también, dice, le lleva a la dificultad de sincronizar sus movimientos que hace desde las alturas en el monociclo.
“Las tengo que realizar [sus acrobacias] en un minuto para que no me gane el cambio de luz, y también me dé tiempo de pasar a pedir una moneda.
“Este crucero es en este momento un escenario para mí”, dice emocionado Alan, quien en un futuro se visualiza en una plaza o un gran foro en un teatro dentro de un festival “y mi tiempo de intervención, espero, ya no será un minuto, sino diez minutos o hasta una hora, ese es mi sueño”, comenta.
En este momento, tras la reactivación económica que se ha dado luego de superar el confinamiento, dice que también lo contratan para amenizar fiestas, “o me invitan a participar en actividades fuera de la ciudad”.
Esto que hace, subraya, es “arte callejero urbano”, y explica que también se les incluye a otras personas que en otros lugares de la ciudad bailan break dance, quienes cantan o tocan música, “pero quienes nos dedicamos al malabarismo, somos muy pocas personas”.
El estar en el semáforo, realizar sus movimientos y ganarse un dinero, expone que es para él “una práctica pagada” debido a que todos los días ensayó cosas nuevas, aunque también “ estoy consciente de que los automovilistas no están obligados a darme una moneda, pero si me ven, y les gusta lo que hago, me pueden ayudar si les nace, pero la verdad la gente aquí en Querétaro es buena y me ayuda”.
Agrega que el dinero que saca diariamente le permite cubrir sus gastos de alimento y hospedaje, pero también sale para pagar sus estudios de bachillerato, “por eso le echo muchas ganas a esto”.
“Yo admiro mucho a la gente que trabaja en un circo, que recibe un aplauso, yo quiero ese alimento, aunque aquí debo de reconocer que una que otra vez que me dan un aplauso, una sonrisa o una moneda, pese a que las personas que pasan por aquí traen mucho estrés. Se siente padre recibir un aplauso debido a que las personas valoran el esfuerzo que hace uno”.
Añade que el circo es cultura, “lástima que en Latinoamérica no lo vean así, pero en Europa por ejemplo están los mejores festivales del mundo y aquí en México no le damos esa importancia que merece, incluso en algunos casos al hablar de circo se le insulta a quienes trabajan ahí porque les dicen ‘payasos’, cuando la verdad son unos artistas”.