En compañía de su hijo adolescente, don José González aguarda, bajo la sombra de mezquites, la llegada de posibles clientes. Sillas de tule, pero también de plástico de diversos colores buscan llamar la atención de quienes ahí transitan.

A sólo unos metros de la vieja estación del tren en Hércules, se encuentra don José. Platica que tiene 40 años dedicado al comercio, actividad que le ha llevado a recorrer prácticamente todo el país, ofreciendo inicialmente roperos, alacenas, cómodas y ahora solamente sillas, mecedoras y las acapulqueñas (sillas y sillones tejidos con material de plástico).

Dice que los tiempos han cambiado y que para algunas personas los artículos que ofrece resultan antiguos, situación que se refleja en las ventas cada vez más escasas.

Originario de Maravatío, Michoacán, refiere que la situación económica del país está complicada y que hoy esta actividad “sólo da para comer y no más; ya no es negocio”, afirma.

“La verdad vengo [a Querétaro] por qué allá en mi pueblo no hay trabajo para personas grandes [de edad], entonces nos venimos a vender para ganarle algo porque la vida ahorita está muy difícil”.

Don José tiene 53 años de edad y desde los 14 se ha dedicado al comercio, añora aquellos tiempos de buenas ventas, pero también de seguridad para transitar y acercar los productos en diferentes puntos del país. Enlista entre los destinos el Estado de México, Guanajuato, Nayarit, pero también La Paz, Zacatecas, Jalisco, además de Chiapas, Durango y Veracruz.

Comparte que su esposa le enseñó a tejer el tule, labor que hasta la fecha realiza, aunque cada vez son menos las personas interesadas en comprar o reparar las sillas, pues prefieren arrumbar o deshacerse de estos artículos.

“No sabía nada de esto, la que sabía era mi esposa y anteriormente andábamos por donde quiera comercializando y gracias a Dios hoy por lo menos sale para comer y para mantenernos”, asegura.

“Las ventas están medio flojas. Hay veces que duramos ocho días por acá; venimos a hacer la lucha”, aunque con el riesgo de la inseguridad al momento de regresar a su lugar de origen, agrega.

Expone que precisamente por la inseguridad y las bajas ventas, está por tomar la decisión de dejar el comercio de manera definitiva y buscar otra labor que genere los ingresos necesarios para la familia.

“Ahorita me quiero ya salir, ya no vender. Allá en mi pueblo pasa el carro de la basura cada ocho días; entonces hay muchos compañeros que agarran un triciclo tocando en las casas [para el servicio de recolección], y por día juntas entre 200 a 250 pesos”, destaca.

A la espera de esta decisión, José González, al frente del puesto de sillas, se prepara para seguir con el tejido en color gris y morado de una mecedora que ya tiene apartada para su venta, con un precio de mil 200 pesos.

Es en ese momento que una pequeña niña ante la mirada de su madre se acerca, se sienta en las sillas, se decide por una de ellas y pide le compren. De inmediato el regateo del precio al que el comerciante termina por acceder con el único propósito de concretar la venta.

Ya en entrevista, lamenta que el trabajo artesanal que realiza no sea valorado y recuerda que cuando las personas acuden a un gran almacén o tienda de autoservicio aceptan el precio ahí mostrado sin problema alguno.

Tenemos que entender, expresa, que todos los materiales y productos han subido de precio y este ajuste se tiene que ver reflejado en el producto final.

José espera tener un poco más de ventas durante el día, para cubrir los viáticos y poder llevar algo de dinero a su esposa que espera en Maravatío.

Lo anterior no sin antes mencionar que sus hijas de 22 y 19 años, ante la falta de oportunidades de trabajo en su pueblo, han decidido venir a la capital queretana donde ya se encuentran laborando.

Dice convencido que en Querétaro la situación está mejor, la vida es diferente, pues en Maravatío no hay trabajo y el poco que hay carece de prestaciones.

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