Plácida Lara Hernández está fuera de su domicilio. El lodo está aún sobre la calle de Panaderos esquina con Obreros, en la colonia Peñuelas, donde apenas 24 horas antes la lluvia inundó la zona, afectando las viviendas cercanas y arrastrando vehículos.
La adulta mayor dice que tiene ya mucho tiempo viviendo en Peñuelas, con su familia.
Soledad Hernández, hija de Plácida, narra que todos los años sucede lo mismo. “Hace tiempo que no ocurría algo semejante, porque no había llovido con fuerza, pero en esta ocasión las cosas se salieron de control”, comenta.
Plácida saluda de manera amable. Viste un suéter rojo. Platica de manera amena mientras su hija la observa. Su rostro denota cansancio. Han sido horas de mucho estrés para ella y su familia.
Las calles cercanas aún presentan las huellas de las afectaciones por las lluvias del martes por la tarde. Montones de tierra, lodo y basura se aprecian por la acera. La mayoría se removió durante la mañana de ayer. De los automóviles que se llevó la corriente no hay evidencia.
La tierra en la calle poco a poco, conforme avanza el día se seca. Las coladeras permanecen con ramas, bolsas de plástico y botellas de PET que tapan el paso del agua.
Soledad explica que desde temprana hora comenzaron ellos mismos las labores de limpieza de la calle y la vivienda que habita junto con 13 personas más.
La tarde del martes, recuerda, la lluvia comenzó alrededor de las 5:00 pm, de manera intensa. En un momento el dren que corre en la colonia fue insuficiente para llevarse toda el agua. Se presentó la inundación.
La corriente de agua arrastró a su paso automóviles por las calles. Las viviendas, como la de Soledad y Plácida, se vieron afectadas por la entrada de agua. En la fachada del inmueble se ve el nivel que alcanzó el agua 24 horas antes, rebasa el medio metro de altura.
Soledad comenta que cuando notaron que el agua comenzaba a subir y amenazaba con inundar el interior.
“Se nos metió a su cuarto [de Plácida] a donde está su cocinita. Y aquí en el patio, pero como lo de ella está más bajito. Apenas ayer en la noche [martes] terminamos de limpiar y aquí afuera limpiamos en la mañana. Nadie [de las autoridades] ha venido.
“Pensaba que iban a venir temprano a limpiar siquiera la calle, porque vi en Facebook que andaban aquí abajo unas máquinas. Dije ‘ojalá se jale una para acá’, pero no ha venido nadie”, dice Soledad.
Recuerda que la tarde del martes fue terrible. El agua “brincó” el puente (que pasa sobre el dren), hacía cascadas, las rejillas (coladeras) no sirvieron de nada. En la esquina de Obreros y Panaderos se junta toda la basura, escombro, todo. “Nos fue de la fregada”.
“Estábamos cuatro personas en la casa, nada más: mi mamá, otros dos adultos y yo. Además, un niño. Subimos a mi mamá a los cuartitos que tenemos allá arriba, y nosotros nos quedamos a limpiar. [La lluvia] empezó como a las cinco [de la tarde]. A mí se me hizo eterno. Duró el agua como dos o tres horas”, recuerda la mujer.
Dos colchones chicos fueron la única propiedad que resultó afectada en su vivienda.
Soledad explica que los cuartos de arriba de su vivienda, hechos de madera, fueron construidos para refugiarse durante las lluvias atípicas que inundan Peñuelas. Para subir utilizan una escalera de madera, cuyos peldaños lucen chuecos.
Agrega que por la premura de subir a la parte alta, Plácida se lastimó un pie, a la altura del tendón de Aquiles. La adulta mayor muestra la lesión sufrida: Piel amoratada y costras.
“Cuando la subimos en la escalera se lastimó. Como ya tiene su piel delgadita con cualquier cosa se lastima. La subimos a ella y a un niño”, añade. Dice que al mismo tiempo trataban de contener el agua que amenazaba con ingresar.
En la parte de atrás de su casa pasa un canal que descarga las aguas pluviales, pero es muy pequeño para la cantidad de escurrimientos que se registran en la zona. Es insuficiente para llegar hasta el dren y que salga con seguridad.
Las aguas bajan de Pie de la Cuesta, en cuyas obras recientes colocaron tubería que termina en ese dren. “Pusieron tubos grandes y descargaron toda el agua hacia el canal. Estaba chiquito el canal y no sirvió para nada”, asevera.
Por la mañana de ayer, destaca Soledad, llegó personal de gobierno. Le dejaron dos pastillas para clorar agua y dos sobres de suero.
“Esto [las inundaciones] son cada año. Nada más que ahorita ya tenía tiempo que no llovía. Por una parte, está bien que caiga agua, pero que Diosito nos la eche sin tempestad o de a poquito. Luego, digo ‘Dios mío, echa agua’, pero donde están las casas bien bonitas. Donde estamos bien fregaditos échanos poquita. Ahorita ya tenía años que no llovía así. Años pasados había llovido, pero no así”, precisa.
Las mujeres vuelven a sus ocupaciones. Soledad se pierde en el interior de su domicilio, mientras Plácida observa la calle llena de lodo y basura.
Alrededor la vida sigue con relativa normalidad. Los negocios abren, un grupo de hombres conversan en la calle; mientras varios empleados del municipio de Querétaro realizan limpieza al interior de la Alameda Norte.
El dren, 24 horas después, conduce una pequeña corriente de agua que luce cristalina, aunque el cielo nublado vuelve a amenazar con llover.