Carlos Tavares da las gracias al chofer de un camión que le da unas monedas de manera solidaria. Originario de Jalisco, el hombre, quien hace dos años a raíz de un accidente de tránsito perdiera la pierna izquierda, dice que recurre a la caridad para poder mantener a su familia: “Hay que estar preparado para todo. Hay que vivir la vida como venga”.
Carlos avanza apoyado en sus muletas entre los vehículos que circulan en Bernardo Quintana y Acceso III. Los automovilistas bajan el vidrio y le dan algo de dinero al hombre, de 32 años de edad, padre de tres hijos.
Muy cerca está otro joven. Él está amputado de un brazo, pero se niega a charlar. “Va a llover temprano. Hay que chambearle”, dice mientras camina hacia el semáforo.
“Ya con familia está bien canijo”, comenta Carlos, quien hace menos de un año llegó a suelo queretano. “Me vine por necesidad, hay que buscarle donde haya más modo de salir adelante, más cuando hay niños de por medio”, recuerda.
Padre de tres menores, de 11, siete y tres años, Carlos tiene que salir todos los días a buscar el sustento para él, sus hijos y su esposa, quien se encarga de cuidar a los pequeños.
A un costado pasan los vehículos. De vez en cuando los automovilistas voltean a ver a Carlos. Algunos, quienes pasan de manera frecuente por la zona, están acostumbrados a verlo en el lugar. A otros, los que pasan ocasionalmente, les llama la atención el hombre, de estatura arriba del promedio, que avanza en muletas entre los automóviles pidiendo apoyo para sobrevivir en tiempos complicados para la sociedad.
Comenta que en Jalisco era carpintero, oficio en el cual ha buscado trabajo desde su llegada a tierras queretanas, pero no ha tenido suerte, pues no lo emplean. “Está bastante difícil la situación, más con esto del Covid-19, pero ni modo, hay que buscarle”, abunda.
En este crucero no hay nadie más pidiendo dinero u ofreciendo cosas a la venta. Es una ventaja que tienen él y su compañero, pues ante otras personas estarían en desventaja. “Algunas autoridades nos ayudan para que no vengan otros”, dice.
Carlos precisa que el último año ha sido “terrible” para él. Lo motiva su familia. Las cosas son complicadas, pero aún así no pierde el ánimo.
Narra que hace dos años lo atropelló un conductor en estado de ebriedad. En ese accidente perdió la pierna. El responsable no pagó nada. Carlos no abunda en el tema, como si no quisiera recordar ese pasaje de su vida. Prefiere centrarse en el presente y el futuro.
En cada luz roja del semáforo Carlos se aventura entre los coches que transitan sobre Bernardo Quintana. Una pareja de adultos mayores le da unas monedas, que agradece con una reverencia y una bendición. Avanza hacia otro vehículo, y a otro más, y otro más. A veces hay suerte, otras no tanto.
Cuando los automóviles avanzan, Carlos se apresura a volver al camellón, para iniciar el regreso hasta la esquina, donde espera nuevamente la luz roja. Aprovecha los pocos segundos que hay entre su llegada a la esquina y el cambio en el semáforo para descansar.
Desde hace tres meses se ubica en el cruce de Acceso III y Bernardo Quintana. Dice que como hay gente muy amable y buena, también hay personas que suben el cristal de las ventanillas de sus coches, incluso han llegado a “aventarle” el coche.
Asevera que también enfrenta la discriminación que se hace visible cuando las personas cierran sus ventanas, como si se tratara de personas que les harán daño o los robarán.
Por eso, dice que busca estar limpio, con el cabello corto y afeitado, para no generar una mala impresión.
Carlos llega entre las siete y las ocho de la mañana al crucero. Ahí permanece hasta las siete u ocho de la noche, cuando el clima lo permite. Durante ese tiempo también debe de preocuparse para conseguir algo de comer. Muchas ocasiones hay personas que le dan algo de comida. “Hay que ir a talonearle el taco también porque está difícil. Hay gente que nos regala un taquito y se le agradece mucho, pero hay veces que no, y hay que estarle buscando”.
Apunta que para llegar a este punto debe tomar transporte público, pues vive lejos de la zona. Con el transporte público no tiene mayores problemas, aunque sí con los usuarios que ocupan los lugares para personas con discapacidad y que, a pesar de verlo con muletas, no se levantan para cederle el lugar cuando lo ven abordar.
“Normalmente los choferes sí se paran y son amables. Inclusive hay ocasiones que les pido la parada donde no es y aun así se paran para que suba, por lo mismo que ven la discapacidad, pero la gente es la que no coopera con eso del respeto a los lugares para personas con discapacidad”, resalta.
Otro de los problemas que tuvo que enfrentar durante el último año fue la escuela de sus dos hijos que estudian, pues en donde vive no hay internet, por lo que tenía que recurrir a las recargas del teléfono celular para que sus hijos pudieran tomar clases a distancia y entregar las evidencias de las tareas.
Añade que eso era lo de menos, pues es un esfuerzo que se hace por la educación de los chicos, para que tengan un mejor futuro en la vida.
Carlos comenta que su meta es encontrar un trabajo para poder sacar adelante a su familia. Mientras, dice que hay que seguir buscando el sustento diario.
El joven jalisciense regresa al arroyo, en espera de la buena voluntad de los queretanos que, de manera solidaria, lo ayudan a mantener a su familia mientras encuentra un trabajo que le permita darle lo necesario a sus hijos y esposa.