Recuerda con exactitud sus días en la Escuela Superior de Economía del IPN, en 1971. En específico, la tarde del jueves 10 de junio, cuando vivió y observó de cerca la represión del “Halconazo” o “Jueves de Corpus”.
Queretano “por adopción”, Salvador Rangel viajaba cada semana al entonces Distrito Federal (D.F.) para sus clases y vivir en la capital. Había estado previamente en la Escuela Vocacional 5, y tenía presente el contexto de confrontación entre el entonces presidente Luis Echeverría Álvarez, y el regente de la ciudad.
“El 71 es la época de Echeverría tratando de calmar a los estudiantes, a la gente, intentando hacer una política conciliatoria. Pero dentro del mismo gobierno hay conflictos, uno de ellos con Alfonso Martínez Domínguez, regente de la ciudad”, señala don Salvador.
El movimiento estudiantil de 1968 “estaba muy reciente, resentido, adolorido y con muchas heridas”. En ese contexto y con el trasfondo de un problema de estudiantes de la Universidad de Nuevo León ante su Consejo Universitario, estudiantes y jóvenes acuerdan que las instalaciones de su escuela del IPN sean el punto de partida de la marcha y manifestación.
“Nos fuimos a la marcha. Unas 6 o 7 cuadras —después de la escuela— para llegar a la México-Tacuba, dimos vuelta a la izquierda y llegamos a lo que ahora se llama Circuito Interior, cambia de nombre y se llama San Cosme. Entonces es México-Tacuba, San Cosme”, para después dirigirse hacia el Zócalo.
“Iba a la retaguardia (…), los llamados ‘Halcones’ estaban en la calle de México-Tacuba, afuera de lo que era el cine Cosmos [hoy está abandonado]. Está del lado derecho la estación del metro Normal, dieron vuelta a la izquierda rumbo al Zócalo, y ahí fue donde atacaron”, explica con la mirada fija en los entrevistadores.
Uno de sus compañeros que estaba más adelante recibió un balazo en el tobillo y no se había dado cuenta; iba con una compañera de lado izquierdo y un compañero de lado derecho, la bala entró y salió, así que empezó a sangrar. Expresó: “Oye, ya me dieron”. Señala que afortunadamente no hubo más consecuencias que la herida.
Don Salvador estima que entre mil 500 y 2 mil estudiantes asistieron a la marcha. Al día siguiente —viernes 11— no hubo clases, pero para el lunes 14 se pasó lista y todos los compañeros estaban presentes. No hubo detenidos o situaciones de gravedad en su plantel.
“Era tal el temor que existía del gobierno con lo del 68, que Palacio Nacional fue custodiado, no nada más de dentro sino de fuera, con el Ejército, en el 71”.
Salvador Rangel destaca que algo que no debe olvidarse es que en la represión estudiantil hubo un constante uso de los artículos 145 y 145 bis del Código Penal, en el que se encarcelaba a las personas por el “delito de disolución social”. Ejemplos de lo anterior fueron los casos del maestro José Revueltas y Heberto Castillo, entre otros.
Militares buscaban “comunistas” en la central camionera
A finales de los sesentas e inicios de los setentas, Salvador Rangel también era maestro de la escuela Técnica número 59. Ya estaba casado con doña Carmelita, con quien ha mantenido un matrimonio de 52 años.
Visitaba Querétaro cada ocho días. Al llegar a la central camionera, donde hoy está el Centro Cultural Gómez Morín, había militares armados en búsqueda de “detectar comunistas”, lo que hacía notar que el gobierno del estado no era “indiferente a la situación de pánico”.
El creador de la columna Solo para Nostálgicos, que se publicó en el semanario Tribuna de Querétaro por casi 10 años, recuerda cuando la dirección de tránsito estaba en la calle de Zaragoza, junto a los Bomberos, y los policías contaban con motocicletas de todo tipo; el tiempo en que el restaurante La Mariposa se ubicaba en la esquina de Juárez y 16 de Septiembre, antes de que el entonces gobernador Manuel González Cosío “abriera Querétaro a la modernidad”.
Además, tuvo una relación cercana con Rogelio Garfias Ruiz, exdueño y director general de dos diarios de la entidad, de quien afirma tenía “don de gente”.
También en su profesión de maestro de geografía, era muy apreciado por los alumnos porque los premiaba con dinero por saberse las capitales del mundo.
En cuanto a su “puesto político” como director de periódico, Garfias Ruiz “tenía luz y sombra”, pues para algunos fue un personaje porque ayudaba a la gente, otros consideraban que lo hacía “por negocio”; pero Rangel remarca haberlo conocido “en su lado humano”.
El también profesor de materias de periodismo en la Universidad Cuauhtémoc enfatiza que la sociedad necesita reconocer a los “héroes anónimos que dieron su vida, desaparecieron y fueron torturados; pues sin ellos no tendríamos lo que tenemos”.
“Para valorarlo echemos una vista al pasado”, concluye.