Haber conocido la Torre Eiffel, en París, Francia, es uno de los momentos que más atesora Lorenzo José Tous, respecto a sus viajes; el hombre de casi 84 años recuerda esos momentos, además de hazañas como alpinista.
Actualmente reside en el Asilo San Sebastián, en la capital de Querétaro, donde lo acompañan sus álbumes de fotografía con innumerables recuerdos de sus viajes y de sus vivencias.
“Lo que más me gustó [de entre sus viajes], fue la Torre Eiffel y el Río Sena, fue lo que más me gustó, la torre, la subí, en la cúspide estaba una estación de radio”, recuerda.
“Los recuerdos están hechos de esto”, se lee en la portada de su álbum de su primer viaje a Alemania y el cual Lorenzo conserva con especial cuidado; lo hojea mientras comparte algunos de los momentos que más han marcado sus recorridos.
Mientras tanto, sobre sus manos lleva otro álbum que tiene la leyenda “Mi segunda visita a Alemania, después de 21 años”, añade que este viaje fue para visitar a sus dos sobrinas y sus respectivos esposos que vivían en esta región del mundo.
El idioma alemán no es desconocido para Lorenzo, pues menciona que para ese viaje “aprendí un poquito”, con la finalidad de tener un mayor entendimiento durante su visita. “Tengo otros dos [álbumes] de mi primer viaje”, platica.
Las travesías de Lorenzo continúan en sus viajes al interior del país; con emoción relata aquellos momentos que también vivió como alpinista, al subir el volcán Iztaccíhuatl.
“Fui alpinista de joven, subí al Iztaccíhuatl, en la ida al Popocatépetl llevábamos a un guía que nos perdió…”, comparte mientras hace una mueca por aquella aventura.
“Íbamos preparados para el hielo, para eso uno necesita de unos zapatos, aditamentos, especiales, que son como de fierro, para enterrarlos en la nieve”.
Al compartir estas historias, se enorgullece de tener una buena memoria, que lo hace evocar cada viaje, cada lugar y cada persona conocida.
Lorenzo, relata, nació un 26 de agosto, en la Isla del Carmen, en el estado de Campeche. Recuerda que a los 10 años perdió a su padre a causa del cáncer; desde entonces, junto con su mamá y su hermana, se fueron a vivir a Mérida, Yucatán.
Tras un par de años de haber vivido en esta nueva ciudad, regresaron a su lugar de origen, por un poco tiempo.
Posteriormente, recuerda, cambiaron de residencia a Veracruz, donde terminó sus estudios de educación básica, para en seguida vivir en Ciudad de México, cuya dirección rememora de manera precisa.
Al hablar de su infancia, confiesa que le gustaba jugar con el trompo, “el punto con el que el tropo da vuelta es fierro, entonces ese hay que limarlo bien”.
Sin embargo, señala que entre sus actividades predilectas de la infancia también estaba ir a la playa, pescar, visitar el faro de la Isla del Carmen, donde le tocaba ver cuando salían o llegaban los barcos pesqueros.
“Aparte me gustaba ir a la playa, de chamaco, me gustaba ir a pescar, a los muelles, al faro de la Isla del Carmen. Fue cuando empezó una temporada de camarón, entonces los barcos salían a las 05:00 de la madrugada y regresaban a las 07:00, 07:30 y 08:00 de la noche, para descabezar los camarones y meterlos a refrigeración, todo eso me tocó vivirlo de chamaco”, afirma.
Posteriormente, ya viviendo en la capital del país, ingresó a laborar al Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), donde se encargaba de llevar el archivo clínico del Centro Médico Nacional de La Raza, una actividad que con la llegada de la tecnología cambió drásticamente.
“En 1957 ingresé al Instituto Mexicano del Seguro Social, al Hospital de La Raza, anteriormente trabajábamos en el archivo clínico, los archivos clínicos con el avance de la tecnología desaparecieron, porque ya cada consultorio tenía su equipo de cómputo electrónico”.
Después, añade, laboró en diversas áreas, hasta llegar incluso a la Tesorería General del Seguro Social.
“Luego hubo un cambio para mí, me fui al Hospital Nacional de Traumatología, donde duré poco porque ya estaba trabajando en el ISSSTE y en el Seguro Social, posteriormente me cambiaron a la Clínica 15, en la Calzada Ermita Iztapalapa. De ahí me pasé a la Tesorería General del Seguro Social, ahí duré algunos años”, comparte.
Tiempo después llegó a vivir a la ciudad de Querétaro, donde se encuentra el asilo, y en donde se refieren a él como un hombre formal y respetuoso, además, con un encanto que cautivó a una de sus compañeras, experiencia que comparte feliz.
Su serenidad y su formalidad también se ven engalanadas por anécdotas y chascarrillos que los hacen soltar discretas carcajadas durante la charla.