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José Timoteo Ricardo Ibarra Camacho, minero con 52 años de experiencia, dice que su oficio es como ganarse la lotería, pues en ocasiones se puede ganar mucho o pasar meses sin ver un centavo.
“La mina, el ópalo, es muy difícil. Es como ganar la lotería. Cuando hay suerte está el pan de cada día bien pronto. Cuando no hay suerte, no encuentra uno nada. Está uno trabaje y trabaje y no se encuentra nada”, comparte el experimentado minero originario de Colón, en la comunidad de La Esperanza.
Señala que ha durado hasta nueve meses sin encontrar una piedra que valga la pena.
Sus inicios en la minería fueron duros y obligados por las circunstancias. Su padre sufrió un accidente en un tractor que le rompió ambas piernas. José, como el mayor de los hermanos, tuvo que buscar la forma de ganarse la vida para él y su familia.
Antes, su padre había sufrido un asalto en su casa, a la que luego le prendieron fuego, dejando a la familia en una situación muy precaria.
José e Ismael Ramírez Loredo, hermanos dedicados a la minería y la lapidaria, tenían una joyería en la calle de Pasteur. José fue quien lo invitó a trabajar en la mina cuando apenas contaba con nueve años de edad.
Al siguiente día José llevó a sus hermanos menores, de ocho y siete años, para que también buscaran ópalo.
Diario cada hermano obtenía una ganancia de cinco pesos (de aquella época), lo que aliviaba la situación económica de la familia. Sin embargo, al poco tiempo sus hermanos enfermaron de sarampión, teniendo que quedarse en casa, pues “no podían ni moverse”.
La suerte no abandonó al niño José Timoteo, pues encontró una buena piedra con ópalo que el dueño de la mina fue a vender a la joyería de su hermano en el centro de Querétaro, y por la que le dieron 14 millones de pesos (alrededor de 14 mil pesos actuales), lo que fue una bendición para él y su familia.
El dueño de la mina tomó una pequeña parte como comisión y el resto se lo dio a José, a quien además le puso comida para llevar con su familia y lo mandó en taxi a su casa.
Cuando llegó con su familia y su mamá sacó la comida, recuerda, descubrió el envoltorio de periódico con el dinero.
Su madre pensó de inmediato que lo había robado y lo persiguió con una rama para obligarlo a decir la verdad.
Su padre contuvo a su mamá, diciéndole que su hijo era bueno, que no creía que lo hubiera robado y que escuchara su versión. José platicó lo que había pasado, pero su madre seguía sin creer. Al otro día esperó al dueño de la mina, quien corroboró la versión del niño.
Con el dinero ganado con la venta de la piedra de ópalo, la familia de José pudo reconstruir su casa y pasar un tiempo sin angustias económicas.
José espera a los clientes sentado en la puerta de una vivienda en la calle Independencia.
Algunos otros días se instala en algunos puntos del primer cuadro queretano, donde lo dejen vender sus ópalos y obsidianas.
Muestra en una charola de plástico las piedras que extrae de la mina donde trabaja. La mayoría desconoce el esfuerzo y las horas dedicadas por el hombre a esta labor, tanto agobiante como peligrosa.
Comenta a este diario que en una ocasión pasaron nueve meses sin que encontrara nada de ópalo. Sus hijos estaban en la escuela y ya había vendido incluso ganado que tenía para poder sobrevivir.
Llevaba varios meses tratando de mover una piedra, pero ni con dinamita salía. El último día que lo intentó, dice, metió la barra, logrando “rajar” la piedra. Luego tomó el marro y la rompió por la mitad, logrando encontrar ópalo por una suma importante, valiendo la pena el esfuerzo, pues le dejó una ganancia sustanciosa.
La suerte llegó en el momento justo, pues ya quedaba poco maíz en su casa y la comida comenzaba a escasear.
Luego de casi seis décadas como minero, los ojos de José ya pueden identificar las piedras e intuir en cuál de ellas hay ópalo. Conociendo esas guías en la piedra ya sabe cómo seguir el camino del “valor”.
José muestra un ópalo en forma de corazón que cortó con una sierra de diamantes. Observada a la luz del sol refleja colores únicos, amarillos y verdes. Una pieza única por su belleza y singularidad.
Narra que en otra ocasión llevaba también tiempo sin encontrar nada bueno. Dice que llegó a la mina como a las cinco de la tarde. Trabajó 10 minutos y luego de golpear una piedra encontró un ópalo, por el cual le dieron una suma considerable cuando lo vendió. “Por eso es linda la mina, porque tiene buenos centavitos”, apunta.
Agrega que todas las minas son difíciles de trabajar, pero las minas de ópalo son más, porque hay que tener en mente la piedra que quieren encontrar y trabajar, experiencia que adquirió a lo largo de los años.
“Hay veces que las piedras no traen nada de guía [de ópalo] pero está ahí. El ópalo es muy humilde, pero es muy celoso. Cuando se trae un ópalo, pero se va a tener un problema, o cualquier cosa, se quiebra o se pierde”, abunda.
José ofrece sus ópalos y obsidianas. Muchos se acercan, pero pocos son quienes compran las piezas. Quienes lo hacen pagan el precio que el minero pide y que no es mucho por cada ópalo en la piedra, que le ha dado el sustento y satisfacciones a lo largo de su vida.