Fundó, junto con su hermano, una fábrica de pantalones en Iguala, Guerrero, misma que llegó a contratar a más de 160 trabajadores; aprendió de los empleados a cortar, coser y moldear. Sin embargo, a pesar de la prosperidad del negocio familiar, la suerte cambió radicalmente para Agustín López, quien perdió la empresa pero nunca dejó de coser.
A sus 86 años, Agustín continúa remendando pantalones en su pequeña vivienda que acondicionó como taller; con modestia dice que no le sobra el trabajo, pero es suficiente para comer. Los vecinos de la colonia Obrera, en Querétaro, se han encariñado con él; a través de redes sociales difunden su historia y piden donaciones en especie para apoyarlo.
“Si algún día necesitan mandar arreglar su ropita, Don Agustín lo puede hacer. Es humilde pero hace un muy buen trabajo, está ubicado en la calle Durango, esquina con Tabasco, en la colonia Obrera. También, si no tienen ropita para que les arregle, se aceptan materiales: hilos, agujas, cierres, tela y lo que sea su voluntad. De corazón hay que apoyar al comercio local y a quién más lo necesita”, se lee en la publicación que cientos de personas han compartido en redes sociales.
Sueño familiar
Agustín López comparte con orgullo que él siempre trabajó, pues su madre era comerciante, fue de quien aprendió la importancia del trabajo duro.
“Mi mamá era muy inteligente, aunque nunca fue a la escuela, ella sabía dar cambio cuando algún turista le pagaba con dólares, aprendió a hacer las conversiones de moneda, y mi papá era muy estricto, nos enseñó a ser disciplinados (...) Él decía, duermes 8 horas, estudias 8 horas, ¿y el resto del tiempo qué haces? En ese tiempo tienes que trabajar, el trabajo siempre es lo primero”, comenta.
Cuando tenía alrededor de 17 años comenzó a trabajar con su hermano Gustavo López, quien inició un pequeño negocio de fabricación de pantalones, Agustín se comprometió de lleno con el proyecto, supervisaba la fábrica y con el tiempo, de tanto ver trabajar a los empleados, aprendió a moldear, coser, remendar y todo lo que un buen sastre debe conocer.
“Siempre hay que aprender de los que saben, en la fábrica los empleados eran los que sabían y aunque era supervisor me acercaba para aprender de ellos”, recuerda.
La fábrica de pantalones de los hermanos López, en Guerrero, creció y en sus mejores años tenía 160 trabajadores, vendían las prendas a empresarios de distintas partes de la República.
No obstante, el sueño sólo duró un par de décadas. “Pasaron muchas cosas, situaciones personales, unas personas me engañaron y perdí la empresa”, comenta Agustín, “pero no importa, pa’ que yo me rinda está canijo”.
Sastre a contracorriente
Luego de pasar años difíciles, a nivel personal y laboral, Agustín López se mudó a Querétaro, donde también vive uno de sus hijos, aunque él prefiere vivir solo.
Inicialmente rentaba un local también en la colonia Obrera, donde instaló su pequeño taller, pero el trabajo no era suficiente para pagar la renta del negocio, improvisó en su propio hogar y destinó la mitad de su pequeña casa para convertirla en su área de trabajo.
Agustín sólo tiene una máquina de coser, pero eso no es impedimento pues dice “el trabajo y el talento que uno tiene es lo más importante”.
Cuando apenas comenzaba a trabajar desde su casa, con retazos de madera improvisó una enorme mesa en la que tomaba medidas, cortaba y recibía a sus clientes. Su taller es humilde y hermoso, tiene un calor de hogar que hace sentir a sus clientes como si estuvieran en casa.
A un costado de la mesa de madera, instaló su única máquina de coser, de la que depende su trabajo. En uno de los muros de la pequeña habitación, “Don Agustín”, como le llaman sus clientes, cuelga en pequeños clavos los encargos que ya están terminados y listos para entregarse.
Las familias de la colonia Obrera se han encariñado con Agustín López, a quien ya adoptaron como sastre particular y como un amigo. Recientemente una familia le regaló una mesa de trabajo, sólida y fuerte, lo que le facilita el trabajo.
“La gente me ha tratado muy bien en Querétaro, he conocido gente muy buena, generosa, mis clientes afortunadamente me han seguido, desde que trabajaba en el local, ahora que trabajo en mi casa. Unas personas me regalaron otra máquina de coser que de momento no sirve pero debo cambiarle el motor; recibir clientes en mi pequeño taller me hace sentir muy motivado, me da ánimos de seguir con esto.
“Cuando pasaron todos los problemas con la fábrica, mi hijo me dijo: ‘papá tú siempre has cosido, sabes hacer todos los trabajos de sastrería’. Me di cuenta que siempre hay una forma de salir adelante. Mis hijos me dicen que soy como una trucha, porque siempre voy contra la corriente, aunque todo parezca que está mal, yo hago lo que tenga que hacer para salir adelante”, expresa.