Graciela López espera sentada en la banca, bajo un pequeño árbol de la plaza San Pedro de La Cañada, en El Marqués, a que lleguen los clientes.

Desde hace 25 años la mujer vende productos de belleza, trastes de plástico y, recientemente, cubrebocas. Sin embargo, el movimiento en la comunidad es cada vez menor, debido a la pandemia y su crisis económica y a la falta de oficinas públicas, que daban sustento a muchos negocios cercanos.

“Las ventas me han bajado muchísimo. Ya no hay nada. Todo está bien solo. Luego hay días que no vendo ni 50 pesos. Luego tengo que pagar para que me lleven en taxi y pues debo de traer para irme. Si no, ver quién me ayuda, porque luego no hay taxis. El otro día tardé media hora para que pasara un taxi aquí, en la avenida principal [Emiliano Zapata]. No pasan tan seguido. Ya está muy solo”, dice.

“Hay días en los que no vendo ni 50 pesos”
“Hay días en los que no vendo ni 50 pesos”

Antes, con las oficinas municipales en La Cañada, recuerda, llegaba a vender hasta 500 pesos diarios, o más.

Una joven mujer llega hasta el puesto de Graciela. Le compra una lonchera a crédito. Eso lo hace con personas a quienes conoce y que sabe que volverán para pagar el producto que se lleva. Graciela dice que ya tenía dos años con esa lonchera, no se había vendido. Los niños durante este tiempo, por la pandemia de la Covid-19, no requerían de estos artículos.

El sol comienza a calentar el aire fresco de La Cañada. Hay silencio. A un costado de lo que fueran las oficinas de la presidencia municipal, un módulo de turismo es atendido por una joven. Nadie se acerca. Las pocas personas que pasan por la plaza son habitantes del lugar que van a comprar a un negocio o a la parada del camión rumbo a la ciudad de Querétaro.

Las calles de La Cañada, otrora llenas de bullicio, con negocios abiertos y ruido, ahora están en silencio. Muchos de los comercios han cerrado de manera permanente.

Los dueños originales de algunos negocios murieron, fueron víctimas de la pandemia, dice Graciela. Ahora, sus familiares deciden rentarlos a otros emprendedores que abren nuevos giros o, en el peor de los casos, permanecen cerrados.

“Hay días en los que no vendo ni 50 pesos”
“Hay días en los que no vendo ni 50 pesos”

Comenta que además de los “tupper” y maquillajes, el 14 de febrero hizo manzanas de acarameladas, pero no hubo ganancia, no se vendieron como esperaba. Agrega que en todos los negocios de La Cañada fue una situación semejante. Fue un mal año para los comerciantes.

Hay días, indica, que no hay nada de movimiento. A media mañana está sola la calle. Dice que ella llega a vender a mediodía, porque antes no hay muchas personas y se retira a las 16:00 horas.

Antes de dedicarse al comercio, Graciela comenta que trabajaba en unas oficinas, pero cuando salía se dedicaba a las ventas. Ahora, que ya está jubilada, debe seguir con el negocio, pues su pensión es insuficiente para cubrir todos sus gastos.

Recuerda cómo era La Cañada cuando era niña. El río estaba limpio, era poca la modernidad. Ahora, las aguas cristalinas dieron paso al drenaje de los fraccionamientos, afirma la mujer. Eso es lo que más añora de su infancia en el poblado.

La mujer confía en que en Semana Santa se pueda reactivar la economía de La Cañada.

“Esperemos, pero esto está cada vez más difícil. Con todos los gastos que llevan del Covid, porque son muchos gastos cuando se enferman.

“Está difícil. Creo que va a seguir lo mismo. Esto no se va a acabar. Salen nuevas variantes del Covid y todo eso. Yo ya tengo las tres vacunas. Gracias a Dios no me he enfermado, ni nadie en la familia, porque hemos visto vecinos que se han muerto del Covid, y jóvenes”, abunda.

Graciela añade que el poco personal del municipio que queda aún en La Cañada próximamente se retirará a la nueva sede, en Jesús María.

Destaca que no sabe qué pasará con ese edificio, aunque no sería mala idea que lo hicieran un hotel, para que haya más visitantes que disfruten de la tranquilidad de la zona.

Cerca de donde se ubica Graciela, un par de niños juegan alrededor de las estatuas de la plaza. Tocan también las piedras “campana” que están alrededor, rompiendo el silencio de La Cañada.

Otra mujer se acerca al puesto de Graciela. Se sienta en la banca que antes ocupaba la vendedora y comienza a hojear un catálogo de una empresa de maquillajes. Espera que Graciela termina su charla.

Dice que a la gente le gusta acudir a La Cañada por la tranquilidad, porque puede pasear y disfrutar de sus nieves.

La mujer acomoda sus artículos. Le muestra a una joven una botella para agua en la cual se interesa. Logra una venta más. Vuelve a acomodar sus productos, agrega que también vende cubrebocas bordados. Muestra uno con motivos de primera comunión. “Hasta eso les están pidiendo ahora que lleven a las ceremonias”, comenta mientras observa la mascarilla blanca con una paloma y un cáliz bordados.

“En todas las casas vendemos algo. Una de mis hermanas vende mole. Hace pasta de mole. Cuando es la temporada de Miércoles de Ceniza hace sus charamuscas. Ojalá que esto se acomode un poquito”, puntualiza Graciela con esperanza que su situación mejore, junto con la de los comerciantes de La Cañada.

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