Ya sea a un hijo que se fue antes de tiempo o a los padres a quienes pese a los años de ausencia se extrañan y se siguen amando; ya sea en silencio o con música, queretanos acuden al panteón para recordar a sus seres queridos que ya salieron de este mundo.

Las personas llegan poco a poco al panteón municipal Cimatario, donde desde este miércoles, acuden a visitar a sus seres queridos. Limpian y arreglan sus tumbas, es Día de los Fieles Difuntos, una de las tradiciones más queridas y guardadas por los mexicanos.

La calle Luis M. Vega permanece cerrada, en el arroyo se instalan puestos de flores y comida. Un operativo de las autoridades municipales brinda fluidez al tránsito que por la zona.

María Dolores Becerra Mandujano arregla la tumba de su hijo, Jorge Alberto Guillén Becerra, quien falleció hace cinco años a los 31 años , tras ser asaltado y sufrir heridas de arma punzocortante en la espalda.

“Vengo cada ocho días. Después de la pandemia se me quitó la costumbre, porque venía diario. Después de la pandemia vengo cada 15, cada ocho días, pero pago para que mantengan la tumba limpia”, relata.

María dice que su hijo sigue vivo en su corazón. “Va a morir hasta que yo muera”, comenta al tiempo que recuerda que también acude en fechas especiales, como Navidad, cuando decora la tumba con motivos de la festividad. También lo hace el mes patrio.

Añade que a su hijo, hojalatero de oficio, le gustaba comer menudo. Incluso, recuerda, un día antes que lo mataran le dijo que quería ir al menudo, pero el destino no lo permitió. A Jorge le sobreviven tres hijos, que mantienen contacto con ella.

Dice que ella se imaginaba que después de la vida, era vivir eternamente en paz y precisa que se acercó al mundo espiritual, aunque mucha gente no cree en eso.

La mujer explica que muchas veces cuando platica con su hijo le dice que se llevó más que su vida. El dolor a pesar de los años no disminuye en María.

En otra zona del panteón, Manuela Aguilar Aguilar y su hermana Luz, cambian la decoración de la tumba de sus padres. Decoran con flores artificiales. Aunque ambos fallecieron hace mucho tiempo, ellas continúan con la tradición de limpiar la tumba. Ambas mujeres colocan también cempasúchil alrededor de la lápida.

La muerte, para los creyentes, dice Manuela es como la segunda vida en la que se puede reunir con sus familiares. “Es una creencia para los que estamos aquí, pero que vamos a estar en otro lado”, comenta.

Por su parte, Luz, explica que para ella la muerte es una hora que llega de paz, en donde las personas ya descansan.

Ambas coinciden que morir no duele, que las personas se van de manera tranquila. Coinciden también que después de la muerte hay algo más.

A lo largo del panteón hay muchas tumbas que fueron abiertas. Son aquellas de quienes sus familiares no pagaron la perpetuidad. Los restos deben ser trasladados a otro sitio, para dejar el espacio libre.

También en el panteón está Paula Rodríguez, agente de ventas de una funeraria, quien ofrece a las personas que acuden a visitar a sus difuntos los servicios por adelantado de la empresa a la que representa.

Explica que en el plan previsor, el costo de los servicios funerarios es de 20 mil pesos, mientras que el paquete comprado por la premura se eleva hasta los 36 mil pesos. El servicio incluye ataúd, que en caso de cremación sólo es rentado, gastos de cremación, urna para las cenizas, sala de velación, cafetería, carroza, estética del cuerpo, traslado a 50 kilómetros, estacionamiento y tres sesiones de tanatología.

Dice que por su trabajo, le ha tocado tratar con personas que compran sus paquete funerario y quieren acostarse en el ataúd que seleccionaron, mientras que otras no quieren ni verlo.

Para Paula la muerte es una trascendencia. Confiesa que antes le daba miedo la muerte. Ahora, apunta que estará en este mundo “hasta que Dios quiera, muchas veces nos aferramos”, explica.

Ella cree que sí hay algo más después de la muerte. Narra que en las pláticas de tanatología, a las cuales acudía con sus clientes, las personas narraban experiencias cercanas a la muerte, platicaban sus vivencias “del otro lado”.

En el panteón también se dan cita los músicos que complacen a los familiares de los difuntos con las canciones favoritas de aquellos que ya no están en este plano de la existencia.

Alberto Gabriel Nava es integrante de un mariachi que acude al panteón para interpretar las canciones que les pidan.

“Nuestro trabajo es el poder expresar emociones y sentimientos a través de la música, de las notas. Las canciones que nos piden son de amor, o algunos de despecho, por la pérdida. Nos piden mucho canciones como ‘Qué falta me hace mi padre’ o ‘Amor eterno’. Son canciones que son muy tristes y las piden para recordar a las personas que ya se fueron”, abunda.

Hay personas que recuerdan a sus familiares con entusiasmo. Lo toman más como diversión para pasar un buen rato y recordar buenos momentos.

Dice que ellos, como mariachi, llegan desde temprano y se van hasta que se va la última persona , estos días se llena de flores, música, luz y recuerdos de quienes ya no están, pero que siguen siendo añorados.

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